Sin pedir permiso a la ideología ecologista, que profetizó hace décadas que España en 2025 iba a ser un desierto, se han llenado los pantanos este invierno como no se recordaba.

En este mundo de emergencias climáticas que nos han venido para que alguien gane más dinero, -lo verde siempre es más caro, menos eficiente e igual de contaminante. ¿Cuánta energía se consume en construir una torre de acero de un aerogenerador?-, va declinando el invierno y asomándose la primavera, tan callando, como la copla de Jorge Manrique.
Se alargan los días, se suavizan las temperaturas, se activa de nuevo la naturaleza. En unas semanas, la vid comenzará a llorar, como cada año, y se volverá a activar el círculo virtuoso que nos lleva de tener, en solo seis meses, una madera inerte a unos racimos de uva magníficos con los que, de nuevo, llenaremos las barricas de futuro vino en septiembre.
Sin pedir permiso a la ideología ecologista, que profetizó hace décadas que España en 2025 iba a ser un desierto, se han llenado los pantanos este invierno como no se recordaba.
La precisión con la que se suceden las estaciones es sorprendente. Llevo fijándome desde que esto del ecologismo se convirtió en un negocio que básicamente consiste en que la izquierda se forre para salvar el planeta. Recibe cientos, miles de millones de euros que ellos mismos se conceden, a costa de que tú se los pagues y te quedes sin nada. El dinero que antes utilizabas para comprar un coche ahora te lo quitan en impuestos para salvar la Tierra. A ti nadie te salva. No debes de ser parte del planeta.
El mundo iba bien, había un equilibrio entre contaminar menos y el bienestar humano. Nadie quiere en Occidente matar nada, ensuciar nada, ni intoxicarlo todo —el 95% de los vertidos de plásticos al mar se producen en ríos de África, India y Asia—. La mayoría de los occidentales solo queremos tener una vida agradable, cómoda, disfrutar del progreso, no ser sus esclavos. Por eso asumimos que la vida es también hacer uso de la naturaleza, no preservarla como un juguete que no sacas de su envoltorio. Cuidémosla, claro, ¿quién se niega a eso?, pero empezando por el ser humano. No releguemos al hombre al último escalón de toda esta historia.
Quien haya visto el Arga hace 50 años sabe que estaba más contaminado que hace 25. Los coches de gasolina habían alcanzado tal progreso tecnológico que la polución que producían era completamente asumible y compatible con la vida. Ahí están los índices de esperanza de vida en España, que no han dejado de crecer nunca. Pero entonces llegó el delirio y se lo cargó todo. El modelo ya no les servía para hacerse millonarios y tuvieron que reinventarse.
Las evoluciones no generan pelotazos; los pelotazos vienen de las revoluciones, de las sacudidas sociales, de ponerlo todo patas arriba. Eso la izquierda lo sabe muy bien y lo controla con una eficacia admirable. El ecologismo se convirtió en la ideología perfecta para seguir haciendo caja, más caja, infinita caja, porque había que cambiarlo todo y todo lo que es nuevo alguien tiene que venderlo para que tú tengas que pagarlo… por el bien del planeta, recuerda.
Y por el bien del planeta no puedes levantar la voz y decir: “Un momento, este decrecimiento es absurdo, se carga el bienestar humano”. Ni negarte, porque entonces solo quieres la destrucción y, antes de que destruyas lo que en realidad no quieres destruir, alguien oficial te destruirá a ti para que no molestes y sigas pagando.
Con la llegada de Trump y con la guerra de Putin, el invento verde se tambalea. Europa ha visto la oportunidad de cambiar el modelo y los mismos que hace tres meses te hablaban de que la ecoansiedad era el gran drama del siglo XXI, ahora van a forrarse con un rearme alocado y sin sentido, revolucionario, de nuevo.
Sánchez se ha puesto el primero a abrazar el nuevo tiempo, con el símbolo del euro en los ojos. La misma historia de siempre. No quieren evolucionar el sistema defensivo de España, modernizar el ejército; han olido pasta, mucha pasta, como en la pandemia con las mascarillas, y solo quieren seguir haciendo caja y seguir volando a Santo Domingo, ese destino misterioso que se repite hasta la náusea en los historiales de la mayoría de los aviones oficiales del gobierno de Sánchez. Y eso es todo.