Tras unos segundos de sudor frío mezclado con rubor, la mente en blanco y un apuro infinito me marcó sus cinco dedos en mi rostro imberbe.
- martes, 03 de diciembre de 2024
- Actualizado 20:58
Tras unos segundos de sudor frío mezclado con rubor, la mente en blanco y un apuro infinito me marcó sus cinco dedos en mi rostro imberbe.
Yo aprendí la propiedad asociativa después de una bofetada. Se ve que aquel refrán sobre la letra y sangre también sirve para los números (y sopapos...).
Igual que un mago te engaña con su truco de magia, aquel profesor, que ya murió, nos embelesaba con sus explicaciones. “Un tren sale de Barcelona a 100 km/h y otro de Sevilla a 85. ¿En qué punto se cruzarán?”.
Te decía que en el tren catalán viajaban los estudiantes de COU de un instituto que iban a visitar la Giralda. Y te lo imaginabas. Y te lo creías. Entonces el listo de turno quería saber a dónde se dirigían los sevillanos. “¡Tú, a la pizarra!”. Siempre picaba alguno. Siempre.
En una de esas caí como un pipiolo y me preguntó (a traición) la propiedad asociativa. Tras unos segundos de sudor frío mezclado con rubor, la mente en blanco y un apuro infinito me marcó sus cinco dedos en mi rostro imberbe.
Me explicó de nuevo la propiedad asociativa mientras yo mantenía el tipo con las piernas flojas y la cara aún caliente. “Sí o no, Iribas?”. Con cara de susto fingí entenderla.
Hace poco visitó la empresa en la que trabaja su hermano, toda una eminencia mundial en el campo de los números. Me hizo mucha ilusión saludarle y le conté entre bromas la anécdota de la propiedad asociativa.
Cuando volví a mi sitio escribí en el buscador de Google “propiedad asociativa”. Tres décadas después (con bofetón o sin él) sigo sin comprenderla.
Ideación de ‘Propiedad asociativa’
Me presentaron a principios de 2018 al catedrático Humberto Bustince, una eminencia.
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