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Blog / Capital de tercer orden

2018: más trigo, menos cizaña

Por Eduardo Laporte

No me refiero a una receta de cerveza artesanal, sino a un colocar las velas hacia el lado bueno no tanto como propósito de año sino de vida

Fotografía de CHEMA MADOZ
Fotografía de CHEMA MADOZ.

Un sábado por la mañana entré en una iglesia —donde fuera enterrado el mismísimo Lope de Vega— y escuché la parábola del trigo y la cizaña. A veces entro en las iglesias, esa en concreto, porque así como uno siente la necesidad del humor, del arte, de la sensualidad o el afecto familiar, también se necesita lo sagrado.

No porque alguien te diga que sea sagrado, sagradas escrituras, sagrados sacramentos, valga la redundancia, sino por la textura sagrada de dichos mensajes. El modo de emitirlos, el modo de recibirlos, como un bálsamo que llega donde nadie lo hace. Hemos desterrado a lo sagrado de nuestro día a día, pero lo sagrado, bastan unas pocas dosis, salva precisamente ese día a día. Lo sagrado, valga la redundancia, de nuevo, convierte en sagrado, único, a cada día. Lo salva de la molicie. Que cada uno encuentro su acceso a lo sagrado como pueda.

Amén.

Porque lo sagrado vive, en general, en un exilio forzoso. La neurosis crece, se pasa por la vida sin saber por qué, para qué, mientras esa zona de confort que ni siquiera hemos conquistado se convierte en el caldo de cultivo más fértil para la cizaña. La zona de inconfort: el trigo que hubimos cosechado un día acaba arruinado.

Dicen que la parábola del trigo y la cizaña tiene que ver con la tolerancia. Porque la cizaña no se puede arrancar sin sacrificar el trigo, por lo que hay que dejar que ambos crezcan juntos hasta la siega. Entonces, se lee en Mateo 13, 24-30, recogeremos la cizaña para después quemarla y el trigo irá a parar al granero. Se aplica, pues, como una enseñanza para, digamos, no exterminar a todo bicho viviente que no pensara como nosotros, en el pasado. No siempre, obviamente, se tuvo en cuenta, arrasando con ello también nuestros latifundios trigueros.

Aquella mañana de sábado, en ese breve acceso a lo sagrado, descubrí la cizaña en mí, pero también el trigo. Y celebré como una revelación el hecho de que uno pudiera convivir con esas dos especies encontradas, enfrentadas, hasta que una venciera a la otra de un modo casi natural. Como si no quedara sino aguantarle los embates a ese adversario, que diría Carrère, para luego contemplar su aniquilación cual cadáver de enemigo que pasa delante de tu casa. Poniendo, claro, de nuestra parte.

FLEXIONES DEL ALMA

Este primero de año veía un video de una joven asiática haciendo flexiones de brazos y piernas. Empezaba con unas pocas al día y al año cumplía cien al día con tanta habilidad como para hacer saltar su cuerpo en cada flexión. La idea de gimnasios del espíritu, que los hay, se llaman templos. Pero unos templos alejados de todo normativismo dirigista para fortalecer el cultivo del trigo y la erradicación de la cizaña de un modo personal. Para aprender a convivir con ese elemento tóxico hasta que cayera por sí solo como un diente de leche.

Un ejercitar esa virtud, diremos, hasta el punto de lograr una musculatura moral tal que no provocara esfuerzo obrar de ese modo que uno detecta, porque la conciencia es implacable, como el bueno. Lo que das te lo das; lo que no das, te lo quitas, decía Jodorowsky. Una victoria del trigo, pues, orquestada sin prisa pero con fuerza, como la no-acción, wu wei, de la secuoya que no encuentra rival. Un ganar disfrutando, en las antípodas de la resaca moral. Como cuando, al dejar de fumar, me lamentaba siete veces de no disfrutar más del tabaco pero me alegraba ocho de haberme quitado el vicio.

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2018: más trigo, menos cizaña