¡Quién sabe dónde está la pena cuando se va muriendo la tarde!
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Es la tarde.
Las hojas de los árboles ruedan cenicientas por Estafeta, Santo Domingo, por Mercaderes.
¡Quién sabe dónde está la pena cuando se va muriendo la tarde!
No conocía, personalmente, a José Aldaba.
El sol se ha muerto, y por esos tristes caminos hoy más que nunca, polvorientos, un cuerpo comparece como herido de asta.
Alguien tendrá que decirnos que la tarde está gris y violeta, y que una niebla cristalina envuelve el eco de un cántico afónico de pena.
A mis ojos era el semblante de una persona buena. Y eso basta.
Con paso firme va la sombra hacia la plaza. Parece que ha corrido más de la cuenta.
Es el silencio de esta tarde la que ha callado a ambos tendidos.
Llora la radio y la tele y la música llora.
No sé si ha sido en el primero o en el sexto de esta huérfana tarde cuando se ha encendido el incienso.
El blanco se ha vuelto luto y del rojo solo queda la cruz que lo abraza.
Alguien ya susurra al oído a San Fermín para que eche un capote.
Las ambulancias repican como nunca veremos.
Las almas se incorporan de las camillas para darle la bienvenida.
Es la tarde.
A mis ojos era el semblante de una persona buena. Y eso basta.