En el mes de enero Pepín Liria anunció que volvía a los ruedos para celebrar sus 25 años de alternativa con Pamplona en el pensamiento
- lunes, 09 de diciembre de 2024
- Actualizado 11:22
En el mes de enero Pepín Liria anunció que volvía a los ruedos para celebrar sus 25 años de alternativa con Pamplona en el pensamiento
La noticia tenía ya un run-run que venía del año pasado cuando en los micrófonos de Canal Toros el de Cehegín dejó entrever su idea de volver a vestirse de luces a sus 47 años. Cuatro o cinco paseíllos, no más, pero con el atragantón de Pamplona donde fue todo un ídolo.
Más allá del motivo del aniversario, el de Murcia apuntó que su vuelta a los ruedos era en cierta forma un homenaje a los dos toreros caídos en los últimos años; Víctor Barrio e Iván Fandiño. Una vuelta muy medida y justificada que desde el principio el propio diestro dejó claro "no vuelvo para competir con nadie, sino a intentar no defraudar".
Pamplona fue una de las plazas de Pepín Liria, donde vivió tanto situaciones extremas como otras de más bonito e imborrable recuerdo. La conexión fue tan grande que en 1999 llegó a torear hasta tres tardes. En las últimas décadas, junto a Padilla, es el torero que mejor ha sabido entender la idiosincrasia de la plaza donde trenzó 22 paseíllos, cortó 12 orejas y salió tres veces a hombros entre 1995 y 2008.
Dicen que una retira a tiempo es una victoria, y en el mundo del toro no es una excepción. Liria supo marcharse en el mejor momento de su carrera, con todo lo que ello implica, dejando todas las puertas abiertas para poder hacer gestos como el de hoy.
Algo que sorprendió fue la fría respuesta del público al no sacar a saludar a Pepín al finalizar el paseíllo. Misma situación durante su primer toro, ningún gesto de cariño y olvidado el grito de guerra de los tendido de sol “Pe-pín, Pe-pín”. Cierto es que han pasado diez años desde su despedida, pero la memoria no puede ser tan frágil para quien lo dio todo.
La sensación siguió igual con el segundo de su lote. El de Victoriano no tuvo mal inicio antes de rajarse y Pepín estuvo aseado con la muleta. En un momento dado estuvo a punto de perder el equilibrio y muy ágilmente improvisó un pase de pecho rodilla en tierra. Estar retirado y no vestir el chispeante a diario se reflejaba en su actuación.
El toro se había puesto ya muy exigente y en un típico desplante del diestro lo volteó como un guiñapo. Un momento de angustia máxima fue el prólogo de una emoción desbordante cuando Pepín volvió a la cara del toro y se puso de nuevo de rodillas. Encorajinado y con una raza tan desmedida como inusual en el escalafón.
Ahí el público ya había conectado con el ruedo y entonaban el ¡Pe-pín, Pe-pín! a unos decibelios como si no hubiera mañana. ¡Qué actitud! ¡Qué lección! Ahora sí, el ídolo de Pamplona se estaba despidiendo como merecía.
Cuadró al toro y se volcó sobre el morrillo dejando un estoconazo hasta los gavilanes. El de Victoriano del Río no tardó en caer. Momento único lleno de emoción como pocos se recuerdan. La tarde de la despedida que iba rarilla cambió en 10 minutos. El público enfervorecido pidió las dos orejas como si le fuera la vida en ello. La tarde soñada era realidad.
Pero no. Ahí entró en escena el presidente, que evaluó, calibró, analizó, valoró, pensó y decidió… que el premio correcto debía ser únicamente una oreja. ¡Caramba! Todas las tardes la tómbola de premios en el palco y hoy un rigor nunca visto. Es verdad que la faena no era de dos orejas, pero no menos cierto que el contexto era de dos, cuatro y hasta veinte. Para presidir una corrida hacen falta muchas cosas, pero sobre todo tener sensibilidad.
Al final da igual, se olvidan los despojos. En el recuerdo quedará la actuación de Pepín, que vino a despedirse pero no de paseo. Bendita locura Pe-pín. Gracias por emocionarnos.