Detrás del mostrador de una pequeña tienda de chucherías, entre bolsas de gominolas y olor a regaliz, Agustín Villarroya Ochoa, conocido por todos como ‘Tino’, lleva casi tres décadas atendiendo a generaciones enteras de vecinos. Este pamplonés “de toda la vida” ha convertido su pequeño local en un rincón lleno de risas, confianza y sabor a infancia.
Su tienda se encuentra en la plaza Lapurbide, justo al lado del Ayuntamiento, y es uno de los lugares más conocidos del centro de Ansoáin. Allí, con una paciencia infinita, Tino ha despachado durante casi 27 años chuches, pipas, bebidas frías y conversación amable a todo el que pasaba por la puerta.
El pasado 20 de octubre cumplió 66 años, y con la misma claridad con la que coloca los caramelos en los estantes, ya ha puesto fecha al final de su vida laboral. “En agosto del año que viene, en 2026, me jubilo. Ya está decidido y adjudicado. Apenas diez meses. Ya está bien, porque llevo muchos años trabajando”, afirma entre sonrisa y resignación.
No esconde las ganas de descansar. “Tengo ganas de tener unos días de descanso porque aquí hay que venir todos los días del año, menos en Sanfermines, Navidad y Año Nuevo”, cuenta. Y lo dice con conocimiento de causa: nunca se ha cogido una baja. “Los más sanos del mundo somos los autónomos. Eso siempre ha sido así y siempre lo será”, asegura divertido, reivindicando el espíritu de quienes no entienden de festivos.
El negocio, dice, le ha dado mucho más que un sustento. “Estoy encantado, lo que pasa es que ya va siendo hora de dejar la tienda. Yo la dejo. Si alguien la quiere… que se ponga en contacto conmigo”. Entre los productos más vendidos destacan las gominolas, las pipas, los regalices y alguna bebida. “Prensa no vendo porque sería aún más esclavo”, comenta con ironía.
Aclara que no se marcha porque las cosas vayan mal. “La tienda da para vivir. No con lujazos, pero da para vivir. Lo que pasa es que llega un momento en que uno se cansa de trabajar. No hay relevo familiar. No he puesto ni el letrero de ‘se vende’, pero lo pondré. Si alguien le interesa que venga y hable conmigo. Yo quiero vender y quiero irme ya”, confiesa con naturalidad.
Cuando hace balance, lo hace con satisfacción. “He estado bien, porque si no, no hubiera seguido tanto tiempo. Eso seguro. La gente me dice que no me vaya, que a ver qué van a hacer sin mí. Aquí lo que hay que tener es paciencia, y eso a mí me sobra”, resume con calma.
Y como si la vida le hubiera querido premiar esa constancia, este año ha vivido algo que no olvidará jamás. El pasado 18 de septiembre de 2025, fue el encargado de lanzar el chupinazo de las fiestas de Ansoáin, tras una votación popular en la que recibió 898 votos, más de la mitad del total. “Me lo propusieron. Me votó más de medio pueblo y lo tiré. Fue muy bonito, muy emotivo y emocionante. No me esperaba que iba a tirar el cohete”, relata con una mezcla de emoción y orgullo.
“Para mí es un orgullo. Muy contento y muy feliz. No lo olvidaré jamás. Estaba toda la plaza gritando mi nombre, ‘Tino, Tino’, y se me fue la mente. Muy a gusto, la verdad. Es algo muy especial en la vida de una persona. Somos diez mil personas en Ansoáin y lo tira una sola. Lo repetiría mañana mismo”, cuenta aún con brillo en los ojos.
Su candidatura fue presentada por Antsoaingo Talde Gorria, y competía con otras dos propuestas: la Peña El Charco que ha cumplido 50 años y Marisol Compains. Este año se batió, además, un récord de participación en la votación popular.
Desde el Ayuntamiento de Ansoáin destacaron públicamente el cariño del pueblo hacia su tendero más querido. “Su pequeño comercio no solo ha endulzado la infancia de varias generaciones, sino que se ha convertido en un punto de encuentro, alegría y cercanía en el corazón del pueblo. Su dedicación y paciencia han dejado una huella imborrable en Ansoáin que la ciudadanía ha querido premiar eligiéndole para lanzar el chupinazo”, expresaron en una nota.
Pero Tino no solo reparte chuches y simpatía. También es un osasunista de los pies a la cabeza. “Vamos, eso… igual hay cincuenta escudos en la tienda. Se nota”, comenta divertido. Su rutina no ha cambiado en años: abre a media mañana, “sobre las doce”, y por la tarde “desde las cinco hasta las nueve y media o diez de la noche, según el trabajo que haya”.
“Si estoy aquí es porque la tienda me ha dado la vida. Esta tienda lleva muchísimos años. Igual soy el cuarto que la lleva. Llevará 50 o 60 años abierta”, detalla mientras observa el mostrador con una mezcla de orgullo y nostalgia.
Cuando llegue el momento de colgar el delantal, tiene claro lo que quiere hacer. “No le voy a dar a nada. Dejar de decir ‘tengo que’. Lo que salga. El ‘tengo que’ lo quito. Me voy a recorrer Navarra entera. Al pueblo donde haya algo especial, allí estaré. En Milagro a las cerezas, en Artajona lo que haya. Es que no he podido ir a ningún lado. Voy a intentar hacer lo que no he hecho en treinta años”, confiesa, imaginando ya la libertad que le espera.