- martes, 03 de diciembre de 2024
- Actualizado 20:58
La respuesta a la pregunta con la que se titula este comentario no puede ser unívoca. Es, más bien, equívoca. Si atendemos al Centro de Estudios de Opinión, que depende más o menos de la Generalitat catalana, el independentismo pierde fuelle, y los no secesionistas ganan a los que sí lo son por un 48'5 por ciento frente al 44'3 por ciento.
López versus Sánchez y ambos frente a Díaz. Nada más español en este país de 'pobres Pepe Pérez', que es como se denominaba popularmente al hombre de la calle, que el combate de estos tres apellidos, tan hispanos, que designan a los tres candidatos, Patxi López, Pedro Sánchez y Susana Díaz, para hacerse con el control nada menos que del Partido Socialista.
Me despido, mientras redacto estas líneas, de Israel, donde he pasado unos días de sobrecarga informativa; colegas, catedráticos y políticos me han explicado lo que va ocurriendo en el Estado más peculiar del mundo y uno, hasta donde se le alcanza, ha tenido que diseccionar algunas de las cosas que ocurren en España, que, en cuanto a complejidades, tampoco es un país que se quede atrás, precisamente.
Junto con un compañero, con el que cada día comparto unos minutos radiofónicos, tuve la oportunidad de mantener este fin de semana una larga conversación con un miembro del Gobierno que en estos momentos desempeña una de las más importantes funciones en conexión estrecha con La Moncloa y el equipo económico.
La crónica política de este sábado, fuertemente lluvioso en Madrid, era algo agobiante: hacia mediodía, en la Caja Mágica, donde el PP celebra su congreso, se rumoreaba que Rajoy podría abrir su boca silenciosa y decir algo, unas migajas de declaración antes de su discurso triunfal(ista) este domingo.
Acaso demasiados años de observación desde la barrera de los acontecimientos políticos me han convencido de un hecho que considero irrefutable: las personas son lo más importante, mucho más que las propias organizaciones y, desde luego, que las regulaciones, para el desarrollo de las instituciones y, en definitiva, para el buen gobierno de los ciudadanos.
Estamos ante una nueva aparición de Pedro Sánchez, ahora en una localidad sevillana cuyos militantes socialistas dicen que son esencialmente hostiles al liderazgo de Susana Díaz, que andará a esas mismas horas de 'gira preelectoral interna' (uufff*) por la provincia de Cádiz. Pocos kilómetros de distancia física y muchos de diferencia no ideológica, sino estratégica.
Cuando escribo este comentario los tiempos periodísticos me impiden conocer el resultado de la votación entre los siete candidatos socialistas franceses que, este domingo, se enfrentaban en primarias para saber qué dos finalistas concurrirán el domingo próximo a las urnas 'internas' y, así, elegir al vencedor que, en nombre del socialismo galo, estará en las elecciones presidenciales frente a Le Pen, Fillon, Macron...
Hay ocasiones en las que a uno apenas le queda el recurso de la carta abierta, que es la antesala del pataleo, confiando en que, de alguna manera, la botella lanzada por uno, en adelante el náufrago, llegue a las playas doradas de quienes dicen que quieren salvarnos de la isla desierta en la que vivimos quienes no hemos encontrado ni puerto ni refugio en unas siglas.
Este país está tan hambriento de novedades, tan acostumbrado ya a la jarana inestable de la política que nos han dado durante décadas, que basta que el ex presidente José María Aznar se vaya a dar una conferencia ante un auditorio seleccionado para que los cenáculos y mentideros inventen -o no- una posible iniciativa 'aznarista' para crear una formación nueva, a la derecha del Partido Popular.
Una de las virtudes/defectos de Mariano Rajoy es su aparente impasibilidad ante las cosas y acontecimientos que le rodean. Nada parece impresionarle y, menos aún, alterarle. Presume -yo no lo creo del todo- de no escuchar las tertulias radiofónicas o televisivas, y de no leer más periódicos que los deportivos: ya tiene al equipo de comunicación monclovita, que encabeza Carmen Martínez de Castro, para pasarle los resúmenes de las cosas más interesantes o disparatadas.
Cuando, este viernes, Mariano Rajoy, con su estilo pausado hasta rozar lo soporífero, cierre el curso político con la habitual rueda de prensa de fin de año, tendrá motivos para sentirse satisfecho: ahí sigue, en La Moncloa, con el cadáver de su principal enemigo pasando ante su puerta, con sus otros rivales a la gresca y con el aliado-pero-no-amigo como difuminado en las neblinas de los meandros políticos españoles.
La verdad es que me hizo gracia la frase que da el titular a este comentario: fue dicha de pasada por un importante diplomático español en referencia a las muchas cosas que ahora está haciendo el Gobierno presidido por ese Mariano Rajoy que siempre da la impresión de estar inmóvil -aunque sea una impresión falsa, impuesta por los 'cartoonist'- , mientras algunos de sus ministros, y señaladamente la vicepresidenta, ofrecen una imagen de constante puente aéreo, de actividad quizá aún sin metas demasiado precisas.
Curiosa la contención de las fuerzas políticas españolas en sus reacciones tras la muerte de Fidel Castro: parecía que alguna izquierda se sentía más obligada a lanzar alguna velada crítica a la figura ("con claros y oscuros" Iglesias dixit) del líder cubano que la derecha, que extremó su respeto por el fallecido.
Los comentaristas que están considerados como más próximos a La Moncloa, o a los nuevos ministros más próximos a La Moncloa, hablan mucho de la confrontación inminente, que tendrá consecuencias, entre los 'sorayos', es decir, los cercanos a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Satamaría, y los 'cospedalos', más próximos a la secretaria general del partido y nueva ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal.
Hace algunos meses participé en una entrevista radiofónica a Pablo Iglesias. El líder de Podemos había entrado en una etapa 'seria', tras no pocos saltos mortales en el trapecio, y pronunció la siguiente frase, que transcribí: "Cuando puedes ocupar algunas parcelas de poder, ya no es el momento de hacer el 'enfant terrible'".
Para los españoles, y para el conjunto de los europeos, la cosa está clara: una victoria de Trump en las elecciones norteamericanas, que ese personaje tan atípico, por decirlo de manera elegante, se convirtiese en el presidente de los Estados Unidos, sería una auténtica catástrofe para el país, para el continente, para el mundo.
Bueno la verdad es que yo tampoco había caído en ello hasta que, por los pasillos del Congreso en la última sesión de investidura, un colega veterano, con ocho apellidos catalanes al menos, que se desempeña en un medio de comunicación 'estatal' en Barcelona, me lo preguntó: "¿Quién crees", me dijo, "que va a ser el ministro de Rajoy para Cataluña?".
Quiso Pedro Sánchez acaparar este sábado un último cuarto de hora de protagonismo, saliendo ante los medios a anunciar su renuncia al escaño y sugiriendo que pasa a convertirse en un 'ala crítica' de su partido, frente a la postura errónea que, al parecer, él interpreta que representa la gestora a la que respalda Susana Díaz y que preside Javier Fernández.
Sirva el magnífico título de la obra de John Reed sobre la revolución soviética, 'Diez días que cambiaron el mundo', al que ocasionalmente acudo para parafrasearlo en mis crónicas, para adelantar lo que va y no va a ocurrir en los próximos diez o quince días en España: va a cambiar mucho para que no cambie absolutamente nada.
El infernal calendario de coincidencias que ha generado la tormenta perfecta desde hace trescientos un días y setecientas noches ha hecho que el inicio -mira que es casualidad, tras siete años y medio de instrucción- del 'juicio Gürtel' y su desarrollo más sabroso informativamente, vaya a coincidir con la previsible investidura de Mariano Rajoy, dentro de exactamente dos semanas.
Supongo que decir que un Estado fuerte es aquel que se siente orgulloso de su bandera, de su Historia, de su himno, de su unidad, sonará como algo reaccionario en el seno del Consejo Ciudadano de Estado de Podemos, que este fin de semana celebró una 'cumbre' para, en el fondo, aparcar sus divergencias sobre lo que debe ser la izquierda, y si debe serlo con el PSOE o contra el PSOE.