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Arturo, 30 años detrás de la barra de un bar histórico de Pamplona: “Hacemos muy bien la tortilla de patata”

El colombiano Arturo Suárez dirige el bar Nitcheroy en Pamplona. Navarra.com
Dice estar a gusto en el negocio. “Estamos tranquilos, sin problemas. Aún nos queda un poco, así que a seguir”, comenta.

En Pamplona, entre los bloques tranquilos del barrio más olvidado de la ciudad, hay un pequeño bar que lleva el ritmo pausado de quien no tiene prisa, pero nunca se detiene. Lo regenta Arturo Suárez Rojas, un colombiano de 65 años que llegó a la capital navarra hace casi cuatro décadas y que lleva 30 años al frente del local. “Trabajando tienes que estar, así que ahí vamos, poco a poco. Se sale adelante”, comenta con serenidad.

El bar Nitcheroy, situado en la travesía Pico de Ori número 8 bajo, es de esos lugares donde el café huele a rutina y a barrio en Santa María la Real. Arturo lo atiende prácticamente solo desde hace tiempo, tras haber reducido plantilla. “Antes teníamos personal, pero lo hemos quitado. Al final se simplifica el trabajo. Si hace falta en un momento puntual, buscamos algún apoyo”, explica mientras limpia la barra con gesto tranquilo.

Comparte su vida con su mujer, Gloria Patricia, que trabaja como gerocultora, y con sus hijos, que se dedican a otros oficios. Aunque está a las puertas de la jubilación, no se plantea dejar el bar. “Aún hay que darle un poco. De momento no estoy pensando en eso. Estamos entretenidos. No hay relevo familiar; ellos trabajan en otras cosas”, cuenta con naturalidad.

Dice estar a gusto en el negocio. “Estamos tranquilos, sin problemas. Aún nos queda un poco, así que a seguir”, comenta. En la pequeña cocina del local, la actividad no cesa. “Trabajamos con variedad. Es cocina rápida. Tenemos varios grupos que nos encargan comidas para los fines de semana y, del resto, lo normal en un bar de barrio”, detalla.

La barra del Nitcheroy luce cada día una buena colección de pinchos, algunos fijos y otros que cambian según la jornada. “Lo que más pide la gente son los bocadillos, sobre todo si hay conciertos. Los pinchos que gustan son los de jamón en distintas formas".

"Hacemos muy bien la tortilla de patata y la empanadilla colombiana, que normalmente hacemos por encargo para garantizar la frescura del producto”, explica con orgullo. También prepara una brocheta de carne que, asegura, “se vende muy bien”. Prefiere cocinar bajo pedido: “Lo mejor es hacerlo por encargo porque así sabes que lo vas a gastar”.

El café es otro de sus tesoros. “Lo vendemos muy bien. Es una mezcla de cafés arábicos que está muy bien lograda”, comenta. Su clientela es, en buena parte, la misma desde hace años: “Tenemos gente bastante fiel del barrio y de oficinas. No estamos esplendorosos; eso será en lo viejo, que es donde se funciona mejor, y tampoco a tope”, admite entre risas.

Mantener abierto el negocio requiere constancia. “Aquí mantenemos el bar con mucho esfuerzo. Las horas no te las quita nadie. Abro a las ocho, cierro al mediodía un rato y vuelvo a las seis de la tarde. El fin de semana un poco más, según las reservas que haya”, cuenta.

No ofrece menú del día, pero valora la estabilidad que le da la clientela habitual. “Tenemos el mismo horario casi siempre. La gente nos conoce, y luego lo que salga por pruebas deportivas, conciertos o cosas que se hacen por aquí, como las de la parroquia que tenemos al lado. Algo se nota”, comenta.

Los partidos de Osasuna, confiesa, no se traducen en más ventas. “Eso menos. Habrá que ser campeones primero para que se note”, dice entre carcajadas. La organización del trabajo la lleva en pareja: “Trabajamos más por encargo que de tener preparado. Yo mismo, con mi señora, organizamos las cosas en la cocina y hacemos todo”.

Pamplona ya es su casa. “Prácticamente estamos hechos a la rutina de la ciudad y de la gente. Soy casi un pamplonés más. Aquí vivimos y aquí pensamos seguir, salvo que ocurra alguna cosa extraña”, asegura. Aun así, no olvida sus raíces. Ha viajado a Colombia dos veces en los últimos años: “Fui hace dos años y también hace cinco. Fui de los primeros que vine a Pamplona desde Colombia. Solo había cuatro estudiantes en la universidad privada y alguno que otro empezaba a trabajar”.

Entre sus clientes, el aprecio es mutuo. “Si cierran, nos enfadamos”, bromea una vecina que entra a por un café. Y en internet, las reseñas confirman ese cariño: “Gran almuerzo de 6 de julio. Nos trataron perfectamente y disfrutamos del local y del ambiente festivo”, escribió un visitante en redes, describiendo sin saberlo el espíritu del Nitcheroy: un bar sencillo, de los de toda la vida, sostenido por la constancia de quien lleva 30 años detrás de la barra con la misma sonrisa.