• martes, 10 de diciembre de 2024
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Opinión / Periodista. Director de Comunicación y Marketing del Consejo General de la Abogacía Española.

Crecimiento de la agresividad

Por Francisco Muro de Iscar

Escribe José Antonio Pagola que "se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. 

Cada vez son más frecuentes, añade, los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza". En los últimos días hemos tenido numerosos ejemplos. Desde los periodistas que han denunciado las presiones de Podemos para coartar su libertad de expresión al programa de la televisión vasca insultando a los españoles o el autobús de Hazte Oír.

En todas las direcciones y sobre todos los temas. Las mujeres, de las que deberíamos ocuparnos todos los días y no sólo uno, son objeto, especialmente en las redes, de un trato denigrante. Las tertulias de las radios y las televisiones y algunos programas no del corazón, sino de las vísceras, son la punta del iceberg, la más visible, pero debajo hay mucho más. Así que no es un fenómeno puntual, sino creciente y generalizado desde el mundo estudiantil al político, pasando por casi todos los sectores de la sociedad. Y lo peor es que parece que nos estamos acostumbrando. 

Es difícil educar a los menores en el respeto, la tolerancia y la convivencia, si desde los principales focos de atención mediática se practica el insulto y la descalificación del oponente con mentiras profundas o con medias verdades, sembrando sospechas sobre casi todo, dictando condenas y dejando la presunción de inocencia de cualquiera en la puerta de la calle. Las redes, que son excelentes para muchas cosas, protegen a los descerebrados, sean o influencers o puros imbéciles, de sus afirmaciones envenenadas y contribuyen a crear una atmósfera muchas veces irrespirable.

La dignidad de las personas en manos de estas personas no vale absolutamente nada, sobre todo, porque casi nunca tiene consecuencias para ellos, aunque las tengan para los ofendidos. Y detrás de los que lanzan los infundios hay muchas veces miles de seguidores, sin un ápice de conocimiento ni de inteligencia, que propagan rumores y falsedades para que se cumpla eso de que una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en una verdad. La postverdad ideologizada de esta época.

Y lo que no puede ser es que esas falacias acaben convirtiéndose en los temas de debate y discusión de grandes sectores de la sociedad, mientras los problemas importantes de verdad pasan desapercibidos. Da la sensación de que a muchos les va bien este clima y este debate de vísceras donde se humilla a la gente. Hay muchos que se defienden mejor rebajando los niveles de inteligencia y subiendo los de desprecio porque, de esa manera, la difamación, la venganza o el odio facilitan la consecución de sus objetivos. Y muchos caemos en la trampa.

Hay que empezar por la escuela, como en casi todo, para enseñar que el respeto a la dignidad de las personas es irrenunciable. Pero es difícil hacerlo si los que deberían dar ejemplo -empezando por algunos medios de comunicación y por los políticos- hacen todo lo contrario.

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