• viernes, 06 de diciembre de 2024
  • Actualizado 21:23

Opinión / Ha sido columnista habitual del periódico El Mundo, colaborando también con otros periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Ha participado en el programa debate de TVE, 59 segundos.

El hambre del maestro

Por Rafael Torres

La OCDE ha censurado al Estado español, a su sistema educativo más concretamente, por su desidia en relación a los maestros. 

Como se sabe, o, bueno, como no se sabe, pues la educación no parece interesarle gran cosa a nadie en España, los enseñantes de nuestro país nunca vuelven a ser evaluados una vez terminan la carrera, de modo que de si lo hacen bien, mal o regular en su trascendental trabajo sólo se enteran los alumnos, a los que, por lo demás, tampoco les hace nadie demasiado caso.

Lejanos nos parecen los tiempos en que el hambre del maestro era el paradigma del hambre, y el propio maestro el arquetipo de la miseria. Hasta la llegada de la II República, que le otorgó la dignidad, la formación y el salario que su alto oficio merece, los beneméritos maestros de escuela españoles bastante tenían con no morirse de frío y de hambre, pero destruida aquella y su fantástica y potente apuesta por la educación pública, las cosas tornaron, tras la Guerra Civil, a la situación de antes, si es que no peor por la masiva depuración de maestros "desafectos". Aún no hace mucho, la de Magisterio era considerada una carrera menor, como la de Periodismo, fenómeno comprensible si se piensa que las dictaduras se sienten particularmente felices fomentando la ignorancia y la desinformación. Lejanos parecen todos esos tiempos oscuros, pero el maestro español sigue pasando hambre, si bien otra clase de hambre, la de la atención, la del reconocimiento.

Nadie se ocupa de evaluar a los maestros, a los profesores, durante su carrera, lo que equivale a decir que nadie se preocupa de su reciclaje, en el sentido de la regular puesta al día que requiere todo oficio sujeto a las mudanzas de la sociedad y de sus formas de vida. No ocupándose ni preocupándose de ello, el perjuicio para el profesional es grande, pero para sus alumnos, los ciudadanos del mañana, inmenso. Sólo en México, al parecer, se abandona a su suerte al enseñante de por vida, lo que, con todos los respetos hacia el país hermano, se le nota mucho, tanto como se nos nota aquí. Si hay alguien que necesita aprender constantemente, cada día, no es el educando, sino el educador. ¿Tanto cuesta que lo verificara alguien, el sistema, a fin de que no se ciegue, ni para el uno ni para el otro, la fuente del saber?

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