Algunas cafeterías de los hospitales huelen de una manera diferente al resto de ese tipo de locales.
- domingo, 08 de diciembre de 2024
- Actualizado 21:59
Algunas cafeterías de los hospitales huelen de una manera diferente al resto de ese tipo de locales.
¿A qué? Probablemente a café, cruasán y zumo de naranja, aunque ciertos clientes tan sólo perciben un aroma a preocupación; un olor que entra por la nariz y se desplaza hasta el pecho, donde se queda como si fuera un ovillo de lana que va aumentando. Cuanto más rato permanece uno entre tazas de loza y tortillas de patatas, mayor se hace la madeja, que, por cierto, resulta difícil de devanar.
La madre y la hija que me tocaron enfrente daban vueltas a sus dos vasos de leche. A sus dos vasos de leche y a la cabeza. Las ojeras de ambas las podría haber pintado Diego Velázquez en su época de iluminación tenebrista. “Me tienes que dar el DNI de papá”. “¿Te vas a quedar otra vez a pasar la noche? No sabes cuánto lo agradecería tu padre si estuviera bien”, se decían entre sorbos amargos.
Yo apuraba mi tónica nada ajeno a aquella conversación, pues mis pensamientos eran mucho menos interesantes que ese diálogo pese a que no me iba la vida en ello, pero, si alguien está aburrido, resulta muy ameno activar la oreja. “El lunes habrá que hablar con Diego para que vaya haciendo el papeleo del banco, ¿no crees?”, sugirió la madre. Su hija le contestó que sí con una mirada propia de cualquier obra de Walter Keane.
Cuando terminé mi refresco, hielos incluidos, se escuchó la poco original melodía de un móvil que ni siquiera merece los derechos de autor. Catorce almas se echaron las manos a los bolsos y a los bolsillos. La llamada podría ser para cualquiera, pero sólo sonó uno: el de aquella hija. “¿Ya? ¡Ya! No, no”. Se marcharon de la cafetería. Deprisa. Sin pagar las consumiciones a medio consumir. Llorando lágrimas negras. Nunca olvidaré sus caras.
Ese día aprendí una lección, así que, desde entonces, desayuno en las cafeterías de los hospitales; me pongo las botas a base de cruasán, café y zumo de naranja, y cuando llega la hora de pagar, percibo un aroma a preocupación; un olor que entra por la nariz y se desplaza hasta el pecho, donde se queda como si fuera un ovillo de lana que va aumentando, suelto un “¿ya? ¡Ya! No, no” con el móvil pegado a la oreja y salgo corriendo; un sinpa que se dice hoy en día. Eso sí; en los restaurantes, de momento, sigo pagando.
Ideación de Desayuno exprés
La idea de este texto breve surge en la cafetería de una clínica, donde una pareja (quizá madre e hija) habla poco, apenas toma su consumición, se encuentra bastante abatida y, tras recibir una llamada, sale corriendo: ¡A la UVI; corre, a la UVI!”, exclamó una de ellas.
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