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Opinión /

El necesario pacto por la honestidad del socialismo

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Una comunidad venida a menos en todos los órdenes -son datos, no opinión- merced a la mediocridad de sus políticos y al conformismo de una sociedad carente de empuje y de ambición.

María Chivite y Joseba Asirón en una reunión reciente.
María Chivite y Joseba Asirón en una reunión reciente.

“Todos somos conscientes de la escasa credibilidad que para la sociedad tienen hoy en día los programas electorales. Las razones para ello son claras: los ciudadanos están hartos de promesas incumplidas, de engaños, de ver que muchas veces se hace lo contrario de lo que se dice”. Esta descarnada confesión encabeza el programa con el que Geroa Bai se presentó a las elecciones forales de 2015. El texto, huelga decirlo, continúa plenamente vigente.

Quienes más están contribuyendo últimamente al imparable descrédito de la clase política son sin duda los socialistas. Imposible recordar cuándo dijeron la última verdad. La entrega de Pamplona a Bildu en pago de su apoyo a Sánchez y a Chivite, tantas veces desmentida, es la enésima traición. Bien es cierto que entre sus votantes abundan los pardillos, pues, como dice el refrán, “si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”.

A los nacionalistas se les podrán reprochar muchas cosas, pero nunca han ocultado sus objetivos. Son perseverantes en el camino hacia su particular Ítaca, del que no se desvían un solo milímetro. A lo sumo varían los medios empleados para alcanzar sus sueños; unas veces con sangre, otras sin ella.  A los socialistas, en cambio, no les guía ya ninguno de sus históricos principios o valores. Los del puño y la rosa han quedado reducidos a unos trileros de la política que en su afán de hacerse con el poder al precio que sea, acaban mimetizando los programas de todos aquellos partidos cuyos apoyos necesitan, incluidos los que apuestan abiertamente por desguazar el Estado. Si precisaran de las Hijas de María, los veríamos con faldas. Abochorna, por poner un solo ejemplo, que la gobernabilidad de España no se decida en la sede de la soberanía nacional sino en una fundación domiciliada en Ginebra, con la mediación de un salvadoreño experto en guerrillas, por imposición de una formación supremacista de derechas liderada por un golpista prófugo que obtuvo el 1,6 % de los sufragios. Estamos normalizando el disparate.

Nuestro Santos Cerdán está jugando un papel muy destacado en este sindiós. Es una lástima que este opaco personaje emplee todo su inmenso poder en favorecer los intereses del nacionalismo más extremo en lugar de trabajar por la tierra que le vio nacer. ¿Conocen algún esfuerzo de este milagrés tan cercano a Sánchez para que la Volkswagen contara con su ansiada fábrica de baterías en Landaben; para impulsar el TAV o el Canal, o para evitar que cada navarro pague por su Convenio bastante más de lo que cada vasco lo hace por su Cupo? Yo tampoco.

Lo que los socialistas hacen indigna casi tanto como las razones que aducen para ello. Se nos ríen a la cara. A Marina Curiel García, que se está ganando a pulso una subsecretaría en el ministerio de Elma, no se le ocurrió mejor cosa que apelar a la ética para justificar la rendición de Pamplona a unos proetarras cuyo alcalde en la sombra es un delincuente convicto y confeso. Compadezco a la disciplinada portavoz socialista, mera marioneta de Ferraz, a la que estos años se le van a hacer larguísimos. Su último fiasco consistió en anunciar un plan de convivencia en el mismo pleno en el que sus propios socios dieron al traste con él al negarse a condenar a ETA, una vez más.

Curiel debería saber que en Pamplona, como en el resto de Navarra, la violencia la ha ejercido en régimen de monopolio la izquierda abertzale, incluido Joseba Asirón, juzgado y condenado por exhibir la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca violentando la ley. No hace falta pues ningún plan de convivencia, como han venido a reconocer los propios socialistas que, imitando comportamientos propios de la mafia, han pretendido comprar la paz entregando sumisamente a los padrinos bildutarras la vara de mando capitalina.

Algo que difícilmente conseguirán, pues la maldad e intolerancia de buena parte de los abertzales es genética, como lo evidencian los 466 actos de apoyo a ETA contabilizados en 2023, los gritos de “UPN kanpora” el pasado 28 de diciembre o las pintadas de Gora ETA que siguen mancillando la casa de los Ulayar 45 años después de que asesinaran a Jesús, y que el ayuntamiento etxarriarra se ha negado a borrar durante décadas por indicación del siniestro Joxe Martín Abaurrea San Juan. Leo, por cierto, que este pieza con tan apropiadas patillas de bandolero ha sido nombrado concejal delegado de la Milagrosa. Le animo a que empiece a purgar tantos pecados como ha cometido solventando el problema de los sintecho que padece dicho barrio, antes de que se le muera otro.

Yo propondría a los socialistas un pacto por la honestidad para con los suyos. Se trataría de reconocer abiertamente lo que ya sabemos; que PSN y Bildu, a pesar de sus hondas discrepancias en materia territorial, política lingüística, infraestructuras y tantas otras cosas, se necesitan mutuamente para repartirse el poder. La pléyade de paniaguados militantes que merced a la presidencia de Chivite maman de la más exuberante que nunca teta pública aplaudirá con las orejas. Y buena parte de los demás, completado el blanqueamiento de los proetarras, preferirá también esta opción al desembarco de la ultra derecha comeniños con la que volverán a atemorizarles.

A favor de Chivite juega el vergonzoso silencio de los socialistas disconformes con esta deriva autodestructiva, así como la fidelidad de muchos votantes, muy ideologizados y poco pragmáticos, que votan al PSN por pura inercia. Solo así se explica que desde 2015 los navarros hayamos ido renovando nuestra confianza en los gobiernos del cambio, a pesar de que dicho cambio ha consistido básicamente en subir impuestos y hundir unos servicios públicos antaño ejemplares, víctimas, no de las ansias privatizadoras de la insolidaria derecha capitalista, sino de la mala gestión de las coaliciones nacionalsocialistas, que han dilapidado unos recursos nunca antes vistos.

Estamos apostando así por una Navarra aislada y provinciana, rebosante de funcionarios, hostil al emprendimiento y a la inversión, que a duras penas aspira a retener a empresas como Volkswagen, Gamesa, BSH o Arcelor. Una comunidad venida a menos en todos los órdenes -son datos, no opinión- merced a la mediocridad de sus políticos y al conformismo de una sociedad carente de empuje y de ambición, que ve con resignación cómo sus hijos más brillantes vuelven a emigrar. Pero al menos hemos evitado a las derechas. Algo es algo.

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