La pareja que arrasa en un bar de la cuenca de Pamplona con su comida casera y la parrillada de carne
El bar La Julia ya se ha convertido en uno de esos locales que rebosan vida desde primera hora del día en un pueblo de Navarra. El pequeño negocio, famoso por su comida casera y sus brasas humeantes, ha resurgido con fuerza gracias a la energía de una joven pareja que lo ha llenado de sabor y de clientela.
En pleno corazón de la cuenca de Pamplona, concretamente en la calle Iruñalde 18, el bar sigue conservando su esencia de toda la vida. Allí trabajan Valentina Pana, de 24 años, y Raúl Apóstol, de 30, que se hicieron cargo del local hace cuatro años tras recoger el testigo de la madre de Raúl, Julia Apóstol, fallecida recientemente y muy querida en la localidad.
“De ahí el nombre del bar, aunque el establecimiento lleva abierto muchos más años. Es de toda la vida en Berriozar”, explica Valentina, que llegó a España con apenas tres meses desde Rumanía y asegura sentirse “totalmente española”.
La oferta del bar es tan reconocible como contundente. Valentina repasa de memoria esas cazuelas caseras que han conquistado a la clientela: callos, manitas, ajoarriero, carrilleras, cordero al chilindrón, bolas de pimiento y una buena lista de fritos.
Los fines de semana, el ambiente se llena de humo rico y brasas vivas gracias a la parrilla, donde preparan costillares y una parrillada de carne que se ha convertido en su plato fetiche. “Nada de carbón ni de horno, todo a la brasa”, remarca Valentina.
La fórmula parece funcionar. Los almuerzos a 13 euros —que incluyen primer plato, postre, café y vino— se han convertido en un reclamo imparable que llena el bar entre semana y también los fines de semana. “Lo tenemos petado. Hay cola de gente para entrar”, comenta mientras confiesa que, pese a que solo trabajan ellos dos, pueden sacar entre 60 y 80 almuerzos según el día. “Si te gusta lo que haces y lo haces con cariño, sale adelante”, añade.
Los sábados y domingos, la parrillada de 28 euros es una auténtica romería gastronómica. “Incluso han llegado a comérsela hasta seis personas”, recuerda Valentina divertida. El plato llega repleto: patatas, pimientos asados, pollo, morcilla, costilla, entrecot… todo en cantidades generosas, todo sobre las brasas que presiden el local.
La pareja solo descansa los martes, pero ambos reconocen que la hostelería es lo suyo. “Siempre hemos estado en ello, es lo que nos mueve. Hablar, atender, satisfacer al cliente, sacarle una sonrisa”, cuenta Valentina, que aprendió muchos de sus platos gracias a su suegra Julia, quien trabajó en diferentes bares durante décadas antes de animarse a abrir el suyo propio. “Julia llevaba aquí 32 años. Era rumana como nosotros, pero la quería todo el pueblo”.
Ese cariño quedó más que demostrado en las pasadas fiestas de Berriozar, cuando el Coro Rociero Savia Nueva rindió un homenaje muy especial a Julia. El coro cumplió así la promesa que le hizo cuando estaba enferma: acudir al bar a cantarle en fiestas y llevarle la alegría del flamenco que tanto le gustaba. “Cuando estaba muy malita le prometimos que en cuanto se recuperase íbamos a ir a cantar al bar y que no pudo ser”, lamentaron los miembros del coro ante los vecinos que llenaron el ambiente de emoción.
El boca a boca y las redes sociales también han tenido mucho que ver en el auge del bar. Las reseñas son casi unánimes. Los clientes destacan el trato familiar, la cercanía y la generosidad del local, donde “siempre con cada consumición hay tapa gratis”.
Otros resaltan la contundencia de los platos y la sensación de hogar. “Teníamos tanta hambre que ni una foto, pero buenísimo todo, casero y un trato increíble. Platos contundentes y precio contenido”, escribe una usuaria. “Son encantadores y la comida está buenísima. 100% recomendable”, resume otro visitante satisfecho.
El bar La Julia mantiene así su espíritu de siempre mientras sigue atrayendo a nuevos comensales que buscan lo mismo: comida honesta, brasas auténticas y esa sensación de que allí, detrás de la barra, todo se hace con ganas y con mucho cariño.