Hay lugares que no necesitan grandes rótulos ni escaparates llamativos para llamar la atención. A veces basta con una puerta abierta, el olor a pan recién hecho y una sonrisa sincera detrás del mostrador. Eso es lo que encuentran cada día los vecinos –y también muchos peregrinos– que se acercan a una pequeña tienda que ha resistido el paso del tiempo gracias al empuje de dos hermanas.
Está muy cerca de otros establecimientos que hemos conocido en este apartado de comercio Local, como es el caso del bar Gazolaz que ha cambiado de gestor recientemente, o el bar del centro San Guillermo que ha abierto de nuevo sus puertas al público.
Quien entra por primera vez se topa con un espacio que ofrece de todo un poco: fruta, productos de limpieza, pastas, algún congelado... y sobre todo, conversación y cercanía. “Ya les conocemos a casi todos”, reconoce Nieves, la mayor, que lleva desde los 23 años levantando la persiana del negocio familiar. Hoy tiene 54 y sigue al pie del cañón, aunque ya con la ayuda de su hermana Silvia, que se incorporó después de una reforma que hicieron hacia 2007.
La historia del local comienza mucho antes. “Primero hacían pan mis abuelos, Felisa Figoli y Agustín Torrillas, que tuvieron que salir de su pueblo cuando construyeron el pantano de Yesa. Les traían el pan y ellos ponían algo de alimentación”, recuerda Nieves Zabalegui, nieta de aquellos pioneros. Después fue su madre, Amparo Torrillas Figoli, quien cogió el testigo. Hoy son ellas quienes dan continuidad a esta tienda de barrio que forma parte del paisaje cotidiano.
“Va bien, pero es trabajar en julio y agosto”, explica. Los meses fuertes son los de verano, cuando el pueblo recupera parte del bullicio y hay que estar a todo. “En invierno es sota, caballo y rey. Con menos gente es más tranquilo. Una sola persona sí puede salir adelante, pero si somos dos, hay que hacer caja en verano”, comenta. Entre octubre y Semana Santa, toca mantener el servicio y resistir. En verano, toca reponer.
El flujo diario de peregrinos que recorren el Camino de Santiago también se ha convertido en un soplo de aire fresco. “Entran todos los días. Dan color a las tiendas aunque solo compren alguna bebida, un Aquarius, y fruta como manzanas. Pero si entra uno, entran más. Ves gente nueva, de otros países. Dicen mucho lo de ‘buen camino’”, comenta con simpatía.
Pese al desgaste, lo dicen claro: “Es un orgullo seguir aquí como tercera generación”. Aunque la jubilación ya asoma en el horizonte, todavía no han echado el cierre. “Detrás nuestra no hay una cuarta generación. No hay, y ya nos queda menos. Cuando sea, será. Yo estoy deseando”, bromea Nieves, que no se imagina en otro entorno. “Yo no me veo en una fábrica. Estoy contenta con lo que hago y con la gente”.
La competencia no les quita el sueño. “En el pueblo hay otra tienda de un poco de todo y está bien, es mejor que haya dos tiendas”, cuenta. También hay un estanco con algo de mercería y tornillos. Eso sí, echan de menos la carnicería que ha cerrado recientemente. “Están valorando abrir una bajera municipal para que venga algún carnicero entre semana”, explica.
En las redes sociales, los comentarios lo dicen todo. “Un pequeño gran establecimiento, donde siempre eres tratada con una sonrisa, amabilidad y cercanía”, escribe una clienta. Otro mensaje agradece el trato recibido:
“Nos alojamos en el Albergue Atseden, a cinco minutos andando, e hicimos las compras para los cuatro días en su tienda. ¡Muchas gracias por vuestra amabilidad!”. Y hay quien hasta les ha confiado el recuerdo de un día especial: “Fuimos el día de nuestro aniversario de boda y aún nos alegraron más el día con su simpatía”.
Al final, lo que parecía solo una tiendita más se convierte en un punto de encuentro. Se llama Nieves Alimentación y se encuentra en Obanos, un pueblo de Navarra a quince minutos de Pamplona por el que pasa cada día un trozo de historia. Y donde, por suerte, todavía te saludan por tu nombre cuando entras a comprar el pan.