Lucero López Tangarife tiene 47 años, es colombiana y ha decidido cambiar de vida en Pamplona. Después de trabajar “en hostelería, limpiezas, etc.” durante años, ahora está al frente de su propio negocio de arreglos de ropa. Cuenta que ha sido un paso muy pensado y muy personal: “Me animé a coger la tienda porque siempre me ha gustado. Estudié este oficio en Colombia y me arriesgué. La gente y la ciudad me gusta. Es una ciudad muy buena, muy acogedora”. Lleva ya alrededor de seis años viviendo en Pamplona.
La tienda Costura Recreativa Celeste está en la avenida de Marcelo Celayeta 68 bajo, en pleno barrio de la Rochapea. Es un local de barrio, rodeado de movimiento y de cliente fiel, muy cerca de otros negocios que han ido apareciendo en la zona, como la tienda zona sofá. Lucero conoce bien el ritmo de esa parte de la ciudad y lo define con una frase sencilla: “La gente me ha acogido con cariño”.
Lucero tomó el relevo del negocio en mayo de 2025, hace apenas seis meses, y desde entonces se ha dedicado solo a coser, ajustar, transformar y dar segunda vida a prendas que otros ya daban por perdidas. “Estoy contenta y hago lo que me gusta”, afirma con calma, dejando claro que no habla de un hobby, sino de su forma de trabajar.
No se queja del arranque. Explica que los primeros meses han sido intensos y también ilusionantes. “Al comienzo es un poco difícil, pero va bien”, reconoce. Y matiza que lo que más valora su clientela no es solo el resultado, sino su manera de trabajar: “Viene gente, la verdad, y les gusta mi trabajo. Ha gustado que yo cumpla con el trabajo. Me gusta que vengan y encuentren sus cosas a tiempo. Soy cumplidora. De normal todo está hecho a tiempo”.
Ese “ser cumplidora” es ya marca de la casa. Lucero detalla que no solo arregla bajos o ajusta cremalleras. Acepta encargos más complicados. “Hago transformaciones, arreglos… de hecho la gente me pone sus retos”, cuenta entre risas.
Esos “retos”, como los llama, suelen ser ideas muy concretas de cada cliente: cambiar el diseño de una prenda, ajustarla “de una determinada manera” o directamente inventar otra cosa nueva a partir de lo que ya había. “Quieren darle una segunda oportunidad a la ropa”, explica. Ella lo ve como una parte bonita del oficio: volver a sacar algo del armario y que vuelva a servir.
El negocio ha tenido movimiento incluso en los meses en los que la ciudad baja el ritmo. Lucero lo resume así: “En verano también tenía gente aunque es una época donde muchos salen de la ciudad”. Asegura que la respuesta del barrio ha sido constante: “La gente está contenta y repite. Siguen viniendo”.
Ese cambio profesional también ha afectado a su vida personal. Antes combinaba varios empleos a la vez y vivía con mucha presión. Ahora se nota el cambio. “Mi familia está feliz porque me ven que estoy contenta, con menos estrés y menos cansancio”, relata. Recuerda cómo era su día a día anterior, cuando trabajaba en más de un sitio y apenas tenía descanso: “Estaba trabajando en dos sitios, con poco tiempo para descansar y casi enfermándose”.
La familia para ella es apoyo directo y también tranquilidad. “Aquí en Pamplona tengo a dos hijas (Jerly y Jeimy). La tercera está en Colombia con mis nietos”, cuenta. Las dos hijas que viven con ella tienen 29 y 18 años. “Estudian las dos y una de ellas trabaja”, explica. Ese detalle le da un poco de respiro y le ha permitido centrarse en la tienda sin sumar ahora otros trabajos.
Su día empieza pronto y termina tarde. Abre la tienda de 9:30 a 13:30 horas y después de 16:30 a 20:00 horas. Los sábados y domingos descansa. Vive en el Casco Viejo, muy cerca del local, y el trayecto forma parte de su rutina diaria. “Estoy aquí en apenas cinco o diez minutos como mucho en autobús”, cuenta. Esa cercanía le permite ajustar los tiempos y organizar la carga de trabajo según los encargos.
Aun así, cuando la faena se acumula, Lucero se queda cosiendo incluso en el rato del mediodía. Lo explica sin quejarse, más como algo natural del oficio: “Me suelo quedar en la tienda en el tiempo de descanso al mediodía para adelantar trabajo”. Y añade un matiz importante sobre cómo ha cambiado su manera de organizarse: “A mi casa no me llevo nada”. Antes sí lo hacía, reconoce, pero porque estaba “compaginando con hostelería” y el cansancio le pasaba factura. “Era muy complicado. El fin de semana no salía a ningún sitio”, recuerda.
Ahora, su objetivo es sencillo: seguir trabajando en Costura Recreativa Celeste, seguir cumpliendo plazos y seguir viendo entrar a esa clientela que ya empieza a conocerla por su nombre. “La gente me ha acogido con cariño”, repite. Y se le nota que lo dice en serio.