Pilar Adón cuestiona en 'Las órdenes' los papeles asignados tradicionalmente a la mujer a través de poemas de belleza desnuda.
- jueves, 12 de diciembre de 2024
- Actualizado 07:24
Pilar Adón cuestiona en 'Las órdenes' los papeles asignados tradicionalmente a la mujer a través de poemas de belleza desnuda.
Una habitación angosta, de cortinas raídas y con vistas a un patio de luces oscuro. Una estancia incómoda y, sin embargo, conocida, familiar, íntima. Este es el lugar al que conduce Las órdenes de Pilar Adón (Madrid, 1971), un poemario valiente que cuestiona los roles tradicionalmente impuestos a las mujeres: la maternidad, la crianza, el cuidado.
A través de una belleza desnuda que golpea en el vientre, Adón reflexiona sobre la decisión de no ser madre, las relaciones entre madres e hijas, las grietas familiares y la intimidad resquebrajada. El libro se divide entre tres partes, aunque firmemente unidas por un hilo, el de la resistencia íntima. Madres e hijas, la enfermedad y la vejez, la literatura y, sobre todo, retazos de la vida cotidiana laten en estos versos libres.
Hay una honestidad cruda, ajena a cualquier sentimentalismo o emoción edulcorada. Son versos salvajes porque también lo son los emociones y vivencias que retrata, no por lo exóticas, sino por su ingobernabilidad. En ellos habla una mujer, que son muchas, que resisten y a la vez se sienten presas de los ciclos, las rutinas, los papeles preasignados en los que no encajan ni buscan encajar: “Tanto tiempo ansiando escapar en cada trayecto y ahora este regreso. Esta expedición de siempre a la vida de siempre”. “No queremos ser madres. La ausencia de un heredero/ que deje borrones./ Seguir siempre hijas”.
Adón construye escenas en las que hay ranas, plantas, clínex, tortilla y desinfectante. Y precisamente ese desinfectante que se repite es la sustancia que parece que recorre su poesía para dejarla lejos de cualquier artificio o recurso poético vacío. Irradia una belleza limpia, dolorosa, de herida en carne viva. Son historias incómodas, quizá por lo fácil que es ver el reflejo propio en distintas situaciones: las aspiraciones, los miedos, los tropiezos, las oportunidades perdidas, la dificultad de estar en un lugar y compartirlo con otros. No se habla de un tipo de mujer en un tiempo concreto, sino que, a través de una voz sumamente personal, se escucha el eco de generaciones, historias repetidas y tejidas a largo de los años. Es quizá la constatación y la denuncia de la pervivencia de esos patrones el aspecto más sobresaliente de este poemario. Habla la voz de una poeta, sí, pero en ella está el torrente de muchas otras.
Frente a los poemas más narrativos y extensos, el libro recoge algunos versos que son como un rayo en mitad de ese bosque tormentoso, una luz que ilumina realidades incómodas: “Solo quien tiene el amor lo cree prescindible”. Difícil decir más con menos palabras.
Adón, también novelista, cuentista y traductora, muestra en la poesía una voz, como siempre, indómita y consciente, pero más abierta. Uno puede pararse en los versos como quien pulsa un botón que abre las puertas a sensaciones que quizá permanecen dormidas o anestesiadas, por el miedo o la autocomplacencia, pero que están ahí, latentes. Y la autora las saca a flote y las pone delante, aunque estén marchitas.
Las órdenes. Pilar Adón. La Bella Varsovia. 68 páginas. 10 euros.