Anís
El mes pasado me adentré en la senda del tiempo tras lo que viví en una barra de bar.
Aquello que observé me trasladó a mis doce o trece años. Asistí en un solo minuto a una especie de ‘Regreso al pasado’ de quita y pon.
Mientras sonaba por suerte y, creo, por casualidad un éxito de hoja perenne de Celtas Cortos, yo pedía un par de cañas y una cuadrilla veinteañera que se encontraba a mi lado, chupitos de anís.
Ojoplático, viajé a mi preadolescencia, cuando pasaba junto a un bar estrecho y lúgubre cubierto de llaveros donde veía a un camarero aburrido y, con suerte, a algún cliente con una copa de anís en mano.
Mi retrato robot del consumidor de esta bebida saltó por los aires: se trataba de un varón fumador de Farias, de sesenta y tantos años, mirada perdida y, si te descuidas, con un palillo en la boca de sol a sol.
Ahora era jóvenes, como diría Alejandro Sanz, viviendo deprisa, con enormes ganas de comerse (y beberse) el mundo. Toda aquella cuadrilla me resultaba idéntica. Miraras a quien miraras eran gotas de agua.
El camarero sirvió media docena de chupitos y, tras un estridente grito de guerra (creo que dijeron “arriba los vidrios”), aquello fue visto y no visto.
-¡Otro, otro! ¡Otro, otro! ¡Otro, otro!, pedían a pleno pulmón.
Yo, con cara de vaca mirando al tren, cogí las dos cañas y me alejé de ese epicentro jolgorioso dándole vuelta a si el anís había vuelto, si nunca se había ido o si el que me había ido era yo…
Ideación de ‘Anís’
El otro día me llamó la atención ver a unos jóvenes pidiendo chupitos de anís.
Caracteres con espacios: 1.572