En la era de las polémicas digitales, los «pajilleros de la indignación» se cabrean con los aspectos superficiales de temas que requieren un análisis en frío. Pero también los no pajilleros.
- domingo, 08 de diciembre de 2024
- Actualizado 12:37
En la era de las polémicas digitales, los «pajilleros de la indignación» se cabrean con los aspectos superficiales de temas que requieren un análisis en frío. Pero también los no pajilleros.
Juan Soto Ivars habla de la poscensura para definir el clima que se vive en redes sociales, donde el riesgo de linchamiento si uno mea fuera de tiesto es cada vez más grande. Claro que hay dos tipos de linchamiento, el que viene por una pifia intelectual más o menos perdonable y olvidable (a Pérez-Reyertas, Rosa Montero o Navalón les llovió recientemente) y aquel que va más allá de la crítica puntual a unos comentarios y pretende, en resumidas cuentas, acabar con tu carrera. Hundirte.
Lo sufrió en su día María Frisa con un libro infantil que generó tal aluvión de críticas que se pasó a la intimidación personal. A la masa enfurecida que te lleva a la hoguera.
No he leído el libro de Soto y no sé si habla de lo que voy a hablar sucintamente aquí, que no es otra cosa que tratar de entender ciertas reacciones y de desaprobar otras. Pondré algún ejemplo o no me aclararé ni yo. El término «pajillero de la información» sí es del autor de Arden las redes y va dirigido hacia ese colectivo que lo único que aporta en redes sociales es mala bilis.
Si muere un torero, se cagan en las muelas del torero. Si se muestra un pezón en horario infantil, llevarán el grito al cielo. Pero también si no lo hace, porque todos tenemos derechos a ver un pezón. Bárbaros 2.0 que en el mejor de los casos van de ejemplarizantes, traduciendo su inquina vital en una suerte de correctismo perdonavidas.
Tiene que ver con la hiperlógica en su versión más pobre y pondré dos ejemplos mínimos pero ilustradores vividos en carnes propias.
1) Cuando a mi hermano Pablo, comentaristas desconocidos le echan en cara que haga cursos de Storytelling y que no emplee un término en español. Lo mismo tienen razón, pero lo peor es el toniquete de superioridad moral y el deseo de meter el dedo en el ojo como sea.
2) Cuando promociono mis cursos de El tayer literario, y me echan en cara que cómo un curso literario puede tener un falta de ortografía (ya paso de explicar que es un taller de la memoria, taller + ayer, y que el mundo del naming, sí, en inglés, es así de jodido).
MÁQUINAS DE GENERAR FEMINISTAS
Decía Elvira Lindo con acierto que, aunque a veces le chirríe el tema del lenguaje inclusivo, con ese deje a buenismo de cartón piedra, las reacciones en contra de la patulea cipotuda liderada por Pérez-Reyertas y sus palmeros en contra del «todos y todas» le convierte poco menos que en la mayor defensora de este lenguaje amable. Me pasa parecido.
Así como Franco fue una máquina de generar nacionalistas, ciertos personajes de boca caliente son una máquina de generar feministas, de ambos sexos. Pasó con el asunto del manspreading, bastaba leer las consideraciones de quienes se postulaban en contra para tomar rápidamente partido. Todas esas argumentaciones desde la hiperlógica —que se puede traducir como la incapacidad para no escuchar la música, el alma de las cosas, las motivaciones latentes en cierta sintonía con el Zeitgeist— sobre que si no hay asuntos más importantes que atender, que si el feminismo es otra cosa, que si yo me siento como me sale del nabo, que si con esas tontadas no se consigue nada.
Estoy seguro —y viene ráfaga demagoga— de que en tiempos de la segregación racial en EEUU habrían protestado contra las medidas de unificar los asientos del transporte público y contra quienes lucharon por ello. ¿No hay temas más importantes? A menudo esgrimen ese concepto tan escurridizo del «sentido común», cuyas sagradas escrituras fundacionales nadie sabe dónde están.
Servidores de pasado en copa nueva que me generan rechazo cuando a menudo tildan de «estupideces» o «pamemas» ciertos asuntos nuestros que, si bien a veces se salen de madre —véase el asunto criaturas en Valencia—, no dejan de ser manifestaciones del deseo de remar en una dirección. No queremos hombres por encima de mujeres. Es el fondo, no la forma.
DIGNIDAD ENTRE LA MIERDA
Lo mismo ha pasado con la polémica donación de Amancio Ortega a la Sanidad pública. ¿Acaso todos los que han criticado el gesto son unos rencorosos anticapitalistas hijos de la chingá? ¿No será que había un fondo turbio sobre la forma (ejemplar vista desde fuera)?
De pronto, me alineo en quienes criticaron ese gesto como una maniobra demagoga y como una injerencia impertinente de lo privado en lo público. Pero luego pienso, ¿y Josep Carreras y su fundación? ¿No lleva solapando con lo público su contra la leucemia desde lo privado, en colaboración con hospitales públicos que ceden sus instalaciones para las donaciones? ¿Por qué no criticamos a Carreras?
La peña no es tonta y advierte en la labor de Carreras un fondo sincero de contribuir a un bien concreto. El gesto de Ortega ha resultado artificial y suena a lavado de imagen de un empresario con demasiadas sombras en su historial. Quizá ese sea el fondo, lo que no ha gustado, más allá de la defensa de un sistema de Sanidad pública sin contactos con lo privado.
Mi lectura de las reacciones contrarias: la Sanidad pública es algo sagrado, no la uses para tu prestigio personal. #nohacolao Conclusión: no mezcles tus asuntos privados, en sentido literal, con los de todos.
Dijo mi tío Julio el otro día que España es un país «muy tolerante». Pensé que lo decía en modo irónico, pero no. Daría para otra columna el tema, pero le di la razón. A pesar de las masas enfurecidas, las poscensuras y el griterío circundante, creo que se mantiene un fondo moral insobornable que, cuando se ve amenazado, genera protestas en el personal.
Seremos un país de exaltados, temperamentales y con un exceso de cuñados, somos capaces de las peores cosas, pero también de las mejores. He decidido quedarme con estas últimas. Como esta cita de Orwell que subrayé en Homenaje a Cataluña: «Me parecen típicos de España los destellos de magnanimidad que uno recibe de los españoles en las peores circunstancias. Guardo de España unos recuerdos atroces, pero muy pocos malos recuerdos de los españoles».