-Claro que sí, tía. Ahora mando a estos dos fortachones y te cambian la cama de habitación. No les va a pasar nada por dejar un rato la PlayStation. Todo el día con los puñeteros videojuegos...

-Claro que sí, tía. Ahora mando a estos dos fortachones y te cambian la cama de habitación. No les va a pasar nada por dejar un rato la PlayStation. Todo el día con los puñeteros videojuegos...
-No sabes cuánto te lo agradezco.
-Les va a venir de maravilla hacer el bien. Volverán contentos, tía.
Los fortachones atendían a los nombres de Iñigo y Carmelo. A sus trece años preferían distraerse con sus cosas que hacer recados, pero (por imperativo legal) no les quedó más remedio. “Anda, no seáis pelmas y hacedle este favor a vuestra tía Josefina”.
Llegaron a casa de su tía abuela, quien los recibió con dos pares de besos y una cama del siglo XIX que debían desplazar a la habitación de al lado: diez metros de mudanza. Cuarenta minutos después acabaron la faena con más corazón que pericia; sofocados, sudorosos, exhaustos.
-¡Qué fuertes sois! ¿Os habéis cansado mucho? ¿Queréis tomar algo?
Como buenos adolescentes, tiraron de monosílabos y no tardó en llegar una bandeja con dos vasos de cristal grueso con detalles geométricos y con varios trozos de hielo macizo en su interior. A las dos horas regresaron a casa cantando de forma escandalosa, sin pudor, desafinando.
-¿Se puede saber a qué se debe tanta alegría?, les preguntó su madre.
-La tía nos ha preguntado si teníamos sed, comentó Iñigo entre carcajadas.
-Se ha liado con las botellas y nos ha servido un par de whiskys, añadió Carmelo.
Y la madre de aquellos achispados muchachos, medio disgustada medio con risa floja, recordó la frase que le comentó a su tía Josefina: “Volverán contentos, tía”.
Ideación de Mudanza
Me cuenta una amiga que su abuela, por error, le sirvió a su hijo de trece años whisky en lugar de mosto.
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