• martes, 23 de abril de 2024
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Opinión / Políticamente incorrecto

Lo que la apisonadora de Sánchez no destruyó

Por Jorge Valencia

¿Por qué se siguen celebrando homenajes a terroristas cuando salen de las cárceles?, Por qué se siguen celebrando festejos como el “tiro al fatxa” y similares de enaltecimiento del terrorismo en cientos de pueblos del País Vasco y Navarra bajo la premisa de garantizar la libertad de expresión?

Una apisonadora pasa por encima de varias armas durante un acto de destrucción simbólica de casi 1.400 armas, en el Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada, en Valdemoro, Madrid (España), a 4 de marzo de 2021.
Eduardo Parra / Europa Press
Una apisonadora pasa por encima de varias armas durante un acto de destrucción simbólica de casi 1.400 armas, en el Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada, en Valdemoro, Madrid (España), a 4 de marzo de 2021. Eduardo Parra / Europa Press

El pasado jueves fuimos testigos del acto público de “destrucción de armas” que el gobierno de Sánchez organizó para escenificar “el fin del terrorismo” en España.

Más del 90% de aquellas armas convertidas ese día en chatarra pertenecían a la banda terrorista ETA. Pero aquello no fue otra cosa que un acto propagandístico más del gobierno de España (que por cierto, es lo único que sabe hacer bien) para tapar sus fechorías políticas, que van precisamente en la dirección contraria. Esto es, mantenerse en el poder gracias al apoyo de quienes siguen justificando los crímenes que ETA cometió con esas armas.

No hay que olvidar que la banda terrorista nunca fue derrotada, sino rescatada políticamente a cambio de perdonarnos la vida en las negociaciones llevadas a cabo por el gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, el predecesor del hoy presidente del Gobierno de España, y que no olvidemos, aceptó sin cuestionar el posterior gobierno de Mariano Rajoy.

El presidente Sánchez habló en aquel acto de destrucción de armas sobre la memoria y el reconocimiento a las víctimas del terrorismo a la vez que permite que se sigan celebrando constantemente en el País Vasco y en Navarra cientos de actos de homenaje a terroristas que salen de las cárceles. Actos que son en sí mismo un insulto, no solo a las víctimas del terrorismo, sino a toda la sociedad democrática, pues ponen de manifiesto precisamente esa derrota inexistente. Actos que no son, como muchas almas buenas quieren creer, recibimientos a “familiares” o “vecinos del pueblo”, sino actos de homenaje a terroristas y reconocimiento a su trayectoria precisamente por lo que hicieron. ¿O creen que recibirían de igual a manera a un terrorista arrepentido de los que han roto claramente con la banda terrorista y pedido sinceramente perdón?

El presidente Sánchez habló también en aquel acto sobre la necesidad de hacer justicia con las víctimas del terrorismo mientras acerca terroristas a las cárceles del País Vasco y Navarra sin que éstos hayan mostrado su arrepentimiento o colaborado con la justicia y mientras el Partido Socialista, un día después de pactar los presupuestos de Navarra con Bildu, vota en el Parlamento Europeo en contra de que se investiguen los más de 300 crímenes de ETA que a día de hoy siguen sin resolverse.

Pero la escenificación propagandística de la destrucción de armas es además de todo un engañabobos, pues las armas no son ni fueron realmente el problema. El verdadero problema o el origen del terrorismo es el odio totalitario de quienes las utilizan contra otros. Es decir, el problema no es un arma en sí, sino lo que lleva dentro una persona para ser capaz de coger una pistola y matar con ella a otra persona.

Primo Levi escribió en su libro “Si esto es un hombre” sobre los crímenes nazis y explicó cómo para llegar a matar una persona es necesario un proceso previo de “deshumanización”, a través del cual se despoja a la persona de la condición de “igual” o “ser humano” para convertirlo en el objetivo a exterminar.

Esa mezcla de racismo y odio exacerbado que se sigue inculcando desde la más tierna infancia en muchos rincones de España. El odio al otro, el repudio al que piensa diferente, la exclusión y la negación de la condición de “igual” a quien se sale del rebaño.  La conversión en “enemigo del pueblo” de quien simplemente, ejerciendo su libertad en un país democrático, se atreve a disentir de la mayoría. El señalamiento como ser despreciable y objeto justificado de odio de aquellos que no son nacionalistas. ¿Les suena? Sí, es el comienzo de la deshumanización de la que hablaba Primo Levi y que acaba convirtiendo a ese ser humano en un “opresor”, “facha” o “txakurra”. En definitiva, un enemigo del pueblo al que está justificando privársele de cualquier derecho fundamental, incluso el derecho a la vida.

¿Por qué se siguen celebrando homenajes a terroristas cuando salen de las cárceles?, Por qué se siguen celebrando festejos como el “tiro al fatxa” y similares de enaltecimiento del terrorismo en cientos de pueblos del País Vasco y Navarra bajo la premisa de garantizar la libertad de expresión? ¿Por qué Sánchez no desmiente a sus ministros o rompe con sus socios cuando éstos afirman que España no es un país democrático?

Todo esto ocurre con su aquiescencia ya que el Gobierno de España puede y debe prohibirlo. Todo esto es con lo que Sánchez no ha acabado, pero no por descuido, sino por decisión política, pues depende (también voluntariamente, pues no está obligado) del apoyo de quienes viven de ese fanatismo y lo riegan cada día, de quienes siguen educando a generaciones enteras en el odio al otro, de quienes se benefician de la persecución al que piensa diferente y a día de hoy siguen justificando el asesinato de más de 800 personas.

Eso sí, lo que sí ha destruido de forma efectiva Pedro Sánchez, a parte de esas viejas armas, es lo mejor de la historia del Partido Socialista para convertirlo en una agencia de colocación a cualquier precio, traicionando a tantísima buena gente que ha luchado por la libertad y la democracia, incluso dando su vida.  Y si no lo evitamos acabará destruyendo también lo mejor de nuestra historia democrática, que es el espíritu de la transición y la concordia entre españoles.


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Lo que la apisonadora de Sánchez no destruyó