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Blog / Capital de tercer orden

La clave está en la cosificación (de la mujer)

Por Eduardo Laporte

El cierre de ‘Interviú’ deja entrever que la visión de la mujer como objeto sexual podría entrar, por fin, en crisis

Varias de las últimas portadas de la revista Interviú, que ha anunciado su cierre.
Varias de las últimas portadas de la revista Interviú, que ha anunciado su cierre.

Tanto ‘Tiempo’ como ‘Interviúmueren editorialmente porque la publicidad, y sus ingresos, ya no son lo que eran. Claro que quizá no haya tanta publicidad porque descienden los lectores —que están en la gratuidad de internet—, pero a lo mejor porque esos lectores pasan de comprar una revista cuyo principal reclamo era venderte unas tetas.

Obsolescencia erótica, la suya, también, en un tiempo en que a golpe de click, no como a finales de los setenta, tienes tetas, coños, pollas y el surtido Cuétara del porno —ese gran vergel de la cosificación de la mujer, por cierto— que prefieras. Pero vamos a pensar que la revista cierra porque se pasó su tiempo: los hombres no compran ya revistas en que se usa a la mujer como cebo comercial. Por mucho periodismo de investigación que haya después.

Conocí a una chica canaria, muy guapa, que un día me enseñó un posado que hizo para ‘Playboy’. Se lo estaba pensando, pero le echaba para atrás la idea de volver a su pueblo de la Tenerife profunda y ser pasto de todas las críticas. ¿Justificadas? La masa enfurecida a veces tiene la razón. Otras se equivoca de plano, pero hay algo de verdad en el cuando el río suena.

No es tanto que todos los del pueblo vean tu cuerpo desnudo, en una desnudez que quizá pierda misterio de ese modo, ni saber que hayas hecho algo que quizá no querías hacer, sólo por el dinero. Quizá las críticas vayan por el hecho de que hayas accedido a convertirte en una cosa. En material para pajilleros. En pasto para hombres que no desean enamorarse de ti, conocer tus inquietudes, tus gustos, tus afanes, sino correrse en tu boca y pasar a otra cosa.

EL HOMBRE COSIFICADOR

No me meteré en el jardín de si la mujer se cosifica ella misma o es objetivo indiscriminado de la industria cosmética, la publicidad y una idea de la belleza creada por a saber quién. Tampoco tocaré la cuestión de la importancia que la mujer da al tema de la belleza y su mantenimiento, ni qué papel puede jugar la seducción del sexo contrario en todo ello.

Sólo constataré que la mujer sigue siendo presa de ciertas servidumbres relativas a su aspecto físico que el hombre no padece. Y constataré que algunas mujeres con un físico determinado acceden a ofrecer su cuerpo, sobre todo en redes sociales como Instagram, como un producto cosificado. Partiendo de la máxima pedrochiana de hago con mi cuerpo lo que quiero, y sin negar un ápice la libertad de hacerlo, me pregunto ¿todo vale? ¿No hay algo de complicidad pasiva en la cosificación de la mujer en aquella otra mujer que se convierte en un reclamo sexual, comercial, netamente objetual? ¿La liberación de la mujer no debería pasar también por esto, como pasó por mandar a la mierda los corsés —a la prenda me refiero— a principios del XX?

¿Por qué se reprueba al hombre piropeador y las campañas feministas lo atacan cada vez más? Porque se  piropea a un objeto (potencialmente sexual) y no a un ser humano, único e irrepetible. El piropo cosificador: «Estás para mojar pan». Como el consumidor de prostitución, he ahí un putero, que busca una muñeca hinchable y no una persona, creyendo que el mero hecho de pagar le da la licencia para follarse a un trozo de carne. Es un perfil de cliente de prostitución, porque luego hay otro, con el que trabaja también otro tipo de prostitutas, donde se da una relación distinta, que podríamos llamar afectivo-sexual, y a cuya actividad no quieren renunciar sus agentes, como tampoco quieren que nadie las ‘salve’. En la cosificación está la clave.

Habla Paul Auster (en segunda persona) en ‘Diario de invierno’ de cuando conoció a Siri Hustvedt: «…y sin embargo, no estabas contemplando un lejano objeto de esplendor femenino, estabas manteniendo una conversación con un sujeto humano, vivo, de carne y hueso. Sujeto, no objeto». Valor autobiográfico este de Paul: el de reconocer al cosificador que habitaba en él.

Quizá todo asesino de mujeres sea, entre otras cosas, un gran cosificador de mujeres.

"FOLLARNOS A UNA BUENA GORDA"

El repudio social hacia la Manada se forjó con ‘perlas’ como esa.  Sus conversaciones de WhatsApp muestran al hombre cosificador por antonomasia o, dicho en otras palabras, al cerdo masculino en toda su esencia. Tanto asco generaron esos modos de referirse a la mujer, como una cuestión de caza mayor por decirlo suave, que tras los sucesos del 7 de julio de 2016 se llegó a un gran blanco y en botella: violación.

Pero, a la espera de la sentencia, quizá el juicio paralelo fue demasiado lejos. Sin pruebas concluyentes, ni del parte de lesiones ni por el material audiovisual, no se puede poner la mano en el fuego para afirmar que fuera una violación en sentido estricto. Hay quien elucubra —quizá dando por buenos argumentos de los acusados— con que la denunciante no hubiera visto con malos ojos participar de esa orgía improvisada, seguramente sin ser consciente de dónde se metía ni el grado de depravación que le esperaba. Pero era tarde para echarse atrás. La frase, supuestamente dicha, aún, supuestamente, en la memoria: «Me atrevo con dos y con cinco».

Acabado el siniestro capítulo en el rellano, los hombres cosificadores habrían dado por bueno el rato, queriendo seguir la fiesta después, quizá embaucando, cosificando, a otras mujeres. Es entonces cuando la denunciante, según esta hipótesis, se habría sentido un trapo usado, una muñeca hinchable, una prostituta de saldo a la que además le robaron el móvil y le grabaron como a un mono de feria. Una cosa, y no una mujer. En tal estado de abandono, sola, supuestamente no invitada a seguir la fiesta con ellos, sintiéndose sucia, se habría desplomado anímicamente. Una pareja la encontró ahogada en su llanto y, al escuchar el relato somero de los hechos, no habrían dudado: «Denuncia a estos violadores hijos de puta».

Siguiendo esta hipótesis, sin duda arriesgada —y con el argumento del sonrojante video del móvil como uno de los motivos para la denuncia— los presuntos violadores no habrían incurrido en un delito, aunque sí en uno de orden moral, que se juzga en la sociedad y no en los tribunales. Porque en su actitud cosificadora estaría el origen del machismo, la raíz de todos los maltratos vertidos sobre la mujer, y para esto no hacer falta esperar a juez alguno sino leer sus WhatsApps y conocer un poco su universo. No obstante, el caso de Pozoblanco y el supuesto uso de burundanga con una chica de 21 años, pone muy difícil el jugar a abogado de diablo con estos tipejos.

Veremos qué dice la sentencia pero, en cualquier caso, tiendo a pensar que si no se ataca ese flanco no sólo habrá más ‘manadas’ campando a sus anchas, sino que las víctimas de la violencia de género seguirán tiñendo de sangre las estadísticas anuales. ¿Y cuál es ese flanco? El de dejar de mirar a la mujer como un objeto que manejar a tu antojo. El de matar a toda sombra de Harvey Weinstein que pueda habitar en cada hombre.

El cierre de ‘Interviú’ podría verse como un paso, simbólico paso, en la buena dirección. Pero me temo que tendrán que cambiar muchas cosas todavía.

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