El sanchismo nació en Navarra para robar
Es fascinante observar el suicidio de la sociedad española: sentarse a analizarlo y escribirlo mientras todo se desmorona. Las sociedades no se suicidan como las personas, arrojándose al tren en un instante. Las sociedades se suicidan a la inversa, dejando que el tren se detenga.
En España, esto es literal. Hace veinte años, el servicio de alta velocidad ferroviaria era preciso como un reloj. Hoy, con mejor tecnología y más avances, los trenes se paran, se retrasan, se averían. Y así con todo. Pagamos más impuestos que nunca, pero los servicios que nos proporciona el Estado no se corresponden con ese elevado desembolso.
Las sociedades no mueren de golpe; llevan una inercia tan grande que parecen vivas, aunque estén muertas desde hace tiempo, como la luz que aún recibimos de una estrella que dejó de existir.
Sánchez no ha mejorado ningún servicio público. Su objetivo no era ese, sino otro más prosaico: enriquecerse. El sanchismo consiste en ceder territorios al nacionalismo para que los socialistas puedan amasar fortunas tranquilamente. Los nacionalistas miran hacia otro lado mientras corrompen economías, y el PSOE hace lo propio mientras corrompen sociedades.
Este sistema político nació en Navarra, por eso le regalaron al partido de la ETA la alcaldía de Pamplona, y se extendió a toda España con Cerdán. Cuando Sánchez desaparezca, su legado será la corrupción a gran escala, una especie de corrupción total, no solo económica, sino también de la convivencia.
El sanchismo también demuestra que la izquierda, empezando por sus votantes, carece de principios. Al PSOE nunca le han preocupado las mentiras de Sánchez ni que se le descubran. Sus votantes son inmunes a la mentira; señalarla ya no tiene sentido porque les es indiferente. Para ellos, la verdad y la mentira son construcciones temporales, no morales, que cambian según el presente.
El sanchismo ha reducido el concepto de presente a lo que Sánchez opina en un instante, aunque un momento después opine lo contrario sin que vean contradicción alguna. Todo lo resuelven como un cambio de opinión y se quedan conformes, sin importar que les tomen el pelo. Si el faraón socialista dice algo, es la verdad; si dice lo opuesto un segundo después, sigue siendo la verdad. Quien discrepe es facha, y punto.
Y mientras la sociedad española se desliza hacia el abismo, el sanchismo perfecciona su arte de disfrazar la podredumbre con promesas vacías. Como decía Michael Corleone en la segunda parte de El Padrino, “Todos tenemos nuestro precio, senador”. En este gran teatro de la corrupción, Sánchez reparte favores a sus aliados, desde prebendas autonómicas hasta cargos intocables, asegurándose de que nadie mire demasiado cerca. Cada escándalo se desvanece en el ruido de la propaganda, cada verdad incómoda se entierra bajo el peso de un relato que cambia con el viento. El sanchismo durará hasta que haya sanchistas y por ahora de sanchistas Sánchez va sobrado.
La semana pasada, José Sacristán recordó a los suyos que refugiarse en el "y tú más" para justificar las tropelías del PSOE ya no cuela. Pero sí cuela. El PSOE no baja del 25% en las encuestas porque sus votantes se conforman con esa excusa aunque hayan tenido que abolir la realidad para seguir apoyando a su PSOE. Y eso es todo.