"Ellos roban, te roban y tú a pagar y a callar".

Como esta columna es mía y como tampoco la lee nadie, voy a desahogarme, que para eso básicamente escribimos los que escribimos, para desahogarnos.
El otro día sufrí un timo por parte del Ayuntamiento de Irroña vía uno de sus amables vigilantes del ya de por sí timo estacionamiento regulado. La cosa más o menos fue así.
Me calzó una multa en el intervalo de salir del coche, ver que me había quedado sin batería en el móvil para pagar la zona azul, ir al comercio más cercano a hacer cambios, acercarme a una máquina, meter las monedas y volver con el ticket en la mano. ¿Dos… tres minutos? Dudo que fueran cuatro. Yo corro en la cinta del gimnasio series de un kilómetro a cuatro minutos y sé que ese tiempo es una eternidad, sobre todo el último minuto, donde caben mil o dos mil segundos.
Al pedirle explicaciones sobre la multa al amable operario del Ayuntamiento de Irroña, que lleva el logo y escudo municipal en la pechera, para que no quepa dudas de la oficialidad del asunto, el asunto fue aún más surrealista.
—¿Pero qué anda, buen hombre, no me joda que me ha multado?
—Has excedido el tiempo de estacionamiento.
—¿Perdón? Si acabo de aparcar… cómo voy a exceder nada si no me ha dado ni tiempo —le dije.
Aquí consta que usted tenía un ticket digital activo que ha finalizado hace media hora —me respondió.
—Ese pago es de otro estacionamiento previo que he hecho en otra zona de la ciudad. Aparqué, pagué, finalicé el tiempo y me fui… y a la media hora de aquello he realizado un nuevo aparcamiento aquí, a varios kilómetros de distancia, he visto que se me había apagado el móvil y he ido a sacar un ticket. Anda, venga, que es Navidad, anúleme la multa y todos tan contentos —insistí.
—No puedo anularsela —replicó—. No tengo esa opción en la máquina.
—Bueno, pues llame a su unidad y digan que la ha cagado y que alguien se lo solucione para que yo no me coma una multa injusta —le pedí.
—No puedo hacer nada de todo eso —dijo.
—¿Pero qué invento es este, cómo voy a pagar una multa por una mala interpretación suya de su propia aplicación de pago?
—Puede ir a la oficina y poner una reclamación —añadió.
Maravilloso. Aquí el servicio del Ayuntamiento de Irroña comete una cagada y tengo que ser yo el que deje todo y me tenga que acercar a no sé dónde a iniciar papeleos para subsanar el error público. Papeleos que tampoco nadie me garantiza que acaben dándome la razón, que buenas son las ventanillas públicas para esos felices desenlaces a favor de personas anónimas.
Y el amable vigilante se fue, tan pancho, dejándome a mí con su cagada entre las manos, con la tranquilidad y la pachorra de saber que los ciudadanos cuando sufrimos sus injusticias no podemos hacer nada y si lo hacemos, nos buscamos la ruina.
Conclusión: a pagar y a olvidar, para no hacer más mala sangre de la que ya haces.
La indefensión que siente el honrado ciudadano a diario, es decir, la cara de gilipollas que se le queda en su trato con la administración, es de flipar. Ellos roban, te roban y tú a pagar y a callar.
Si el celo que muestran los de la administración en fiscalizar al ciudadano inofensivo se lo aplicaran ellos mismos sería suficiente para acabar con toda corrupción política que nos rodea. Pero alguien tiene que pagar todos los robos de los políticos y todas las subvenciones que dan esos políticos a sus amigos, a sus organizaciones amigas o a ellos mismos. Qué estafa y qué impotencia. Y eso es todo.