Los primeros sentimientos son siempre los más naturales.

A veces, cuando uno observa a su equipo desde la grada o desde la televisión, siente algo más que emoción. Siente pertenencia. Orgullo. Una sensación de que lo que ocurre ahí abajo en el campo tiene algo que ver con su propia historia. Algo parecido a su manera de estar en el mundo.
Eso, precisamente, es lo que ha vuelto a conseguir Osasuna esta temporada: que miles de personas sientan que el rojo no es solo un color, sino un lenguaje, una memoria, una forma de estar vivos.
La 2024-2025 ha sido una temporada de verdad.
Una campaña que ha consolidado un año más la idea de que Osasuna no es un equipo de paso, sino un proyecto con alma. Una familia en la que cada uno, desde el portero hasta el último aficionado, tiene su sitio y su razón de ser.
Y esa razón de ser tiene nombres propios.
El primero, sin duda, es el de los jugadores. Esta plantilla ha demostrado lo que significa sentir los colores. Porque aquí no se viene solo a correr detrás de un balón. Aquí se viene a representar a un pueblo, a una historia, a una forma de hacer las cosas. Hemos visto a canteranos que llevan El Sadar en las venas y a fichajes que, sin haber nacido en Navarra, han entendido desde el primer día lo que es Osasuna: entrega, humildad y coraje.
Da igual que se enfrenten al Barça o a la Unión Deportiva Las Palmas, el compromiso ha sido siempre el mismo. Y eso, se agradece, se valora y se celebra.
Pero no hay que mirar solo al césped. En el banquillo, una figura como la de Vicente Moreno, quien ha firmado una campaña sólida, coherente y valiente. Bajo su dirección, el equipo ha crecido con paso firme, sin grandes alardes pero con constancia. Gracias, míster.
Pero hay una figura, quizá menos mediática, que también merece un aplauso prolongado.
El presidente Luis Sabalza. Diez años lleva ya al frente del club. Diez años que no han sido un camino de rosas. Y, sin embargo, aquí estamos. Con un club saneado y con una estructura sólida.
Sabalza ha sido, en muchos momentos, el timón silencioso que ha evitado que el barco se fuera a la deriva. No ha hecho ruido, pero ha hecho camino. No ha buscado protagonismo, pero ha sido fundamental. Su legado no es una frase, es un club que ha vuelto a creer en sí mismo.
Y eso, al final, es lo más importante. Creer.
Porque Osasuna ha vuelto a enseñarnos que lo importante no es solo ganar, sino saber por qué y para quién se gana. Que la victoria no está solo en el marcador, sino en la forma de afrontar los partidos, de comportarse en la derrota.
El Sadar ha sido este año más que nunca una caldera. No solo por el ruido o por el ambiente, sino por el calor humano que genera cuando el equipo responde, cuando la grada empuja, cuando los niños que entran de la mano de los jugadores sienten que ahí, en ese momento, están tocando el alma de su tierra.
Gracias, Osasuna.
Por otra temporada para recordar.
Por hacernos sentir, una vez más, que este equipo no solo juega. Este equipo nos representa.