El bar de Pamplona que abre todos los días a las 6 de la mañana y triunfa con sus pinchos: “Estamos muy agradecidos al barrio”
A las 6 de la mañana, cuando en el barrio de Pamplona apenas se ve movimiento, hay un lugar donde ya huele a tortilla recién hecha y el primer café caliente empieza a pasar de mano en mano. Ni el frío del invierno ni los festivos logran cerrar sus puertas. Cada día del año, sin faltar uno solo, las luces se encienden puntuales, las planchas se calientan y los pinchos comienzan a desfilar por la barra.
El bar está situado en un barrio muy conocido de la capital navarra, que ha cumplido recientemente 75 años y ha disfrutado de una celebración muy especial. Cuenta con una ferretería muy conocida donde trabajan dos hermanas.
La clientela lo sabe y lo agradece. Obreros madrugadores, vecinos fieles, parroquianos de siempre o jóvenes que regresan de fiesta encuentran aquí el primer bocado del día. Y no cualquier bocado: hablamos de una barra que ha triunfado durante décadas con pinchos caseros, como la tortilla de chistorra y queso, los fritos de jamón o unas patatas bravas que figuran entre las más celebradas del barrio.
Detrás de esa rutina sin tregua hay dos hermanos, Patxi y Casto Beperet Iriarte, de 72 y 70 años, que no han dejado de madrugar desde el 5 de marzo de 1981, cuando abrieron su primer negocio, el bar Ángel, también en la Txantrea. Años más tarde, y tras vender aquel local, pusieron en marcha el bar Sorgiñe, ubicado en el número 29 de la calle San Cristóbal, que hoy es ya una institución en el barrio.
“Siempre hemos abierto a las seis de la mañana y no cerramos ningún día del año. Echamos la persiana a las doce de la noche o a la una, según el día”, explica Patxi, que todavía se mueve con agilidad tras la barra.
“Sigo porque me gusta, aunque mi mujer se jubiló hace cinco años y no le hace tanta gracia. Me echa unas broncas de miedo”, bromea. En total, trabajan seis personas: cuatro camareros, además de los dos hermanos.
Aunque no sirven comidas, sí ofrecen almuerzos de los de antes. “Todo es casero y tradicional. Lo que más sale son las tortillas y los fritos. Es lo que nos gusta hacer y lo que funciona”, afirma. Asegura que están contentos, aunque reconoce que el cuerpo ya empieza a notarlo. “Se notan los años. No hemos hablado del futuro del bar, pero está claro que nadie se queda para siempre. O te vas o te llevan”.
Tampoco hay relevo a la vista. “Mi hermano tiene una hija y yo un hijo, pero nada. Nunca han trabajado aquí. De pequeños no queríamos que vinieran por si dejaban de estudiar y luego cada uno ha seguido su camino”, comenta Patxi con resignación.
Uno de los factores que ha ayudado a mantener la clientela durante tantos años es que la competencia es prácticamente nula. “En la Txantrea no se pueden abrir más bares porque todo son casas bajas y no hay nuevos locales".
"Este sitio siempre ha funcionado muy bien”, señala. Además, dice estar muy agradecido con el vecindario: “La gente se comporta bien, es un barrio tranquilo y nosotros lo hemos notado. Estamos a gusto”.
Las reseñas en internet confirman el aprecio que despierta el bar. “Buen bar de barrio, tanto por los fritos como por el ambiente. Cuando hay fútbol y juega Osasuna, se pone a otro nivel”, escribe un cliente. Otros elogian la variedad de pinchos, bocadillos y platos combinados, las raciones generosas y el trato amable. “Buen lugar y trato. He almorzado varias veces ahí y siempre bien. Buena calidad y cantidad. Repetiré”, aseguran.
Cuatro décadas después, el bar Sorgiñe sigue siendo ese sitio donde se madruga, se cocina con mimo y se sirve con una sonrisa. Una receta sencilla, pero infalible, que ha convertido este rincón de la Txantrea en algo más que un bar: un hábito diario para muchos.