• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

‘Altsasu’: la serie más triste

Por Eduardo Laporte

Vista la miniserie apoyada por ETB y TV3, solo se me ocurre una conclusión posible: qué deprimente fue todo aquello.

Cercanías de la manifestación celebrada esta tarde en Alsasua con el lema "utzi Altsasu bakean-dejad en paz a Altsasu", en respuesta al acto convocado para mañana por "España Ciudadana", la plataforma civil de Ciudadanos. EFE/Villar López
Una calle de Alsasua con pintadas y dibujos en favor de los agresores. EFE/Villar López

‘En el nombre del padre’. Recuerdo una emoción hasta la lágrima viendo esa película, de 1993, sin tener bien claro quiénes eran los buenos, los malos y si había malos o buenos. Sí que recuerdo un sentimiento de justicia, o de injusticia, cometida contra los encausados y cómo el espectador empatizaba con ellos, víctimas de una tropelía judicial.

Nada de eso me ha sucedido viendo los cuatro capítulos que componen ‘Altsasu’, la serie dirigida por Asier Urbieta para la productora Baleuko, con apoyo de ETB y TV3, y que se estrenó en la primera cadena el pasado diciembre. A varios colectivos representados en la película no les gustó esta serie de «ficción social», entre ellos la Guardia Civil, y tanto PP y C’s denunciaron que dicho contenido audiovisual «empatiza, se solidariza y contextualiza la actuación de los agresores». Es el famoso relato.

No obstante, ¿ningún producto audiovisual puede empatizar, solidarizarse y contextualizar a los agresores? Yo diría que sí y que no es mal ejercicio, de hecho. Pensemos, no sé, en ‘Cadena perpetua’. Por eso me puse a verla. Lo que me parece más delicado de defender es ese tufillo, ese interés por arrimar el ascua a tu sardina del dichoso relato. La serie acusa en todo momento una sutil pero constante orquestación para que los agresores te caigan bien, te den penilla, mientras que se presenta a una Justicia ‘española’ con más tics franquistas que en ‘La isla mínima’. Es una serie de laboratorio en la que todo parece estudiado, incluso una cierta neutralidad que en ocasiones sobrevuela, pero que se desvanece en cuanto que se omite el elemento nuclear: los hechos.

La paliza oculta

O sea, no vemos el precioso momento en que unos 15 o 20 chavales vapulean como bestias a dos guardiaciviles y sus parejas (uno de los policías sufrió rotura de tibia y peroné), que no se libraron tampoco de la agresión. El director, elegante, dijo: «No hemos ficcionado lo que ocurrió aquella noche; nos parece importante no reconstruir algo que no sabemos cómo fue».

Sostengo que la teoría de que nos abrazamos más que nunca (antes de la pandemia), de tanto mandarnos abrazos por las redes y correos electrónicos. De tanto desear el mal para los miembros de la Guardia Civil en ese acto siniestro llamado Ospa Eguna, finalmente se materializó en la funesta noche del 15 de octubre de 2016. Alde hemendik!

Fuera de aquí! En mi familia también sufrimos ese hostigamiento por la ‘desgracia’ de que mi padre fuera francés y empresario. El bullying social que recibimos en el malogrado pueblo batasunil de la cuenca de Pamplona al que íbamos cada fin de semana de finales de los ochenta no era plato de buen gusto. Mi padre se cansó de borrar las pintadas de GORA ETA de la puerta y vendimos la casa. Años antes, ETA hizo explotar una bomba en su fábrica.

La serie ‘Altsasu’ desaprovecha la ocasión para tender puentes. Hay un ejercicio alambicado de tratar los hechos de una presunta objetividad, con una factura bastante notable, pero se posiciona del lado de los acusados. ¿Víctimas? Si bien las penas de terrorismo se demostraron excesivas, no fue una «simple pelea de bar» en la que te cascan porque le has pisado el juanete a la novia del macho alfa de turno. Las motivaciones eran políticas: «Os vamos a matar por ser guardias civiles».

Digamos que fue la culminación, espontánea, puede ser, pero parte de un acoso que mantenía bajo presión a los guardiaciviles destinados en Alsasua. Una variante de esa socialización del dolor con que ETA y sus cómplices nos regalaron durante demasiadas décadas.

La serie, ya digo, en una operación de maquillaje considerable, se centra en los excesos judiciales que se puedan haber cometido, insistiendo en la idea de que el Estado, se vista se seda o no, es parte de un aparato opresor. O sea, buenos y malos. Gudaris y fatxas.

«Era mi pueblo»

Qué triste fue aquello y qué triste ese interés por ver la realidad siempre desde un prisma. Y qué desoladora esa respuesta de una de las novias de uno de los guardiaciviles agredidos. Si bien el documental reconoce que realiza una «adaptación» de los hechos, deja claro que el último capítulo, el del juicio y la sentencia, es fiel a las transcripciones del juicio y que no se modificó «ni una coma».

En ellas, la pareja, de origen ecuatoriano, de uno de los guardiaciviles, señala a uno de los agresores: «Él empezó todo. Si no fuera por él, no estaríamos en esta sala. No puedo dormir, tomo antidepresivos, tuve que irme a Vitoria y tardé en volver».

El juez le pregunta:

—«¿Ha encontrado solidaridad en Alsasua?».

—«¿En el que era mi pueblo? No, para nada» —responde ella.

Entonces, miento, sí se me ha escapado una lagrimilla. Como si el director fuera consciente de que no podía llevar todo el relato un maniqueísmo imposible. Se cuela entonces ese espíritu que durante demasiadas décadas sobrevoló ciertas geografías. El mismo que el fallecido José María Calleja sintetizó en un ensayo que tituló con la frase que, a su vez, concentraba bien el cinismo sin parangón de aquellos años de asesinatos semanales: Algo habrá hecho. Lo subtituló «odio, muerte y miedo en Euskadi».

Qué triste lo de Alsasua.

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