Hará un discurso vibrante, lleno de ausencias y carencias, llamará, como Sánchez, como el tercero en discordia Patxi López, a la unidad futura de un partido fracturado en el presente y glorioso en el pasado. Y oficializará su candidatura a unas elecciones primarias en el PSOE que aún no están oficialmente convocadas, pero que discurrirán allá por el temible mes de mayo.
Puede que hasta gane esas elecciones y arrase -bueno, más o menos_ en el consiguiente congreso partidario. Se convertirá así en la candidata más fuerte frente al centroderechista Mariano Rajoy cuando este tenga a bien disolver las cámaras y convocar unas elecciones generales, que es algo que tampoco es que vaya a ocurrir, Dios mediante, ni mañana, ni pasado, ni el 3 de mayo, fecha a partir de la cual el inquilino de La Moncloa podría hacerlo. Y esas elecciones, cuando sean, ¿podría ganarlas Susana Díaz? Prueba de fuego para la 'lideresa' andaluza, que quizá venza en su formación, pero ¿convencerá a los suficientes españoles para que la elijan primera ministra?
No. La verdad es que, hoy por hoy, Susana Diaz sigue sin convencer del todo. O a mí, al menos, así me lo parece. Claro, es el mal menor frente al empuje ambicioso -ah, pero ¿ella no lo es?-, salvaje, algo mendaz, de Pedro Sánchez, y ella sugerirá que concurre a las primarias precisamente para conjurar el 'peligro Sánchez', que nunca se sabe si se echará al monte de Podemos en cuanto tenga la posibilidad, montando un cisco de todos los diablos. Pero, aparte de eso, ¿quién podrá certificar que el programa de Susana Díaz, presentado este sábado de la mano del nunca sonriente Eduardo Madina, es creíble, posible, de alto vuelo, lo suficientemente regeneracionista? Habrá que desmenuzar muy mucho ese programa, que parece interesar menos al respetable que las características personales de una mujer que es 'muy de partido', que controla aparatos dóciles, que ha concitado el apoyo de veteranos respetables y no tanto. Pero hasta ahí.
Escucharemos a una vibrante Susana Díaz en el recinto ferial madrileño, como la hemos visto de faralaes en el recinto ferial sevillano: buscando votos desesperadamente. Pero yo quiero que nos diga su opinión sobre la inhabilitación de Homs, la de Mas, la próxima de Forcadell y de medio Parlament catalán. O sea, quiero saber sus soluciones para Cataluña, más allá de un proclamado federalismo que la Generalitat no desea. Y me encantaría oírla hablar de Donald Trump, y de la socialdemocracia europea y de las primarias de esta Francia desde donde escribo, y del programa de Macron para hacerse con la Presidencia de la República. Y de por qué rechazó el decreto de la estiba, y de si comparte la opinión del Papa Francisco acerca de que, así, tan hueca de ideas y de solidaridades, la UE se nos muere. Y quisiera escucharle hablar de Putin, ese hacker que se cuela en la campaña lepenista. Y de si, en caso de necesidad, se aliaría con Podemos o accedería a una gran coalición con el PP y con Ciudadanos. Y de si apoyará los Presupuestos rajoyanos para 2018. Y cómo piensa mejorar la enfermiza equidad entre españoles y españoles. Quiero que se pronuncie alto, claro, sin equívocos y sin escaquearse, sobre todo esto y sobre mucho más que no me cabe en este comentario.
O sea, que me parece que los españoles están demasiado hartos de discursos grandilocuentes, de llamamientos vacuos a la unidad, de frases de esas que arrancan los vítores en los mítines y no significan nada, de mirar a Soria (o sea, a Murcia) más que a Siria, y precisan programas de actuación diáfanos y contundentes. ¿Por qué será que, dicen las encuestas, el PSOE no suscita la atención, siquiera la atención, de una mayoría de los menores de cincuenta y cinco años?
Si Susana Díaz no tiene la respuesta a ese dato demoscópico, si todo se va a consumir en una guerrilla de avales y de ver cómo, sin que se note demasiado, vamos a acabar con el peligro Pedro, más vale que no coja el AVE a Madrid para el mítin de este domingo. Si, por el contrario, hay respuestas a las preguntas más arriba formuladas, bienvenida sea Susana Díaz al juego en la división de honor, donde lo que se dirime es quién ocupará en los últimos años de esta década, quizá también en los primeros de la siguiente, el sillón que representa las mayores dosis de poder en España y no pocas dosis de ese poder en Europa. Nada menos. ¿Está Susana Díaz capacitada para, con los suyos -y uno de los suyos deberá ser también, en su momento, el muy apreciable Patxi López-, hacer frente a ese reto, a ese inmenso reto? ¿Seguro que está lista para ese combate, que no es precisamente el que librará frente al siempre aspirante-a-todo Pedro Sánchez?