Menos mal que a los aberchándales les queda Portugal
Enhorabuena a Alcaraz por su gesta. Confieso que el tenis siempre me ha parecido más agónico, más extremo, mucho más agobiante, claustrofóbico hasta el delirio. Lo disfruto menos porque siempre estoy al borde del infarto. No lo entendí del todo hasta que leí la biografía de Agassi, Open, uno de mis libros preferidos desde entonces y que recomiendo cada vez que tengo oportunidad. El tenis requiere de unos niveles tan altos de concentración y de precisión, siempre en soledad, que es desquiciante.
Yo me voy al fútbol, que es otra historia. El fútbol es una fiesta en comunidad, en equipo. O un funeral, pero siempre en compañía. Esto del fútbol es una cosa divertidísima. Subirte a un partido es una montaña rusa de emociones. Ahora estás arriba, luego abajo, luego cabeza abajo y terminas que no sabes ni dónde estás, sobre todo si tu equipo ha ganado. No hay nada que genere tanta emoción como un partido de fútbol. Y a esta vida, sobre todo, hemos venido a sentir.
Un partido de fútbol es un teatro de la vida concentrado en un rectángulo de poco más de 100 metros de largo por casi 70 metros de ancho durante una hora y media. Dos horas si hay prórroga, como ayer. El gran teatro del mundo de Calderón, representado cada semana.
Aprovechando que el Tajo pasa por España y Portugal, y como ayer se jugaron esas dos selecciones una copada no sé qué, me acordé de aquella semifinal de la Eurocopa de 2012 entre España y Portugal. Me pilló currando en Bilbao, en una oficina por la plaza de Indautxu. Me acuerdo bastante bien porque era mi cumpleaños. Salí, pillé dos cajas de pastas en Martina de Zuricalday, que es un poco como la confitería Layana de allí, y me fui hacia el casco, donde había quedado para ver el partido con mis amigos bilbaínos.
El inicio me pilló aún de camino y, al pasar por el típico antro de aberchándales, oigo gritos de ánimo a Cristiano Ronaldo como no recordaba que se podía animar a un jugador. ¿Pero qué invento es este? Ante tal efusividad, me paro en seco y entro. No puedo perderme este prodigio, me dije. Estos, que hasta ayer odiaban a Cristiano y que lo odiarán mañana por ser un jugador del Madrid, animándolo a muerte. Y me puse a animar yo también a Cristiano Ronaldo con ellos. Me miraban como a un marciano, claro, pero qué iban a decirme, si ellos estaban en ese barco.
El fútbol revuelve el orden del mundo como nada más lo hace. Como tampoco era plan de abusar de la protección del surrealismo, salí de allí a los dos o tres minutos con mi traje, mi corbata, mis cajas de dulces y, ya por fin, entro en el bar en el que me habían citado mis colegas.
-Perdón, estaba con unos animando a Cristiano Ronaldo en pleno Bilbao.
Descojono general, claro. Dejo las pastas en la barra, hago que corra la cerveza y la cuadrilla al final en los penaltis era el bar entero. Qué emoción cuando marca Fàbregas, celebrándolo todos como locos, descorchando sidra, con una borrachera ya considerable. España estaba en la final de la Eurocopa que acabó ganándosela a Italia. Yo gritando gora España askatuta como un energúmeno y más descojono general. Lo que no consiga el fútbol no lo consigue nada en esta vida. Uno de los cumpleaños más divertidos que he tenido nunca.
Hoy ya tienen su título aquellos aberchándales de Bilbao, que ayer su Cristiano Ronaldo se lo ganó, por fin, a España. Que lo disfruten. Y eso es todo.