El bar de barrio en Pamplona que triunfa con su comida casera: "Nuestra especialidad es el arroz con mariscos"
Un modesto bar de barrio lleva años en Pamplona ganando adeptos a base de guisos con alma y cocina hecha sin prisas. Se llama La Tía Julia y es el ejemplo perfecto de cómo un pequeño local puede convertirse en referencia gastronómica simplemente con constancia, sabor y cariño familiar.
El negocio está en la avenida de Zaragoza 60, en pleno barrio de la Milagrosa, donde el matrimonio formado por Janet Guerra y Víctor Girón, ambos originarios del Callao (Perú), ha logrado que este rincón sea ya una parada obligatoria para quienes buscan comida casera peruana “de la de siempre”. No hicieron ruido, no siguieron modas y tampoco pretendieron ser más que un bar de barrio. Y sin embargo, ahí están: llenando mesas y fidelizando clientes que vuelven una y otra vez.
A sus 47 años, Janet recuerda con precisión cómo ha sido su camino hasta llegar a la barra del negocio: “Cuando llegué trabajé en DIA, en una lavandería, mucho tiempo en McDonald’s y luego en Eroski”. Tras el nacimiento de su hija decidió descansar una temporada, pero la vida la volvió a llevar al bar familiar. Explica que lleva “casi siete años” trabajando allí y que desde hace cuatro está al frente del negocio junto a su marido: “Yo atiendo la barra y los pedidos, y mi marido está en la cocina”.
Su historia no fue planeada. Primero llegó Víctor a Pamplona, luego lo hizo Janet con sus dos hijos y, con el tiempo, la ciudad dejó de ser un destino temporal para convertirse en su hogar. Ella lo resume con naturalidad, convencida de que la acogida influyó en todo: “Pamplona es un lugar muy bonito, acogedor y donde trabajamos bien. La gente es buena, siempre te dan ánimos y te agradecen. Este trabajo es una diversión para mí porque me siento acompañada y soy feliz”.
El relevo generacional llegó hace cuatro años, cuando se jubiló Julia Olivares, fundadora del bar y madre de Víctor. Fue él quien animó a su esposa a asumir el negocio, algo que Janet recuerda con complicidad: “Mi marido fue el que más me animó a llevar este trabajo al jubilarse su madre y yo dije que los dos avanzamos juntos. De su mano vamos para adelante”. Desde entonces han reformado el local para hacerlo más acogedor, con mesas que permiten atender a unas 40 personas entre comidas y cenas.
La cocina es territorio de Víctor, donde los aromas son casi un reclamo publicitario: ceviches, caldos y guisos que atraen incluso a peruanos que viven en San Sebastián o en Madrid. Los favoritos, cuenta Janet, son el arroz con mariscos y el lomo saltado, dos platos que elaboran de forma casera y sin inventos modernos: “Nos buscan porque hacemos lo de siempre”. Eso no impide que se adapten cuando toca, como ocurre en San Fermín, donde preparan también ajoarriero, platos combinados, arroces o ensaladas “que no cuestan mucho”.
Después de 25 años en Navarra, Janet ha llegado a la conclusión de que lo que empezó como algo temporal se convirtió en vida estable. Lo expresa con una mezcla de sorpresa y certeza: “Uno viene con la finalidad de regresar a su país pero al final te acostumbras aquí, tienes familia con un hijo que ya estudia aquí y no se quiere ir. Mi hija tiene 17 años y se queda aquí porque es su país y yo me quedo con mi familia”.
Habla sin prisa, con esa seguridad tranquila de quien ha encontrado un lugar al que pertenecer. “Empecé de cajera y vas probando cosas hasta que la vida te va acomodando”, cuenta entre risas, recordando cómo ya ayudaba a su suegra en el bar y cómo la conversación es parte fundamental de su trabajo. “Me siento muy contenta. Tengo a mi familia y a mi trabajo. Hasta que Dios quiera seguiremos”.
El reconocimiento no llega solo por el boca a boca. Las reseñas en redes sociales lo confirman y destacan dos cosas: la autenticidad de los platos y el trato cercano. Un cliente describió así su experiencia: “Fui con un amigo navarro para que probase comida peruana por primera vez y quedó encantado. La dueña me pareció muy amable y atenta. Volveré en mi próxima visita a Pamplona”.
Otro visitante lo definió como “un restaurante peruano muy auténtico, a solo 1 kilómetro a pie del estadio”, recomendó el chicharrón de pollo y los tamales, y hasta agradeció un pequeño gesto cotidiano que lo dice todo: “Amablemente me permitió usar el enchufe para cargar mi dispositivo”.