Lola y Javier Ripa Ripa han alcanzado una cifra redonda: 30 años trabajando codo con codo en el negocio familiar que levantaron por iniciativa de su padre, Martín Ripa Lizarraga en un pueblo de Navarra.
La historia arranca en la Semana Santa de 1995 en la ciudad del Ega, cuando aquel proyecto que habían supervisado desde los cimientos abrió sus puertas para no cerrarlas jamás. “Fue el 11 de abril del 95, Jueves Santo. Se llenaron todas las habitaciones. Lo tengo grabadísimo”, evoca Lola con una claridad que no ha perdido fuerza pese al paso del tiempo.
El segundo capítulo de esta trayectoria se escribe en el Hotel Yerri, en Estella, el establecimiento que desde entonces se ha convertido en su vida en la avenida de Yerri 25. La hostelería entró en casa de los Ripa por impulso de Martín, que se había jubilado de su negocio de camiones pero, como cuentan sus hijos, “no podía parar”.
Su esposa, Marina Ripa García, siguió otro camino profesional: fue maestra durante 41 años, los últimos 22 en la escuela de Arbeiza (Tierra Estella), donde recibió un cálido homenaje al jubilarse en 2006. Con ese referente de trabajo constante, Lola y Javier se incorporaron al hotel desde el primer día. Ella llegó desde una asesoría; él ya había estudiado hostelería en Madrid y había trabajado en restaurantes como La Cepa, Tatan o Irache.
Tres décadas después, el Hotel Yerri mantiene un ritmo alto y un sello propio: es el único hotel de Estella que ofrece un servicio completo con párking, bar, restaurante y comedor. Los hermanos destacan, además, un servicio que se ha convertido en indispensable para muchos viajeros: la lanzadera para peregrinos del Camino de Santiago, a quienes recogen en la iglesia del Santo Sepulcro y reintegran al día siguiente en el mismo punto para retomar la ruta jacobea.
Lola, con 64 años, y Javier, con 63, reconocen que su vida profesional ha sido una carrera de fondo. “Es un trabajo de 24 horas, o de 25 al día. Es como una cárcel sin rejas, pero muy gratificante”, confiesa ella. La idea de la jubilación sobrevuela la conversación. “Yo en marzo me puedo jubilar. ¿pero podemos?. Ya veremos”, desliza Lola entre la prudencia y el cansancio.
Respecto al futuro del hotel, admiten que ha empezado a incorporarse Martín, el hijo de Javier, aunque todavía no saben si tomará el relevo definitivo. “Le gusta, pero es joven, con 27 años, y esto es muy sacrificado”, reflexiona el padre.
El hotel cuenta con 28 habitaciones y concentra la mayor parte del trabajo entre marzo y octubre. El turismo ligado al Camino de Santiago sigue siendo fundamental, pero también exige una dedicación constante y gastos elevados. “Estamos trabajando ocho personas de fuera y luego nosotros todas las horas del mundo. Hay que trabajar mucho y todo es poco”, comentan. Reconocen que el sector ha cambiado: “Ahora todo son reservas por internet. Raro es el que viene sin tener reserva”.
El bar y el restaurante también han ido al alza. Cada vez acude más gente joven y el menú del día, a 17 euros entre semana y 35 euros el fin de semana, funciona bien. La campaña de la hamburguesa ha sido otro empujón. A eso se suma su estrecha relación con el Gobierno de Navarra: llevan 30 años trabajando juntos en la semana medieval de Estella, para la que siempre se les reserva alojamiento. “Todos los años repiten. Lo han confirmado para el año que viene. Mal no lo haremos”, comentan entre risas.
En estas tres décadas, el establecimiento ha ido actualizándose sin parar. Se ha instalado aire acondicionado en todas las habitaciones, se han sustituido las bañeras por duchas y se han mejorado servicios como el wifi. “Siempre hay algo que añadir. Hay que estar encima”, admiten.
Pero si algo les quita el sueño es la dificultad para encontrar personal. “De ocho trabajadores, solo uno es nacional. Está dificilísimo”, lamentan. La cocina ha sido el ejemplo más claro: “Necesitábamos dos y nos ha costado mucho encontrar a gente que entienda, que quiera y que no dé problemas”.
A pesar de ello, cuentan con empleados que llevan casi 25 años en el negocio, una continuidad que valoran de forma especial. “Estamos contentos, pero te cansas. Siempre hay que estar pendiente”, concluyen con la sinceridad de quien lleva tres décadas sin dejar de abrir la puerta cada día.