Opinión / Periodista y dibujante cristiano. Trabaja para las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, imparte clases de Diseño de Videojuegos en la Universidad de Navarra y cada fin de semana presenta el programa Implicados en Navarra TV. También dibuja viñetas para Buigle.net y Religión Digital.
Barcelona. En un piso de la calle Hospital del barrio de El Raval, viven en comunidad 4 mujeres que cada mañana se levantan para comenzar un nuevo día, en coherencia con una opción vital a la que se comprometieron en el pasado.
Rubén está calado hasta los huesos. Bajo un paraguas que le cubre medio cuerpo, pasa la mañana del domingo sentado en un banco del Parque de la Bombilla, en Madrid.
La historia que voy a contarles es real, la he escuchado en boca de un amigo mío, misionero javeriano, mientras hablábamos sobre las profundas heridas internas que, por lo general, tiene mucha gente conflictiva y violenta.
En febrero de 2015, el Papa Francisco, en un discurso al Pontificio Consejo de Cultura, se mostraba “convencido de la urgencia de ofrecer espacios a la mujer en la vida de la Iglesia” y pedía “una presencia femenina más capilar e incisiva en las comunidades”.