Fabián, el zapatero de Pamplona que encuentra su verdadera afición 40 años después: “Ha sido un descubrimiento”
Fabián Villacorta Labairu lleva más de cuarenta años entre zapatos. Ha vivido con el martillo en una mano y la suela en la otra desde que, con 15 años, se puso a trabajar con su padre, un zapatero profesional de los de antes en Pamplona.
Su taller está muy cerca de otros establecimientos que hemos conocido en este apartado de comercio local en la capital navarra, como es el caso del Bar Sorgiñe de Patxi y Casto Beperet.
“Empecé con él nada más terminar en Virgen del Camino”, recuerda. Aprendió el oficio a su lado, siguiendo la estela de un negocio que sus padres, Fabián y Conchita, habían iniciado en 1970. Con el tiempo, lo hizo suyo.
Fabián tiene hoy tiene 58 años, es el mayor de cuatro hermanos —Begoña, Pablo y Koki— y sigue dándole vida a un oficio que no ha perdido su esencia. Pero desde hace algo más de un año, su rutina ha dado un giro que ni él mismo se esperaba. Por casualidad, casi sin querer, ha encontrado una nueva afición que le ha cambiado la mirada.
“Fue uno de esos días de calor en los que no sabes muy bien qué hacer. Me fijé en un palé junto a un contenedor y vi un taco de madera que sobresalía. Lo cogí, lo miré, y me dio por empezar”, cuenta. A partir de ahí, se metió de lleno en el mundo de la talla. Sin formación artística, sin plan previo. Solo curiosidad y ganas de experimentar.
Con la misma máquina que lleva décadas utilizando para arreglar calzado, ha comenzado a lijar madera. “Si no tuviera esa máquina, no podría hacerlo. Pero llevo desde chaval lijando”, comenta con naturalidad.
Poco a poco, las piezas empezaron a tomar forma. Formas orgánicas, redondeadas, que surgen sin bocetos, sin esquemas. Algunas le llevan dos o tres horas; otras, hasta ocho. Todas, asegura, nacen del entusiasmo. “Cada figura me genera emoción. Me involucro mucho en lo que hago”.
No ha querido quedarse ahí. Desde hace meses también trabaja con metal, piedra y materiales reciclados, buscando nuevas texturas, nuevas ideas. La materia prima le llega ahora de serrerías, donde recoge maderas descartadas, y el resultado son piezas pequeñas, decorativas, que sorprenden por sus formas y por su precio. “Los precios los tengo muy ajustados, quiero que estén al alcance de todos”, afirma.
En su taller —el mismo donde sigue reparando zapatos a diario— ha ido acumulando decenas de esculturas. No están almacenadas, están expuestas, a la vista, como en una galería improvisada. Su hermana Koki ha sido quien se ha encargado de colocarlas. “Yo lo tengo todo expuesto y lo vendo todo”, comenta con orgullo.
Las figuras no tienen nombre. Fabián prefiere identificarlas con un número. “Cada persona ve algo distinto en cada pieza. Si yo le pusiera un título, ya le estoy marcando lo que tiene que ver. Prefiero que lo interpreten como quieran”. Esa libertad de interpretación, dice, es parte del encanto.
“Estoy muy contento. No tenía afición a esto hasta hace poco, y me sorprende cómo ha crecido todo. Me da hasta risa ver cómo he llegado hasta aquí”, reconoce. No lo buscó. No lo planeó. Pero ha encontrado un espacio propio para expresarse con las manos, más allá del oficio que ha marcado su vida.
Ese espacio es amplio, lleno de herramientas, suelas, virutas de madera y figuras que parecen recién salidas de un bosque. Está en la calle Villafranca nº 4, en la Txantrea, y es el mismo taller al que su familia se trasladó hace veinte años. El nombre sigue siendo el de siempre: Fabián.