Ya ha pasado el día del gran dislate, en el que unos navarros desleales con su tierra y antepasados derogaron la ley que ordenaba el uso de sus símbolos representativos: la bandera y el himno.
- lunes, 09 de diciembre de 2024
- Actualizado 13:44
Ya ha pasado el día del gran dislate, en el que unos navarros desleales con su tierra y antepasados derogaron la ley que ordenaba el uso de sus símbolos representativos: la bandera y el himno.
No lo han hecho porque la ley vigente ordenara inadecuadamente este uso y pretendieran uno mejor para expresar de modo más claro y más contundente y de modo indubitativo lo que la bandera de Navarra representa: su pasado histórico y su naturaleza política actual consecuente. No, lo han hecho para permitir que otra bandera, la ikurriña, extraña a Navarra, que nada tiene que ver con su pasado histórico ni con su naturaleza política, pueda trepar hasta los balcones de los Ayuntamientos navarros y sus salas de plenos y, si no reaccionamos convenientemente lo veremos, enseñorearse en los del Gobierno y el Parlamento navarros.
No es cierto que la ikurriña no pudiera ondear en estos balcones. Si una autoridad del País Vasco, con la adecuada representación y autorización, se encontrase en el interior de estos edificios, la Ikurriña, en su honor, podría ser izada mientras estuviera en ellos. Los navarros no somos tan descorteses como para no hacerlo.
No se puede olvidar que en un acto de flagrante descortesía y mal gusto, el Parlamento del País Vasco ya incluyó en su escudo, en uno de sus cuarteles, el escudo de Navarra y tuvo que ser el Tribunal Constitucional quien ordenara su retirada. No podemos olvidar que éste no tuvo la gallardía de dejar este cuartel vacío con un color neutro como el gris. Lo dejó tintado de rojo, casualmente, el color de la bandera de Navarra. No se puede olvidar que para los dirigentes del País Vasco, Navarra es la cuarta Diputación de las siete de su soñada irreal e imposible Euskalherría.
Por esto, no es un asunto intrascendente que esta bandera extraña se ponga de modo habitual junto a la de Navarra. No es una bandera que llega de modo amistoso, sino agresivo, por mucho que algunos de los desleales nos hablen de convivencia, libertad o derecho a decidir y quieran colgarnos el sambenito de que los intolerantes, los que imponen, y prohíben, somos los leales a nuestra bandera y a nuestra tierra. A los gérmenes nocivos se le combate, igual que al lobo disfrazado con piel de cordero no se le deja entrar en casa.
Nada tengo que objetar contra aquellos que luchan con la palabra para convencer a los navarros de que Navarra estaría mejor con el País Vasco. Ahora bien, no puedo consentir que alteren la historia de Navarra, se apropien de sus símbolos, de su cultura, de sus costumbres, las presenten como propias y, una vez prendido este virus en los ingenuos, pregonen que esa es la razón por la que Navarra es el País Vasco y por la que soy un intransigente. Para los navarros que vivieron en el Reino de Navarra, los vascongados eran extranjeros y, en el mejor de los casos, provincianos. Echarri-Aranaz consiguió un fuero especial para luchar contra aquellos del vascongado que venían a robarles sus ganados y sus maderas y leñas.
Ahora, estos desleales, después de ganar el primer asalto, el de la bandera, se disponen al segundo, el del vascuence. Mi natural me inclina a amar al vascuence y lamento no hablarlo porque fue la lengua de mis antepasados. En mi pueblo, Abárzuza, se perdió a mediados del siglo XVI. Pero no puedo consentir que me lo impongan, que lo sitúen por encima del español con el que me entiendo con todos, que lo primen más de lo que es justo en los concursos de acceso a la función pública, que lo empleen como arma arrojadiza para demostrar que soy un intransigente.
En suma, que lo impongan siendo como es una lengua arcaica que, se pongan como se pongan, no será nunca una lengua de comunicación que compita con el español e inglés. ¿Qué ha hecho el batúa con los hermosos dialectos del vascuence en nuestros valles de Roncal, Salazar o la Aezcoa? Eliminarlos. Pretenden extenderlo hasta Murchante invocando derechos personales que no niego, pero que su aplicación, como se establece en la carta europea de las lenguas minoritarias, requiere un territorio.
Estos desleales, como hace la madre complaciente con su hijo después de pasado el dolor agudo, nos aconsejan prudencia, calma y tranquilidad, y en un alarde de cinismo, quienes ha servido al “tragantúa nacionalista”, dicen que han dado libertad a los ayuntamientos, que han conseguido el derecho a decidir.
En fin errores y falacias de unos navarros herrados (perdón, quería decir errados, en qué estaría pensando), que debemos descubrir para no quedar atrapados en ellos.