PAMPLONA

Por San Blas, al castañero Mikel verás en San Nicolás: "Las castañas y los roscos casan bien"

Mikel Álvarez, el castañero de San Nicolás, raja las castañas en su casa. IÑIGO ALZUGARAY
Lleva 45 años asando castañas y ese día espera reencontrarse con vecinos que ya no viven en la zona y han sido por mucho tiempo sus clientes más fieles. 

Por San Blas al castañero verás!" Lo dice Mikel Álvarez Menor, una figura clave de San Nicolás, el espacio que será epicentro de la fiesta este lunes en Pamplona. Álvarez lleva 45 años asando castañas, la mayoría de ellos en este rincón de la ciudad. Y espera con ilusión, como cada año, esta festividad porque "es un encuentro con los vecinos de toda la vida". 

Aunque suele abrir su puesto sólo por las tardes, este lunes hará una excepción. "Estaré también por la mañana porque las castañas y los roscos casan bien", asegura. Por eso y porque quiere saludar a muchos antiguos clientes que ya no pueden frecuentar al castañero tan a menudo como antaño. 

En sus 45 años como castañero, le ha dado tiempo para ver crecer y envejecer a muchas personas. "Muchos vecinos de la zona, cuando se han hecho mayores se han ido a vivir a otras zonas de la ciudad, ya sea porque viven con los hijos o han comprado un piso más accesible. Pero nunca se pierden San Blas. Siempre vuelven ese día", explica. 

Álvarez siente debilidad por los ancianos y los niños. Lo comenta abiertamente, pero también se le nota en la mirada cuando habla de ellos. De hecho, asegura que lo que más le motiva de estar presente en la festividad de San Blas en Pamplona no es tanto el que sea un día con buenas ventas, sino estar en contacto con su gente.

Precisamente, este año ha puesto en marcha una nueva iniciativa que habla de su sensibilidad hacia estos segmentos de población. Álvarez muestra orgulloso un cartel que cada tarde coloca en una zona visible de su puesto de castañas. En él se avisa de que, en caso de formarse colas, se dará prioridad a personas mayores, con movilidad reducida o embarazadas. "Esta campaña se han formado bastantes colas y no me gusta ver a personas con ciertas dificultades esperando diez minutos de pie", reconoce. 

El puesto de castañas de San Nicolás se ha convertido en un punto de encuentro. Muchos de los clientes tienen recuerdos de la infancia asociados al olor de este fruto seco cuando se asa y a esta esquina de San Nicolás. Un aroma que recuerda a al otoño y a los paseos por Pamplona cuando vaho se escapa por la comisura de los labios. 

El castañero de San Nicolás, Mikel Álvarez Menor, entrega unas castañas asadas a un niño. PABLO LASAOSA

Lo que muchas personas no saben, es que el castañero de San Nicolás no siembre estuvo ahí. La historia cómo llego a la esquina por la que todo el mundo le conoce enlaza con la del día en la que decidió ser castañero. Álvarez fue padre joven. Con 19 años nació su primera hija y dos años después su hijo. Trabajaba en el sector de la construcción para mantener a la familia. 

"Hubo unas huelgas muy fuertes y en uno de los piquetes, en Elizondo, nos detuvieron porque una de las personas había protagonizado una pelea", relata. Él no tuvo que ver nada en ese asunto, pero sintió que eso le podía perjudicar a la hora de que le contratasen y decidió cambiar de oficio. 

Solía ver a Miguel Martínez, que tenía su puesto de castañas en la calle Comedias. "Me maravillaba la cola que tenía siempre", recuerda. Quiso probar suerte, encargó la máquina de asar y compró las primeras castañas en Santander. "Casi se me ponen malas porque la máquina tardó en llegar", recuerda los inicios. 

El Ayuntamiento de Pamplona le concedió la primera licencia para colocar el puesto de castañas asadas en la plaza de San Francisco. Pero el castañero permaneció poco tiempo en este emplazamiento. En los años 80, San Nicolás era el centro neurálgico de la ciudad. "En los pórticos de la iglesia se ponía una especie de mercadillo hippy que movía a mucha gente", explica Álvarez. 

En un momento dado, le pidieron que fuera a vender castañas al mercadillo y se movió a la emblemática esquina que ocupa hoy. "Incluso llegué a tener también un puesto en el que vendía cepillos para quitar las migas y limpiadores magnéticos para las ventanas", recuerda con nostalgia. 

El mercadillo desapareció con los años, pero el castañero de San Nicolás nunca abandonó ese sitio. De hecho, se convirtió en un emblema de esta plaza de Pamplona. Hasta el punto que muchos Pamploneses acuden hoy hasta allí desde diferentes barrios para comprarle a él las castañas. 

Las vende asadas, dentro de unas innovadoras bolsas con dos compartimentos. "He jubilado los cucuruchos porque tengo artrosis en el pulgar y me costaba hacer tantos. Pero estas bolsas están muy bien porque puedes guardar las cáscaras de las castañas mientras sigues caminando", especifica. 

También comercializa las castañas crudas, en bolsas de kilo. Tienen un precio de 5,80 euros y son perfectas para asarlas en casa o comerlas cocidas.

El castañero de San Nicolás inicia todos los años su temporada coincidiendo con las fiestas de San Fermín Chiquito, a mediados de septiembre. Y la finaliza en los últimos coletazos del invierno. 

"Otros años la terminaba a finales de marzo, pero he estado tiempo dándole vueltas a la idea de extenderla", especifica. Y se ha decidido. Este año venderá castañas, tanto asadas como crudas, hasta finales de abril. "Soy el único castañero de Pamplona que se retira tan tarde", comenta con orgullo. 

LA CASTAÑA, UN ALIMENTO NUTRITIVO CON SELLO DE NAVARRA 

Para Álvarez el producto con el que trabaja es esencial. "Intento tener siempre las mejores castañas", asegura. Por eso, cada mañana se afana en rajar las castañas para comprobar su estado y seleccionarlas. "Elijo las más grandes para venderlas asadas, las que son un poco más pequeñas las vendo crudas y las que son muy pequeñas o están en mal estado las deshecho", sostiene

A pesar de sus esfuerzos, es consciente de que la castaña es un producto natural y esto acarrea que siempre pueda salir alguna peor que otra: "Siempre hay un porcentaje de castañas malas, pero intento detectarlas para no venderlas". 

En relación a la castaña, Álvarez insiste en que, lejos de lo que muchos creen, "son un producto muy saludable". "Mucha gente piensa que engordan, pero no es así", cuenta. De hecho, aunque forman parte de la familia de los frutos secos, nutricionalmente se diferencian bastante. Por ejemplo, son extremadamente bajas en grasa, a diferencia de otros frutos secos como las almendras o las nueves, que pueden llegar a tener el doble. 

Para hacernos una idea, 100 gramos de castañas rondan las 200 calorías, mientras que la misma cantidad de almendras crudas alcanza las 580 calorías. 

Además, las castañas son ricas en calcio, magnesio, sodio, vitamina A, fósforo, potasio y vitamina C, por lo que enriquecen la dieta de las personas que las consumen. En ese sentido, cabe destacar que están especialmente recomendadas para niños, embarazadas y personas mayores. 

Igualmente, es un producto muy consumido por personas que buscan cuidar su corazón, ya que tiene propiedades cardioprotectoras. Asimismo, apuestan por él los deportistas y las personas anémicas. 

También se aconseja su consumo para reducir el estrés. Como se ha explicado anteriormente, las castañas tienen una gran cantidad de magnesio, un nutriente conocido por su capacidad para calmar la ansiedad.

"A veces, parece que por ser un producto de Navarra lo despreciamos", lamenta el castañero. Y recuerda que las castañas son un alimento que nutrió a muchas personas en la zona de la Montaña de Navarra. 

"TRABAJO HOY PARA TRABAJAR MAÑANA" 

"Trabajo hoy para trabajar mañana". Álvarez lo dice convencido. Un lema que se ha convertido casi en su mantra. El castañero de San Nicolás se esmera cada día en ofrecer el mejor producto y ser el mejor profesional posible. "¿Sabes cuándo sé que lo esto haciendo bien? Cuando viene un abuelo y me dice que su nieto está jugando a ser castañero", comenta mientras se le esboza una sonrisa tras la barba. 

Sus ojos también sonríen cuando recuerdan la época en la que visitaba los colegios de Pamplona. "Que cosa más bonita llevar y presentar el producto a los futuros compradores", comenta emocionado. Álvarez siempre se esmera por tener las mejores castañas, pero reconoce que en aquella época guardaba las mejores para llevarlas a los colegios. "Hay que dejar un buen sabor para el futuro".

Muchos niños de Pamplona comieron sus primeras castañas sentados en el patio de su colegio, con los ojos bien abiertos, mientras escuchaban los relatos del castañero. "Hablaba de la vida en el bosque, los frutos o los animales", indica. Álvarez recuerda con nostalgia esas visitas. "Lo dejé en el año 2000. Empecé a hacer alpinismo y ya no me daba la vida", reconoce. 

Aun así, sigue esforzándose en pasar los valores de su profesión a las nuevas generaciones. Ahora, con su nieto de 6 años. "Siempre que viene raja las castañas conmigo", comenta orgulloso. El pequeño domina esta actividad e, incluso, sabe por qué se hace. "Si no las rajas, cuando las asas explotan", cuenta el abuelo. 

Lo pudo comprobar un día que dejó unos minutos sólo a su nieto rajando las castañas. "Cuando las puse a asar, empecé a escuchar que algunas estaban explotando. Le pregunté a mi nieto y me había metido alguna sin rajar para hacerme una broma", cuenta el castañero. Y se le escaba una risa al recordar el ingenio de su nieto. 

Con 64 años, 48 de ellos cotizados, muchas personas estarían ya pensando en la jubilación. No es el caso de Álvarez. "Quiero aguantar, por lo menos, hasta los 70". Lo dice con firmeza, mientras raja las castañas en su casa con las manos ennegrecidas por el carbón. 

No obstante, es consciente de que su salud marcará el momento en el que diga adiós a su esquina en la plaza San Nicolás. "Me tienen que aguantar las manos y la cabeza", asegura. 

Las manos especialmente porque son la herramienta principal de su oficio. "No se suele relacionar la palabra 'artesanía' con los castañeros. Pero yo me siento un artesano", reivindica. 

Álvarez confía en que, efectivamente, el día que se despida de su rincón preferido de Pamplona tarde en llegar: "San Nicolás es mi cordón umbilical con Pamplona", dice emocionado el bilbaíno. 

Aun así, no está preocupado por esa despedida. "Mi hijo Julen me ha mostrado interés por seguir el negocio y me hace mucha ilusión", avanza. 

Eso sí su sucesor tendrá que estar dispuesto a adoptar como suya la cultura del esfuerzo: "Yo me levanto a las seis de la mañana casi todos los días. Estoy rajando castañas hasta las dos del mediodía y a las cuatro salgo hacia el puesto. A las diez de la noche llego a casa. Al día siguiente, vuelta a empezar", detalla. 

Y no sólo eso, el castañero de San Nicolás también pasa noches en vela. "Cuando me toca viajar para comprar castañas, llego a casa a las diez y dos horas después ya estoy saliendo para el destino", revela. "Me gusta estar en Pamplona ya por la tarde porque así no pierdo esas ventas y compenso un poco el gasto de gasolina. De esta forma, evito encarecer la castaña". Esta campaña ya ha hecho 7 viajes. 

Mientras cuenta cómo es su día a día, Álvarez recuerda una anécdota: "Hace poco se acercó al puesto un Irlandés y me dijo que quería ser castañero en Irlanda porque allí no hay castañas. Me estuvo preguntando cómo era el oficio y, cuando le dije mis horarios, se quedó boquiabierto y me dijo que ya volvería más tarde para seguir la conversación. No volvió".

Pese a la dureza del oficio, Álvarez disfruta cada día del contacto con los clientes y de verles sonreír al acercarse a su puesto y detectar el aroma de las castañas asadas. El castañero de San Nicolás sigue soñando con que la magia de ese niño que juega en casa a ser castañero perdure y le haga disfrutar de las castaña el día de mañana, cuando la inocencia de la infancia sea ya un recuerdo lejano.