Resulta cuando menos intrigante que un concepto clave de la filosofía política, como es el de liberal, haya caído en desgracia.
- jueves, 05 de diciembre de 2024
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Resulta cuando menos intrigante que un concepto clave de la filosofía política, como es el de liberal, haya caído en desgracia.
No es infrecuente que, en medio de una tertulia política, alguno de los participantes tache de liberal a sus contrincantes como si de un insulto se tratara. Te pueden llamar dogmático, intransigente, inconsecuente y no pasará nada; pero que te llamen liberal, eso sí que no.
¿Qué ha sucedido para que toda la complejidad de una corriente de pensamiento se haya convertido en un insulto? Los orígenes de este desatino residen en el desconocimiento de aquellos que se atreven a hablar de cosas que desconocen, haciendo gala de una ignorancia enciclopédica.
Si indagamos en éste comprobamos cómo desde su fundación el enemigo del liberalismo no es ni la izquierda ni la derecha, sino el dogmatismo y el nacionalismo. El liberalismo se define como el sistema de pensamiento que aspira a que los ciudadanos alcancen las mayores cotas de libertad.
El liberal necesita que sus creencias sean firmes, por ello no debe justificar en ningún caso ni el populismo de izquierdas ni el neoliberalismo de derechas, ambas ideologías antiliberales. Me acerco a la idea de considerar que el liberalismo es el camino que una persona escoge para llegar a su vocación, si esta vocación es la democrática el objetivo del ciudadano será no renunciar en ningún caso a la conquista de la libertad.
Según J.Locke, uno de los fundadores del liberalismo, la democracia era el mejor intento de reconciliar el máximo de libertad con el mínimo de gobierno. El liberalismo inglés nació con dos claros propósitos: garantizar la tolerancia religiosa desde la laicidad del estado y gestionar la Deuda Nacional del Banco de Inglaterra. Aunque nos parezca que las cosas hayan cambiado muchísimo, nuestros problemas son bastante similares.
Desde el comienzo fue el liberalismo una defensa contra el nacionalismo en una época de capitalismo salvaje, defendió siempre a los trabajadores y no a los nativos, o si se prefiere el giro, a los nativos en tanto en cuanto trabajadores y no como meros nativos. J.S Mill jamás se opuso a la intervención estatal en los asuntos públicos, siempre consideró que era necesaria su participación en educación, sanidad y legislación laboral. Por ello es imposible entender a Mill desde el neoliberalismo, sino quizá más bien desde la socialdemocracia, aunque eso sí teñida de una apuesta por un individualismo sin fisuras.
Tal es así que algunas de las familias del socialismo como la del Fabianismo le consideraron un precursor de sus ideas, ideas que a su vez fueron el fundamento del Laborismo inglés. H.G. Wells, G.B.Shaw o Sydney Webb fueron algunos de sus más ilustres representantes. Siempre trató de defender a los más débiles de las injusticias y de la opresión. Su liberalismo trataba de aumentar las probabilidades de elección de la gran mayoría de los hombres. Los méritos del liberalismo fueron heredados y completados por la Socialdemocracia, pongo por caso: libertad de palabra, libertad de prensa, libertad de actividad económica.
Desespera ver confrontaciones entre personas que utilizan conceptos que desconocen como arma arrojadiza, y el más desconocido de todos quizá sea el de liberalismo. Empresarios y trabajadores se lanzan esta palabra unos a otros como arma arrojadiza, aunque eso sí, poniéndole el neo por delante. Repito la idea inicial el liberalismo y el neoliberalismo son dos cosas completamente diferentes, me atrevería a decir que incluso son antagónicas.
Basta de confrontación, busquemos una mejor comprensión entre empresarios y trabajadores como la que se produjo al final del Antiguo Régimen, para repensar las ideas, pero esta vez con un poco más de lustre, éste y no otro fue el objetivo de la Ilustración. En aquel momento el enemigo claro era la casta aristocrática, ahora lo son el populismo, el nacionalismo y el neoconliberalismo (valga la expresión) a partes iguales. Es necesaria una nueva política que interese y que ilusione a los ciudadanos. No necesitamos más antipolíticos, ni apolíticos.
En la Atenas clásica se llamaba idiotas a aquellos que no participaban en los asuntos públicos. ¿Por qué no nos aplicamos tan sabia lección? El populismo recurre a la pereza mental de las personas dotándoles de eslóganes sencillos que apelen a los sentimientos y no a la razón, eslóganes que funcionan como tópicos, lugares comunes sin interés y que como decía Ortega y Gasset en La Rebelión de las masas, funcionan como tranvías del transporte intelectual.
El neoliberalismo erige a la economía como una institución más allá de las decisiones de las personas, incurriendo en el error de pensar que haya algo más allá de la libertad y decisión de éstas. Por último, el nacionalismo , siempre lleno de pasión intentando crear la realidad que invoca pero que por supuesto no existe, eso sí, en su intento sólo considerará a los suyos, convirtiendo en enemigos a los otros. Ante esas tres propuestas retrógradas opongamos como antídoto una buena dosis de bálsamo liberal.
Así que si alguna vez vuelven a pensar que ser liberal es un insulto, respóndanse a sí mismos con un rotundo no. Como dijo W.Churchill: El defecto inherente del capitalismo es el reparto desigual del beneficio. El beneficio inherente del socialismo es el reparto equitativo de la miseria. El liberalismo y la socialdemocracia han sido los dos intentos más meritorios para solventar este problema.