No es que la formación liderada por Albert Rivera tenga graves problemas internos, sino más bien se trata de una cuestión de utilidad de un proyecto político que nació en Cataluña hace una década y que dio el salto a la política nacional en las elecciones europeas de 2014.
Ciudadanos aglutinó en gran medida en todas las elecciones que ha habido en los dos últimos años el voto de descontento con el PP. Pero eso no parece que vaya a dar más de sí, porque en la lógica de los hechos está que la formación popular, al conseguir mantenerse en el poder con un liderazgo, el de Rajoy, que nadie discute dentro de su partido, vaya recuperando el voto perdido.
Todas las encuestas publicadas en las últimas semanas así lo ponen de manifiesto: si hoy volvieran a celebrarse unas elecciones generales en España, el PP subiría en intención de voto y pasaría de los 137 escaños actuales a tener en torno a 155. Es cierto que en esas mismas encuestas Ciudadanos se mantiene o baja muy poco, y ese es precisamente el problema que tiene la formación naranja.
Cuando irrumpió en la política nacional, Ciudadanos fue percibido como un partido nuevo, con gente joven, no salpicada por la corrupción y que venía con grandes deseos de regenerar la vida política. Algunas de sus propuestas: reforma de la justicia para que de verdad sea independiente, supresión de los aforamientos, tolerancia cero con la corrupción, fueron percibidas como un intento de darle la vuelta a la situación. No es que esa impresión haya desaparecido, pero al menos se ha mitigado el entusiasmo que suscitó.
Un proyecto político es viable y tiene futuro en la medida que es percibido como útil por los ciudadanos. En cuanto pierde o se difumina esa utilidad es cuando empiezan los problemas. La decisión de quienes mandan en Ciudadanos de no participar en ninguno de los gobiernos autonómicos que han apoyado -Andalucía, Madrid, Murcia, Castilla y León, la Rioja- así como el de no querer tampoco ir más allá que facilitar la investidura de Rajoy sin entrar a formar parte del Gobierno de la Nación, es algo que con el paso del tiempo puede volverse más en contra que a favor de la formación de Rivera, precisamente porque deje de percibirse ese concepto de utilidad.
Si a eso se añade la imagen de un liderazgo excesivamente centrado en una persona junto a algunos tics con cierto tufillo autoritario o de excesivo control desde la cúpula del partido, entonces los problemas se irán agrandando. Y precedentes hay en nuestra historia reciente, léase el caso de UPyD, para saber cómo suelen acabar esos procesos.