• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Romeo y Asirón: que caiga el telón

Por Javier Ancín

Uno de los mejores regalos que me han hecho en la vida fue cuando me llevaron a vivir un Macbeth en La pensión de las pulgas, calle Huertas 48.

La policía municipal de Pamplona y el alcalde Asirón celebran la festividad de San Miguel. MIGUEL OSÉS (1)
Joseba Asirón y Aritz Romeo, alcalde y concejal de Bildu en Pamplona. MIGUEL OSÉS

Ni 25 personas dentro de la obra, derruidas todas las paredes, la primera la cuarta, licuada, para formar parte del drama, estancia tras estancia, de aquella casa antigua que crujía del barrio de las letras. Los actores éramos todos. Unos hablaban otros sosteníamos el aire, la tramoya, dejando de respirar, hinchando los pulmones. Ni patio de butacas, ni butacas ni nada. Solo un espacio donde todo se mezclaba, de forma única y perfecta cada pase.

Te rozaban las laminas en sus correrías por la sala y te cortaba el aliento la sensación de palpar la historia, la profecía, el destino. O cuando acababas entre escalofríos, las manos heladas, sentado a la mesa en la que se iba a celebrar el banquete con el fantasma ensangrentado de Banquo a tu vera.

El montaje, pese a ser tan pequeñito, tan clandestino, tuvo varias nominaciones a los premios Max de teatro de aquel año. No recuerdo si ganó alguno pero yo sé los habría dado todos. No he aplaudido tanto jamás. Supongo que para sacarme el terror contenido, el miedo sólido de entre las articulaciones. La intensidad fue tan brutal que aun hoy, al recordarlo, me sudan los dedos cuando escribo esto y tengo que secarlos contra el vaquero para que no me resbalen las letras por la pantalla del iPad. Una maravillosa obra de arte efímera y eterna.

Salí de allí en shock. Fuera llovía y hacía frío y nos apretamos bajo el paraguas para combatir el impacto en las entrañas de lo vivido, camino de alguna tasca donde echar un vino y conseguir aterrizar de nuevo en el aquí, en el ahora. Me costó una eternidad lograrlo aquella madrugada, sin poder conciliar el sueño, ni mirando como sueñan los que duermen abrazados a las almohadas conseguí apaciguarme. El teatro es un misterio irresoluble. El teatro es un milagro. El teatro es pura vida.

Pensaba hoy en aquella tarde, mucho, mientras le daba vueltas a cómo conectarlo con las ambiciones, culpas, muertes, cuchilladas, derrumbes, traiciones y demás dramas del Ayuntamiento de Pamplona actual. Imposible. Es que es imposible, esto no llega ni a sainete.

A lo que más se parece la vida municipal es a una obrita de fin de curso de parvulitos donde los padres aplauden como posesos, atontados, solo porque son sus hijos los que están haciendo el ridículo en el escenario. Los padres, como los votantes aberchándales de los partidos del cuatripartito –los 4, cuatro, IV-, ya se sabe, lo aplauden todo, por sistema, hasta cuando su crío se caga, que suele ser habitualmente. Un clásico de la literatura universal: "Niño cagón que rima con... alcalde". Autor anónimo.

En Pamplona lo más cercano que se puede encontrar de Shakespeare es a un concejal, Aritz Romeo, Capuleto político en realidad, -oh, Julieta, mi Juli, mi... amor-, que nos ha legado a la ciudad la mamarrachada de unos munipas con logotipo sin corona, chucho cercado y eslogan de poeta de bragueta, es decir, horteras y más feos que una orquitis. Y de vergüenza ajena, como toda la gestión de estos dos insufribles años. Qué ciudad, colega... qué ciudad de desquiciados y tan poco literaria. A ver si cae el telón pronto. Y eso es todo.


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Romeo y Asirón: que caiga el telón