Madre e hija en su mercería de toda la vida en Pamplona: “A veces hasta les arreglamos el móvil a las señoras”
Hay tiendas que parecen detener el tiempo, lugares donde las historias se tejen entre carretes de hilo, botones y cintas de raso. En Pamplona, una de esas tiendas con alma es la mercería Angelines, regentada por madre e hija que han convertido el mostrador en punto de encuentro, confidencias y cariño vecinal.
El local se encuentra en la avenida de Marcelo Celayeta 32, en la esquina con la calle Bernardino Tirapu, en pleno barrio de la Rochapea. Muy cerca están otros comercios emblemáticos que han aparecido en las crónicas del barrio, como la frutería Ignacio, el café de Luisa o el zapatero Cándido. La mercería forma parte de esa trama de tiendas que han dado vida durante décadas a esta zona de Pamplona.
El negocio nació en 1960, cuando Benigno Sainz decidió abrir una tienda que su hija Angelines Sainz Mayayo mantuvo durante casi medio siglo. Hoy, con 83 años y una energía que sorprende, sigue visitando el local cada día. “Fue la primera tienda que se puso aquí en el Salvador, cuando se hicieron las casas. La puso mi padre y llevo toda la vida aquí desde los 17 años hasta que me jubilé a los 65. Cogió una bajera muy grande y cedió una parte para una peluquería”, recuerda con ternura.
Aunque jubilada, Angelines no ha dejado del todo el oficio. “Estoy bien, gracias a Dios. Vengo todos los días a ver a mi hija, a hacerle los recados y a traerle el café y lo que quiera”, cuenta entre risas. Su hija, Cristina Sainz Sainz, de 56 años, es ahora quien mantiene abierto el negocio. “También llevo en la tienda desde los 17 años. Voy camino de hacer lo de mi madre. Repito patrón”, comenta con orgullo.
El local apenas ha cambiado desde sus inicios, pero el comercio, sí. Cristina lo explica sin rodeos: “Ahora los tiempos están complicados. Ha habido mejores épocas. Es una tienda de toda la vida, todo está igual que antes”, dice mientras atiende a una clienta que busca un hilo del color exacto.
El cambio generacional se nota en las costumbres de compra. “La gente joven no tiene vida de comercio de barrio. Es una pena. Se van a internet o a los grandes almacenes. Eso sí que ha cambiado”, lamenta. En la mercería se vende un poco de todo: “Pijamas, interiores, zapatillas de casa… lo de niño se vende mucho menos, calcetines, hilos… y a veces hasta les arreglamos el móvil a las señoras”, comenta divertida.
A Cristina no le asusta el futuro, aunque reconoce que no es fácil. “Aún me quedan años por delante. Da para vivir una persona, pero no como antes. Hay que meter todas las horas del mundo. Comprar, vender, limpiar, hacer la contabilidad y hasta de psicóloga. Esto es un centro de reunión. Conoces a todo el mundo, por lo menos a las de antes”, cuenta mientras acomoda un expositor.
Su vínculo con la Rochapea es total. “He vivido en el barrio toda la vida y no pienso moverme. No hay relevo. Mis hijos no quieren seguir”, confiesa. Su hija Arrate, de 18 años, estudia un grado de artes escénicas en Madrid, mientras su hijo Aimar, de 23, se forma como técnico de emergencias sanitarias.
“Tampoco quisiera esto para ellos, porque es muy esclavo”, admite. “Al ser autónomo no tienes bajas, no tienes vacaciones y casi no tienes vida. Esto tiene que gustar, y mucho. Es complicado.” La tienda abre de lunes a sábado, sin apenas descanso.
Las clientas, sin embargo, son su mayor motivación. “Por supuesto que valoran el trabajo. Como no pienso cerrar, nadie me dice que no cierre. Como había otra cercana que cerró, me preguntaban si haría lo mismo, y les digo que no. Estoy contenta y feliz. Hago lo que me gusta, y mi madre también”, explica con una sonrisa.
Desde el fondo del local, Angelines la escucha y añade con humor: “Estará hasta que ella quiera. Hasta que se aburra… pero no se aburre”. Su hija asiente, consciente de la realidad del pequeño comercio: “El gran problema es que nos valoran cuando cerramos. Mientras estás, no te echan de menos, pero al pequeño comercio le quedan tres telediarios”.
Aun así, en la mercería Angelines no falta el afecto ni las buenas palabras. Las reseñas en redes sociales son un reflejo del cariño que despierta. “La mejor mercería de toda Pamplona y de la Rochapea. Lleva más de 50 años en funcionamiento, la calidad-precio de los productos es insuperable y el trato, cercano y familiar”, escribe una clienta.
Otra señala: “Muy amables y resolutivas. He encargado una bata para mi hijo y, al no haber talla, me la han mandado a hacer súper rápido”. Y una tercera destaca: “Buena atención, la mujer que me atendió muy simpática. La tienda es pequeña pero está muy bien organizada y encuentras de todo”.
En sus estanterías, entre hilos, botones y telas, late todavía el espíritu de un barrio que se resiste a perder su esencia. Y en el corazón de la Rochapea, la mercería Angelines sigue siendo ese rincón donde cada compra tiene nombre y cada clienta, una historia.