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Opinión /

Ojalá sigan callados los sindicatos

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En verano gastaste para divertirte, en invierno te vas a hipotecar para sobrevivir, y a lo mejor ni así lo consigues.

GRA074. PAMPLONA, 18/07/2017.- Un grupo de niños disfruta de las fuentes de chorros de agua en Pamplona para hacer frente a las altas temperaturas que se han dado durante estos últimos días en la capital de Navarra. EFE/Iván Aguinaga

Últimos tragos de la fiesta, últimos bailes, últimas miradas de lado a lado de la barra, últimas conversaciones en la cola del baño, últimas salidas a fumar y ultimas miradas al reloj. Me queda aún media hora, se dice aquel tipo del fondo...

Te quedaba, colega, que ya se empieza a ir la gente, se abren claros en el bar, emerge el suelo sucio y resbaladizo y la claridad parecen subir en intensidad hasta que cesa la música y todo es luz, tan real que asusta mirarse las caras. La fiesta ha terminado y el verano también.

Entra septiembre sin haber terminado aún agosto, como terminan los Sanfermines sin haber empezado aún el 15 de julio, que los preludios ya son despedidas. Tendremos que volver a nuestras cosas, enterrar a Chanquete, dejar a Pancho triste en su pueblo que va cerrando las persianas y preocuparnos de lo que no queríamos preocuparnos los dos últimos meses, cansados de vivir solo para sobrevivir. 

Se nos acaba el verano, se nos viene un invierno que no sé ni si vamos a poder pagar.

El final del verano juvenil siempre es triste. Del subidón al bajón de cada mochuelo a su olivo, y mochuela, como la letra esa del Duo Dinámico: tú partirás y ya solo me queda como consuelo saber el momento en el que me olvidas, ojalá que sea tardío, porque nunca volveremos a vernos. 

De mayor te acomodas mejor en la tesis de Serrat, mucho más estoica, fatalista, resignada: nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. El verano está desahuciado llegado a este extremo, que septiembre ya asoma como sombra... y septiembre solo es el refugio de los ilusos que aún creen que los días son largos, las noches cortas y las temperaturas agradables para el baño. En septiembre no hay amores, salvo en las crepusculares películas de Garci.

En septiembre se vuelve al cole, a los trabajos quien los tenga y a mirar los extractos de la cuenta para ver los estragos de la fiesta. Mereció la pena esa paella en aquel chiringuito o esa última ronda en la discoteca playera en la que aterrizamos de emergencia, pero ahora toca pagarlas.

Con el drama de que si el verano fue caro el invierno que nos han preparado: inflación por encima del 10%, inestabilidad laboral, impuestos desbocados, energía que quizás hasta nos la corten... puede ser carísimo. 

En verano gastaste para divertirte, en invierno te vas a hipotecar para sobrevivir, y a lo mejor ni así lo consigues, que este año sí que tiene todas las pintas de ser trágico.

Más vale que gobierna la izquierda, porque si gobernara la derecha, esos sindicatos que han callado como meretrices untadas de billetes, en todo el proceso degenerativo que ha sido el gobierno de Sánchez que nos ha traído hasta aquí, tendrían las calles en llamas y las aceras llenas de cristales rotos. 

Esta vez, al menos, vamos a morir como sociedad, quizás hasta literal porque a ver quién paga el gas de la calefacción venidera, en completo silencio, que oye, llegado a esta encrucijada histórica sin retorno es un alivio. 

Bastante tengo con morirme como para que además el del fular al cuello, el zángano ese de la UGT, te de el coñazo megáfono en mano o te reviente de una pedrada el cristal de la ventana del dormitorio donde agonizas, muerto de frío. Ojalá no hable nunca más. Y eso es todo


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