Un deterioro que se transmite a la sociedad y que desmotiva y desmoraliza a los ciudadanos que creen en la política y en la democracia como el sistema para solucionar nuestros problemas.
Es cierto que, durante unos meses, la debilidad de los grandes partidos nos hizo pensar que era posible acabar con la resignación en la lucha contra la corrupción. No ha hecho falta que pasara mucho tiempo para ver que eso no es así.
Es posible que la gran corrupción haya perdido la batalla en España, como consecuencia de la revelación de los escándalos, de las medidas legislativas que se han tomado y, sobre todo, por la acción de la Justicia, lenta, muy lenta, aunque inexorable. Es posible que los ciudadanos perciban claramente que sus partidos, incluso el partido al que votan, no han reaccionado suficientemente contra la corrupción, especialmente el Gobierno y el PP.
La última encuesta de Metroscopia así lo apunta. Lo piensan los votantes de todos los partidos, incluido ¡un 73 por ciento de los votantes del PP! Las declaraciones en el juicio del Palau de la Música de Barcelona, con acusaciones que deberían avergonzar a toda la clase política catalana y desaparecer del mapa por dignidad; el caso del presidente de Murcia, tirando a la basura un pacto firmado hace unos meses; la famosa Operación Púnica madrileña; o el penoso caso de los ERE en Andalucía, tendrían que haber provocado una catarsis nacional. Y no ha pasado nada, no ha dimitido nadie. Muy al contrario, los responsables levantan orgullosamente la cabeza. Es una muestra del deterioro no sólo político sino social.
Siempre he defendido la presunción de inocencia de cualquiera. Y a muchos les hemos condenado para siempre antes, mucho antes de cualquier veredicto judicial.
Pero, dada la situación, estando las cosas como están, o los partidos reaccionan con extrema dureza, llevándose la trastienda, al menos, a los señalados y poniendo al frente de las responsabilidades a personas no sometidas a ninguna sospecha o esta democracia que tanto nos ha costado levantar a todos, acabará en manos de los populistas, entre los que cabe incluir también al aspirante socialista Pedro Sánchez.
Decía Ortega que la nación no es nunca algo terminado, "está siempre haciéndose o deshaciéndose". Ahora parece que es más lo segundo que lo primero.
Por eso hay que ser intransigentes con la corrupción, intransigentes a favor de la honradez, la real y la percibida. La desafección de los jóvenes hacia la política está basada en cómo han tratado los políticos la moralidad de la vida pública. Y eso hay que cambiarlo radicalmente aunque paguen algunos posibles inocentes. No hay otra salida.