La excusa es que euscalchandría dice que es más correcto Iruñea, como si los nombres propios estuvieran sujetos a las leyes lingüísticas de los nombres comunes.
- martes, 11 de noviembre de 2025
- Actualizado 00:00
El diablo está en los detalles, dicen, y últimamente me ha dado por ahí: por los detalles, para descubrirlo.
Si se han fijado, el alikate Asirón se refiere a Pamplona con una denominación que no es la oficial: Iruñea. Imagínate que mañana sale alguien diciendo Pamplonea. Pues eso.
Más o menos había un consenso en la ciudad sobre la denominación Iruña, pero al mocete no le gusta el consenso. Total, son todo palabras inventadas, ¿qué más da? A mí, por ejemplo, me sigue gustando más la forma eusquérica Irroña, pero yo no soy alcalde de todos ni me debo a un cargo público con su sueldo y su denominación legal.
Es una gilipollez, sí, pero una muestra cojonuda de cómo opera esa ideología. Los aberchándales, donde hay consenso identitario, no se sienten cómodos. Siempre tienen que llevarlo más allá, ser los más puros, los más vascos, los mejores. Los únicos. Nadie se carga a tanta gente durante tantos años para consensuar con el enemigo nada. Lo quiero todo para mí. Yo decido. Punto.
Por eso Iruña ya no les gusta y se han tenido que inventar lo de Iruñea, que rima con mea, para buscar la pureza sobre la pureza.
La excusa es que euscalchandría dice que es más correcto Iruñea, como si los nombres propios estuvieran sujetos a las leyes lingüísticas de los nombres comunes. Imagínate que mañana salen unos chalados nacionalatas a decir que, a partir de ahora, Bilbado. Y que si dices Bilbao ya no eres de los nuestros. Pues eso.
La coña de todo esto es que si mañana Iruñea se vuelve comercial, se inventarán otra denominación —será por académicos de euscalchandría dispuestos a avalar el asunto— para volver a ser los inmaculados.
Si no hay conflicto, se busca. La política identitaria necesita tensión como un socialista necesita sobrinas. Lo importante no es convivir, sino diferenciarse, aunque sea por una letra. Esa letra se convierte en trinchera. Y ahí, en esa tontería ortográfica, está la colina en la que ha decidido morir Asirón y su tropilla.
Si no fuera por todos los asesinatos que han cometido, la ideología aberchándal, vista desde fuera, siendo un espectador con palomitas, es unas risas. A mí me recuerdan mucho a esos adolescentes especialitos a los que les gustaban grupos raros hasta que fichaban por una multinacional, se hacían comerciales, se ponían de moda y dejaban de gustarles. Porque entonces ya no eran únicos, ya no eran los especiales.
Yo tenía una compañera de pupitre en el cole que me daba mucho el coñazo con Bon Jovi. Tenía la carpeta forrada con sus fotos. El Bon Jovi del disco 7800° Fahrenheit. Hasta que sacaron el Keep the Faith, aburridos, supongo, de no ganar dinero, y el grupo empezó a gustar a las pijitas de clase.
Yo, para chotearme de mi compi, le cantaba cada mañana, con mucho sentimiento y mucha guasa, la canción Bed of Roses, rodillas en tierra incluso, usando el estuche de micro. A la semana, cogió la carpeta y la tiró a la papelera.
No sé si me explico: a tomar por culo Iruñea. Nunca más le volví a oír nada de Bon Jovi. Y eso es todo.
