Comercio Local

El bar más antiguo de un barrio de Pamplona busca relevo: “Funciona de maravilla, sobre todo cuando hay fútbol”

Juan Alberto Gracia e Isabel Guardia en el bar Atalaya de Pamplona. Navarra.com
Las tortillas de patata, los fritos y las croquetas son las estrellas de la barra con una clientela fiel que se conoce por su nombre.

Juan e Isabel forman un tándem perfecto tras la barra. Llevan toda una vida entre cafés, pinchos y almuerzos, y ahora, a las puertas de la jubilación en Pamplona, buscan a alguien que continúe su historia. Son de esos matrimonios que se entienden con solo mirarse mientras uno sirve una caña y la otra remata una tortilla. Él se encarga del trato con la clientela; ella, de la cocina, donde se cuece buena parte de la esencia del local en un barrio del sur de la capital navarra.

Estoy a punto de jubilarme, será el año que viene, en 2026, y estamos buscando relevo”, cuenta Juan Alberto Gracia Vierna, pamplonés de 62 años. “Solo tenemos un hijo, Iván, que tiene 25 años y trabaja en oficinas, y no está por la labor de coger el bar. Habrá que pensar en otras personas. A ver si se animan, porque seguro que van a estar contentos”, comenta entre risas.

El negocio en cuestión es el Bar Atalaya, en el barrio de Santa María la Real de Pamplona, una zona tranquila y algo olvidada que se ha ido reactivando con la cercanía de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) y del pabellón Navarra Arena. Situado en la calle Tajonar 23, el local ha recuperado vida y clientela con un flujo constante de vecinos, universitarios y aficionados que llenan la barra, sobre todo los días de fútbol.

Juan Alberto ha trabajado desde siempre. “Me voy a jubilar con 45 años cotizados”, comenta con satisfacción. “Empecé con 16 años en la empresa Sunsundegui, en Alsasua, y a los 25 me salí. Estuve por mi cuenta en temas de soldadura y luego me metí en la hostelería”, recuerda.

Desde entonces, su trayectoria ha pasado por media Pamplona. “El primero que tuve fue el bar Presley en Burlada, luego el Zuri en San Juan, el Frankfurt en Iturrama, el Gredos y este. A mí siempre me ha gustado este trabajo y he estado muy contento, sobre todo con el Presley y el actual Atalaya”.

A su lado, Isabel Guardia González, de 63 años, comparte ese entusiasmo. Se ocupa de los fogones y prepara con mimo los almuerzos que se han convertido en la especialidad de la casa. “Llevamos seis años en este local y aquí estaremos hasta la jubilación”, explica. “En San Fermín damos más de cien almuerzos, con un montón de cuadrillas de la universidad, del Ardoi de balonmano… hasta que llega un momento en el que tenemos que parar porque no podemos dar a tantos”.

El matrimonio conoció bien lo que significa empezar de nuevo. Antes de llegar al Atalaya, regentaron el bar Gredos, en la esquina de Serafín Olave con Abejeras. “Allí la clientela era un poco mayor y nos vinimos aquí, que hay más diversidad. Este lo cogimos en traspaso. Lo bueno que tenemos aquí son los partidos de Osasuna, los eventos del Navarra Arena, el polideportivo Arrosadía, las oficinas, la UPNA... hay paso de gente todo el día”, explica Juan Alberto, orgulloso de haber encontrado el equilibrio entre trabajo y ambiente.

El ritmo en el Atalaya no decae. “El movimiento es casi continuo. Es diario. Eso sí, el fin de semana sube un poquito, sobre todo cuando hay fútbol”, reconoce él. En el bar se sirven platos combinados, una buena barra de pinchos y comidas por encargo. Las tortillas de patata, los fritos y las croquetas son las estrellas de una clientela fiel que se conoce por nombre. “Es el bar más antiguo del barrio y la gente viene todos los días. Son casi como una familia. Están contentos con nosotros y se puede vivir del bar”, asegura mientras se apoya en la barra.

El horario también tiene su sello. “Abrimos a las 10 de la mañana y cerramos tampoco muy tarde, sobre las 23 o 23.30 horas”, señala Isabel. Solo descansan los lunes y se toman “quince o veinte días después de San Fermín” para recargar fuerzas.

Las reseñas en redes sociales confirman el aprecio de la clientela. “Es un maravilloso lugar. Perfecto para ver deportes, comer un buen pincho, beber una copa. Es atendido por sus propietarios, muy amables”, escribe un usuario.

Otro destaca su honestidad: “Gracias por la honradez de las personas responsables del local. Dejé la mochila con todo y se ocuparon de guardarla y devolverla. Eternamente agradecida”.

Un tercero subraya la calidad de sus pinchos: “Tomé uno de jamón y queso que estaba perfecto. Mi acompañante tomó uno de pimiento que dijo que estaba tremendo. También me han recomendado las croquetas y la tortilla de patatas. Recomendable totalmente”.

Desde su pequeña cocina y su barra siempre animada, Juan e Isabel han hecho del Atalaya un lugar donde se mezcla la rutina con la cercanía, el ruido de los vasos con las risas de los vecinos. Un bar de los de siempre, en el que cada cliente forma parte de su historia.