• jueves, 18 de abril de 2024
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Blog / La cometa de Miel

Seamos valientes y atrevidos

Por Pablo Sabalza

La vida social ya se ha transformado en una vida electrónica o cibervida

Recuerdo una encendida armonía de luz y de sombras derramarse por la arquitectura de las ciudades y los pueblos y los campos y caminos.

Los cristales de plata en las hojas tras la lluvia; las rosas, únicas e inmortales, reflejarse al sol con sus pétalos hechos de oro y fresa; cielos nocturnos y limpios en donde las estrellas me decían lo fugaz que soy y era.

En el patio de poemas de aquellos tiempos míos nada me interrumpía ni me desconcentraba.

Las gentes conversaban y las campanas repicaban para ser escuchadas a la hora punta.

El mundo no era tan hermético y parecía, no sé, que la sonrisa en los labios en la brisa de la  tarde suspiraban.

El otro día leí un artículo acerca de la cantidad de mensajes y WhatsApp, así como de correos electrónicos sin ver que acumulamos en nuestro móvil y/o bandeja de entrada.

Estarán de acuerdo conmigo en que activamos la función del ruido digital y respondemos con el piloto automático el aluvión de información que nos llega convirtiéndonos en máquinas empáticas de reacción para no ser maleducados con quien nos escribe.

Es tal la multitud de datos que procesamos que hemos olvidado libros que un día leímos,  lugares que hemos visitado, comidas que disfrutamos o compañeros de piso o de trabajo con los que compartimos muchos y mágicos momentos.

Agujeros negros de nuestra memoria que empiezan y acaban en nosotros mismos, ¿verdad?

Muchos expertos recomiendan que desconectemos, ignoremos los mensajes y abandonemos  internet.

Los correos electrónicos o mensajes y WhatsApp que respondemos se convierten en hilos de  conversación digital interminable que nos colapsan la mente, nos estresan e, incluso, nos generan ansiedad.

Quizá, simplemente, sea necesario apartar los móviles y las tablets por unos instantes, aunque  solo sea unas pocas horas al día y dedicar tiempo a la conversación y a la contemplación.

Recordemos los paseos silenciosos de los domingos bajo un cielo escarlata; el viento revolviendo el pelo de la mañana y de las flores recién despertadas; aquellos parques donde todo era cosa de ensueño; los niños durmiéndose en la siesta con los cantares de la abuela o el abuelo…

Seamos valientes y atrevidos y regresemos, aunque sea por unos minutos, al lugar donde  aprendimos que se puede contemplar cómo muere la tarde y se enciende una estrella en el infinito sin necesidad de verlo tras una pantalla.

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Seamos valientes y atrevidos