En la noche del sábado 26 de noviembre de 1977, hace 45 años, cuando faltaban tan sólo ocho días para que su única hija, Carmen, cumpliera siete años, fue asesinado en Pamplona, Joaquín Imaz Martínez, comandante de Infantería, jefe de la Policía Armada en Navarra.
Imaz fue, también, el primer asesinado por ETA tras la aprobación de la amnistía de octubre de 1977, de la que se beneficiaron todos los terroristas con delitos de sangre que, como dijo el presidente Adolfo Suárez, «iba a lograr un compromiso histórico, un pacto de Vergara, una solución política que iba a detener el río de sangre», y que sólo sirvió para borrar la huella de los crímenes y para que los etarras siguieran matando porque, en los siete años siguientes mató a 330, a las que habría que añadir los heridos, los mutilados, los extorsionados y los que, para no caer abatidos de un balazo en cualquier rincón de su tierra, se exiliaron del País Vasco o de Navarra.
Por eso, en noviembre de 1983, cuando ya era presidente del Gobierno, Felipe González dijo: «a la amnistía generosa respondió -ETA- con el asesinato y con la muerte; a la Constitución respondió con el asesinato y con la muerte; y a los estatutos de autonomía respondió con los asesinatos, la extorsión y la violencia, arrogándose el derecho a suprimir la vida de las personas».
También, para mí, el asesinato de Imaz fue el primero de muchas cosas. Mi primera visita a la capilla ardiente de una víctima del terrorismo, mi primer comunicado de condena, en nombre de mi partido -Alianza Foral Navarra, al que después seguirían muchos más, y mi primera manifestación contra ETA. Fue a la salida del funeral, celebrado a una hora intempestiva y al que no asistió ningún miembro del Gobierno de España, cuando unos pocos, de manera improvisada, recorrimos las calles del centro de Pamplona detrás de una pancarta en la que se leía: “Navarra sí; Euzkadi no”.
Ahora, 45 años después, ETA ya no mata. Y no lo hace porque no lo necesita, porque, para lograr sus objetivos, unos colaboran con ella para reescribir el “relato” de lo sucedido en los años del plomo y otros, como los gobiernos de España y de Navarra, les conceden todo lo que le piden. Porque Pedro Sánchez, que repetía hasta la saciedad que «con Bildu no vamos a pactar», y el vicepresidente navarro, Javier Remírez, hijo de una socialista que durante años fue objetivo de ETA y vio cómo reiteradamente quemaban los coches de su familia y vertían cócteles molotov y pintadas sobre la fachada de su casa, que le hizo declarar: «En mi barrio, mi casa es como el cuartel de la Guardia Civil, la Policía y la Delegación del Gobierno, todo va a ella», ahora, con tal de mantenerse en sus sillones, tienen a Bildu de socio preferente. Y, para llegar a esto, nos podíamos ahorrado tantas muertes, tanto llanto, tanto dolor y tanta destrucción como la que durante tantos años sufrimos en España por culpa del terrorismo.
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