"Las putas de los ministros no se pagan solas, ni los puestos de los hermanos, ni los viajes inexplicables de los aviones presidenciales. El socialismo no se hace solo, amigo, hay que pagarlo. Y carísimo".

Hace unos días, en Navarra, los trenes del PSOE volvieron a fallar. Cientos de viajeros quedaron afectados por una avería en la catenaria entre Marcilla y Olite. Otra más.
Hasta hace pocos años, la fiabilidad de Renfe era como un reloj suizo: sabías la hora de salida y la de llegada, sin sobresaltos. Por eso, muchas veces, cuando tenías una reunión en el día, preferías el tren antes que arriesgarte con aviones, porque te quitaba la incertidumbre de si llegarías puntual.
En una de mis muchas vidas, tuve que tomar una temporada unos cuantos Aves. Por aquel entonces, hace poco más de una década, aunque parezca la prehistoria, el compromiso de RENFE con la puntualidad era tan alto que, si el tren se retrasaba cinco minutos —¡cinco, repito, cinco minutos, 5, V!—, te devolvían el importe íntegro del billete. Nunca conseguí cobrarlo: todos los trenes llegaban antes de ese límite.
El año pasado, la primera medida de Óscar Puente, al hacerse cargo de la cartera de Transportes que dejó pringosa el compañero Ábalos, fue aumentar el tiempo para la devolución íntegra del billete a una hora. Si no puedes mejorar el servicio, que es complicado volver al éxito de aquellos trenes durante 20 años, eliminas el compromiso de puntualidad y listo. Así actúa el socialismo con todo.
Ahora, la degradación del servicio de RENFE es tan grave que, cuando te subes a un tren del PSOE, juegas a la lotería: puede que llegues, puede que no. Lo único seguro es que, si llegas, será con retraso. Billetes caros, servicio nefasto. Vota PSOE.
El PSOE está batiendo récords de recaudación de impuestos. Ningún gobierno había recaudado tanto. Nos sangran como nadie, y los servicios públicos son un desastre. Entonces, ¿a dónde va todo ese dinero que nos quita el PSOE?
Como no tienes forma de compararlo con otros países, lo dejas pasar. Piensas: “Pues será así, qué sé yo”. Incluso fantaseas con que España debe ser barata comparada con otros lugares, como, por ejemplo, Japón, un país vistoso donde todo funciona, con tecnología puntera, limpieza, poca delincuencia y una de las esperanzas de vida más altas del mundo. Allí los precios tienen que ser altísimos, te dices. Hasta que la realidad te da una bofetada. ¡Zas!
Esta temporada he seguido en Instagram a un chaval de Barcelona que, con un viejo Fiat Marea, ha viajado conduciendo desde España hasta Japón. Acaba de llegar. Lo primero que ha hecho es mostrar el primer repostaje de combustible en el país del sol naciente. Tu fantasía te hace pensar que lo van a crujir. Llenar el depósito de diésel en Japón, si ya es caro en España, debe costar un ojo de la cara.
Pues bien, atención, redoble de tambores: el litro de diésel en Japón está a 0,80 €. En Pamplona, según la gasolinera, está a 1,40 €, céntimo arriba, céntimo abajo. Flipas. El combustible en España es un 75 % más caro que en Japón. Y luego nos preguntamos por qué somos pobres.
Pero, espera. Si el combustible es tan barato en Japón, es decir, recaudan menos impuestos con él, los servicios públicos, para compensar, deben ser carísimos, piensas. Entonces buscas salarios medios, precios de servicios y otros datos. Y vuelves a flipar.
Según San Google, el salario medio es de 40.000 € (en España, 28.000 €) y un billete de Tokio a Kioto, 500 kilómetros en el tren bala, de calidad espectacular, cuesta al cambio 85 €. Más barato que un AVE de Madrid a Barcelona, que está en unos 95 €. Telita.
Conclusión, en el país del PSOE nos timan. Pero claro, las putas de los ministros no se pagan solas, ni los puestos de los hermanos, ni los viajes inexplicables de los aviones presidenciales, con quién sabe qué mercancía en las maletas, al paraíso fiscal caribeño de Santo Domingo. El socialismo no se hace solo, amigo, hay que pagarlo. Y carísimo. Y eso es todo.