Juan Pedro, el pamplonés que cumple 45 años en la tienda que abrió con su madre y busca relevo: "Me daría mucha pena cerrar"
Tiene 63 años y lleva 45 rodeado de flores. Desde los 18, cuando la mayoría empieza a descubrir el mundo laboral, él ya se había puesto al frente de un pequeño negocio familiar en Pamplona. Lo hizo junto a su madre, María Pilar Escudero Navarro, que falleció el año pasado y que siempre había sentido una pasión especial por las plantas. “Cuando consiguieron reunir algo de dinero, mis padres alquilaron un local y decidieron abrir una tienda de flores”, recuerda su hijo, que ahora busca a alguien dispuesto a continuar lo que ellos empezaron.
Está muy cerca de otros establecimientos que hemos conocido en este apartado de comercio local en la ciudad. Como es el caso de la tienda de fruta y verdura la naranja valenciana o el bar Jardín con su pulpo gallego y la comida tradicional.
En 1980, el barrio en el que se instalaron apenas estaba en construcción. “Fuente del Hierro estaba sin asfaltar, todo esto eran prados y huertas”, rememora. Él vivía entonces con su familia en la cercana calle Abejeras. “Nos gustaba esta zona para empezar. Era un barrio joven, con niños pequeños, parejas que acababan de firmar la hipoteca”.
Así empezó una historia que se ha extendido durante más de cuatro décadas. Hoy, ese joven que dejó los estudios porque “era mal estudiante” y prefirió trabajar con las manos, ha colocado un cartel que lo resume todo: “Se traspasa este negocio. Rentable y funcionando”. Está pegado a la cristalera de la floristería de la calle Iturrama 43 bis, esquina de mucho paso, donde a diario se detienen vecinos y estudiantes.
Él se llama Juan Pedro Sanz Escudero. Y aunque el cartel anuncia un cambio, no es un cierre. “Me daría mucha pena tener que bajar la persiana. He puesto unos carteles para ver si hay alguien que se anima. Quiero ver cómo está el mercado. Hasta el verano o incluso algo más”, comenta con voz tranquila. Confiesa que ha sido una decisión difícil, pero necesaria. “Llevo muchos años trabajados. Es mucho trote y te va desgastando. Creo que ha llegado el momento de cambiar el chip”.
Durante años, varios familiares han pasado por la tienda y han trabajado con él. Pero hoy está solo al frente del negocio. “No hay relevo familiar. Mis hermanos tienen sus trabajos, y los hijos y sobrinos también. De vez en cuando me echan una mano, pero de forma esporádica”, explica.
Pese al desgaste, sigue convencido de que el negocio tiene futuro. “Se puede seguir viviendo de una floristería. Es un trabajo bonito, aunque algo técnico. Hay que tener una base, conocer las plantas y sus enfermedades. Ese es el hándicap, pero si alguien lo coge con ganas, se puede sacar adelante”, asegura.
Aunque hay otras floristerías en el barrio, no siente que exista una competencia directa. “El barrio es muy grande y no nos molestamos. Son los de siempre y hay una buena convivencia”.
En estos días de incertidumbre, el teléfono ya ha empezado a sonar. “Han llamado varios y estoy hasta sorprendido. Al menos me he ilusionado un poco. A ver si sale algo. Me daría mucha pena cerrar, porque esta esquina es muy buena. Nos ve mucha gente, sobre todo estudiantes”.
Y aunque aún no ha colgado el delantal floral, Juan Pedro ya ha pensado en lo que hará cuando llegue la jubilación. “Sobre todo quiero irme al pueblo, a Echarren de Echauri. Me encanta por la tranquilidad, por tener una vida diferente. Tenemos una casa de toda la vida allí y somos casi de allí”, cuenta con una sonrisa.
Desde aquella floristería abierta en los años 80, cuando en el mercado solo se vendían rosas, claveles, clavelinas y gladiolos, hasta ahora, que ha acumulado experiencia en Valencia y la Escuela Floral Catalana, han pasado muchos ramos, muchas manos y muchas historias. Y tal vez, también, una nueva oportunidad para alguien que quiera seguir cultivando lo que él sembró.