• miércoles, 04 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Karril bitzi de Irroña, kanpora. Y el alikate Asiron, también

Por Javier Ancín

"A estas alturas de la película y después de que se haya demostrado que en Pamplona los carriles bici van vacíos, Asirón sigue empeñado en montar un pifostio en una avenida principal que nadie quiere, nadie pide, nadie necesita".

Avenida de Pío XII. ARCHIVO
Avenida de Pío XII. ARCHIVO

Todos tenemos nuestras obsesiones, que cuando no van más allá de nosotros mismos, pues mira, chico, es lo que hay, te dices frente al espejo. Al menos no molesto a nadie con la turra que me doy con aprender a tocar la guitarra desde hace siglos, como a mi me pasa. Me bajo al trastero y lo intento una y otra vez, pero nada, no hay manera. Acabo desistiendo para, cíclicamente, desenfundarla de nuevo y ponerme a ello con un fracaso cada vez mayor que me vuelve a esperar detrás de la esquina.

La movida empieza a ser preocupante cuando tu obsesión implica a los demás. A tu cuadrilla, cuando todo el santo día la quieres arrastrar a tal bar porque te gusta su música o la camarera. O a tu familia, cuando ya de mayor, la llevas a tu delirio de querer construir una fábrica de hielo en mitad de la selva, como le pasa al personaje de Harrison Ford en La costa de los Mosquitos.

En ese punto está Asirón, que ha vuelto de alikate a Irroña con su eterna neura de crear una ciudad para una población que no existe. Se le metió en su enorme cráneo durante su primer reinado que tenía que destrozar la avenida de Pío XII y en esas sigue en esta nueva vuelta al trono, regalada por el PSOE, desde su Elba mental. Me lo imagino cada mañana entrando en la ciudad, de la que no es vecino, por la avenida que le mira como a los que se asoman al abismo acaba por mirarles a ellos.

Desde su coche oficial, recorriendo Pío XII, todos los días, metiéndosele su obsesión aún más dentro, envenenándole como ya sabemos a estas alturas que le pasa con todas sus frustraciones. No parará hasta que solo su coche oficial de alikate pueda enfilar esa avenida desde su residencia en Cizur, consagrándola a las bicis que en Pamplona son un trasto, afortunadamente, residual.

A estas alturas de la película y después de que se haya demostrado que en Pamplona los carriles bici van vacíos, Asirón sigue empeñado en montar un pifostio en una avenida principal que nadie quiere, nadie pide, nadie necesita.

Asuma su derrota, recoja su velamen y no salga más a faenar, deje en paz las calles y búsquese otra obsesión -el Taitxi, que tiene te hache, yo qué sé-, que en Pamplona nadie quiere usar esa infraestructura, ni los abundantes peatones que pasean por las amplísimas aceras de esta ciudad, ni los igualmente abundantes conductores y pasajeros de los coches que circulan por sus calzadas.

Comprendo que para un aberchándal, que vive siempre no en la realidad sino en la ensoñación, en sus vahos psicohistóricos, sea complicado de verlo, pero las ciudades son para sus habitantes, no para la fantasía que tengas en tu en la cabeza de lo que son sus habitantes.

Como he vuelto a ser un jubilado, el otro día me paseé con mi bici/bitzi, para arriba y para abajo, por ese flamante carril ídem de la Chantrea al centro que les han construido a todos esos que el 1 de enero te prometen que van a ir, cada día, al gimnasio. En casi una hora que estuve enredando conté seis, o cinco y medio. Uno subía la cuesta de Labrit empujando el amasijo de hierros individualista, un cachibache/katxibatxe sin mucha utilidad social más allá de la lúdico deportiva, que es la bici. Y eso es todo.

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