Se está repitiendo hasta la saciedad que los desbarajustes "desorden y confusión" según la RAE) que hoy vive Podemos -y el propio PSOE- es un problema de simple liderazgo personal, de nombres y no de ideas, de celos, de traiciones, de bisoñez, esas cosas que pasan cuando uno atraviesa en un abrir y cerrar de ojos la inquietante y delicada frontera que separa la infancia y de la adolescencia.
Ignoro si por la boca muere el pez porque nunca he sido aficionado, pero sí estoy seguro de que en este siglo de luces y hemerotecas abiertas día y noche a un clic de distancia, los responsables políticos, los protagonistas de las cosas, esos que tienen una repercusión social y mediática, deberían meditar quizás medio minuto antes de hablar/escribir.
Culpar de todo a Pedro Sánchez, abroncar a los críticos, mirar bien o mal a Susana Díaz, asistir atónitos a lo que está pasando en el PSOE, es, tal vez, quedarse en la anécdota, en la explosión sin más porque alguien tuvo que poner la dinamita antes para que ese gran edificio de casi siglo y medio se esté viniendo debajo de la noche a la mañana.
Si se cumplen en parte o en todo las encuestas y si cumple en parte o en todo lo anunciado por los partidos políticos, España seguirá sin gobierno y habrá que convocar nuevas elecciones ante el pasmo de los propios españoles, la incertidumbre de los mercados y el miedo de Europa amenazada ahora, además de con el dichoso Brexit, por el incierto futuro de su cuarta potencia económica, nosotros.
Llegan con cuentagotas las noticias de Grecia; ocupan un lugar poco destacado en los medios y ningún partido -hablo de Podemos, naturalmente- parece que tenga muchas ganas de seguir llamando "hermano" a Tsipras y menos aún de izar junto a Syriza la bandera que iba a cambiar el rostro inhumano de una Europa tiránica y capitalista hasta la desesperación. Ya nadie habla del inefable Varufakis -ni siquiera el propio Tsipras- que ya no es más que un verso suelto atractivo pero imposible.
Los golpes de pecho de los líderes políticos reconociendo su propio fracaso que nos lleva a nuevas elecciones, suenan más, me temo, de cara a la galería de próximos votantes que al reconocimiento sincero de lo que sin duda ha sido un alarde de falta de diálogo, de excesos de egos y de ansias partidistas y personales de alcanzar el poder al precio que sea.
Cuando Zapatero afirmó -mientras contaba nubes- que los acuerdos a los que llegara su sucesor Pedro Sánchez serían los mejores, me permití echarme a temblar; los augurios y los hechos del ex presidente socialista han sido sistemáticamente catastróficos y equivocados en tres direcciones: dejó al PSOE al borde del abismo, levantó los fantasmas del pasado, echó gasolina a las brasas de los nacionalismos, fue incapaz de ver la crisis y hundió en la miseria la economía española.
Desde el sentido común, el no apasionamiento, la creencia más o menos firme -sólo más o menos- de que todos deben pensar que lo mejor para el país es la solución que ofrecen y de que les importa más el conjunto de los ciudadanos que sus propias vanidades, desde todos esos puntos de vista, no resulta nada fácil entender qué está pasando y cuál es el futuro que nos espera.
Resulta comprensible que la foto de una Infanta de España sentada en el banquillo de los acusados concite un lógico interés mediático porque todos los segmentos de la población esperaban este día; unos para ver si se aplicaba la doctrina Botín y otros para discutir el modelo que podría llevar para la ocasión la encausada.
Vale, ya sé que cuesta creo que once euros visitar el Palacio Real, pero en ese negocio, si es que lo es, no tiene arte ni parte Felipe VI que eligió precisamente ese marco para el mensaje de Navidad y creo que por una doble metáfora: en primer lugar dejó claro que aquel lujo era de todos los españoles y a la vez que quien desde allí hablaba no era un padre de una familia cualquiera --esa bobada-- sino el Rey/Jefe de Estado.
La explicación de Pablo Iglesias para no asistir a la recepción del Rey en el Palacio Real sólo se entiende si está fabricada para ser carne de columna, objeto de viñeta, tema de chiste. Ni siquiera es provocadora; dice textualmente: "Consideramos que nuestra presencia es más útil en la defensa de los derechos y la justicia social en este país, como hacemos a diario junto con otras personas, organizaciones e instituciones, que en este tipo de actos".