• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / La vida misma

¿Los idiomas separan?

Por César Martinicorena

No, señores. Separa y levanta barreras la imbecilidad humana  más la ausencia de inteligencia. El idioma es un vehículo, no una meta. Vamos con ello.

Tenía dieciséis años. Me encontraba en un caserío ubicado en los montes del norte navarro perteneciente a mi familia bilbaina. Pedí a mis tíos, auténticos gepeeses, unas pocas indicaciones para llegar a una pequeña cascada maravillosa sita a unos mil metros de la casa. Un paraíso de helechos, verdes, límpidas aguas e imponentes árboles centenarios. Me informaron correctamente así que me embarqué en la aventura a lo Indiana Jones y, como era de esperar, me perdí a los dos minutos de travesía.

Miré atrás y la casa no estaba. Miré adelante y no me acordé de las indicaciones. Un auténtico despropósito de aventurero, vaya.  A lo lejos veo a una pareja de paseantes. Allá que voy. Dos caseros me descubren corriendo hacia ellos y me atienden solícitos dada la cara de susto que llevaba; un cagazas de Indiana. La  conversación que se produjo, digna de ser grabada. Ellos solo hablaban en vasco – no en batúa o euskañol- y yo en castellano porque de euskera sé muy poco. La inicial vergüenza mutua por nuestra incapacidad se convirtió, un minuto más tarde, en incontrolables ataques de risa dado nuestro afán por hablar en un idioma que no dominábamos y  que conducían a divertidísimas meteduras de pata. La timidez se largó a hacer puñetas y los tres, con cierto gracejo y buen humor, nos hicimos entender con precisión.

De repente, la casera riñó a su marido con gestos amplios de tormenta por llegar. Temí por el futuro inmediato del marido cuando lo que iba a ocurrir me colocaba en situación de gran beneficiado. Después de una arenga de un minuto de la señora al orejas-gachas de su marido, éste sacó de no sé dónde una bota de vino y me la ofreció. Ahí el idioma sobra. El hombre tenía cara de “bebe poco” y la mujer de “date un buen lingotazo que hace frío, bonico”. Como siempre, hice caso a la mujer.¡ Cómo subía las cuestas diez minutos más tarde!

Me informaron a la perfección, con todo detalle, de dónde se encontraba la cascada. Pero también  mi casa, un par de robles que debía admirar y, durante otro lingote de tintorro, que visitara su hogar al otro lado del valle. La casera me despidió con un abrazo osuno y un beso en la frente. El casero, con una palmada en la espalda que me acerco los omóplatos al esternón. Se vengaba con cariñó por el vino hurtado. ¿Y el idioma? El idioma sobra. Si quieres, te entiendes. La voluntad y la inteligencia gana por goleada a la ignorancia.

¿Y cuando el sentido común escasea? Problemas. En el Hotel La Perla de Pamplona recibíamos a centenares de caminantes embarcados en el maravillosos Camino de Santiago. Ëramos escala obligada en la etapa Roncesvalles-Pamplona-Puente La Reina. Franceses los más, pero también japoneses, americanos y, oh Dios, alemanes. La generación de germanos nacidos tras la segunda guerra mundial no es habitual que domine el inglés, idioma con el que yo me entendía con los extranjeros ya que mi francés se basa en decir ggggrrrrr en vez de erre. Eso y trejolí, comantalebú, ohlalá, uyuyuyuy, mondié, y Giscard púdrete.

Una germana talludita, doce de la noche, bajó a recepción  en camisón y batín, pelo húmedo enmarañado de loca y ojos de Norman Bates. Se dirigió a mi con tono de las SS en alemán , el idioma del amor. No me quedó mas que explicarle que no entendía ni papa. Ella contestó, supongo, que qué coño decía. Entendí que nos hallábamos en punto muerto así que busque una solución.

- Do you speak englis?

- Graff strofff nein orgen.

Parecióme que no. Así que me atreví a inventarme una poliglotez de la que carezco.

-¿Parlevufgansé?- arriesgué no sin cierto pudor.- Aurjjjfff- musitó ella. Deduje que no, mas no me rendí.

-¿Parla l´italiano?- Nein-.

-Yo tampoco, más vale- pensé.

Durante mi interrogatorio ella seguía hablando en estrujenbajen al parecer sin entender que yo no le cogía una. Ni un puñetero gesto me indicaba que podía necesitar la señora. Descartado el sexo, a Dios gracias, pensé en qué leches podía necesitar esa teniente del primero de zapadores del ejército alemán a hora tan intempestiva. Craso éxito. Como ella acentuaba un tono más que molesto, decidí pasármelo bien a sus costa. Ella seguía empeñada en que yo entendiera su idioma, así que opté por contestarle en castellano, como si la entendiera,  y asaetarle a preguntas.

Únicamente debía poner un tono de interés para no ser descubierto en mi perverso juego. Tras cada parrafada de la tipa yo contestaba con un pregunta.

-¿Qué tal la familia?-

Parrafada en bayernmuniqués de la prota de nuestro relato.

- Claro, claro. ¿ Y le huelen mucho los pinreles después de cada jornada de caminata santiaguera? Es que ni con la ducha, primorosa…..

Se notaba que el enfado teutón iba en aumento así que decidí parar. Saqué un folio con lápiz y le indiqué que dibujara de una vez lo que quería. Agarra la comesalchichas con chucrut y...¡ me escribe lo que quiere en alemán !. Apunto estuve de arrearle una colleja.

- ¡Que lo dibujes, tía burra!

Se me debió notar el mosqueo porque, en su contestación, el cariño brilló por su ausencia. Media hora nos habíamos tirado para averiguar lo que quería una paranóica germana en pololos y pelos de Eduardo Manostijeras cuando, de repente, hizo un gesto. Su mano izquierda se agarro un mechón de pelo del cogote y la derecha realizó unos movimientos de muñeca alrededor del amasijo  acompañándolos de un sonido  parecido a un bbbbbbzzzzzzzzzzzzz. ¡Por fin una bendita onomatopeya con ayuda gestual !. Al final comprendí. Y grité. -¡Un secador, por Dios!. Haber empezado por ahí, so cartofen !- Miré en las cajoneras de los titos y ahí estaba el maldito secador. Le miré con cara de arrobo y le dí la buena nueva.

- Si, aquí está- le dije sin mostrarle el aparato, negando con la cabeza y poniendo cara de no-tenemos-lo-siento. Y se largó sin secador.

Hoy me he extendido. Creo que valía la pena. Cuando se hace tanto hincapié en el idioma se acaba utilizándolo para separa a la gente. Ya saben quién y qué partidos actúan de esa manera. Localicemos a esas personas y prescindamos de ellas. Somos mucho más que el idioma que nos ha tocado emplear. Voluntad y ganas de entenderse; no hace falta más. Lo demás no pasa de ser la excusa del indigente intelectual para mostrar su nula valía para otra coas que no sea fomentar el rencor.

 Hoy escribo desde Cataluña; Liça d´amunt. Chapurreo el cataluñés y cada día lo entiendo mejor, aunque me cuesta mucho verbalizarlo, si bien es cierto que las horas del día se me dan de miedo. ¿ Problemas? Cero. Solo los idiotas los causan, no las lenguas.


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¿Los idiomas separan?