“Se acerca el invierno” fue el título del primer episodio de la exitosa serie de ficción Juego de tronos –que, dicho sea de paso, ofrece un material valiosísimo para analizar algunas tendencias ideológicas de la cultura popular contemporánea-.
“Se acerca el invierno” fue el título del primer episodio de la exitosa serie de ficción Juego de tronos –que, dicho sea de paso, ofrece un material valiosísimo para analizar algunas tendencias ideológicas de la cultura popular contemporánea-.
“Se acerca el invierno” era también el lema de los Stark, la casa nobiliaria con sede en Invernalia, cuya desgracia, de tintes shakesperianos, jalona la complicada trama. Poco a poco, el espectador comprende que el invierno que llega es la invasión de los caminantes blancos, un ejército de muertos vivientes que, literalmente, desbordará el reino de los vivos y ante el que no habrá refugio posible.
El invierno, un duro invierno, se aproxima también a España. Y a Europa. A pesar de que, climatológicamente, el de este año acabe de marcharse, sin que casi nos hayamos enterado de su visita. Ese otro invierno, demográfico, lo estamos empezando ya a ver aparecer por el País Vasco (cuya capital nobiliaria, Neguri, significa en vasco, por cierto, “Ciudad del invierno”, denominación que recuerda no poco a esa Invernalia de la serie). Acaso, no lo sé, no podamos hacer ya mucho para evitarlo. Hemos perdido demasiado tiempo. Tal vez, prepararnos y poner los cimientos que hagan posible una futura primavera.
A la salida del franquismo, en 1976, el País Vasco tenía un índice de fecundidad algo más alto que la media española. 2’84 hijos (perdón, criaturas) por mujer frente a 2’77. A partir de ese momento, la natalidad empezó a desplomarse, año tras año. Qué les voy a contar. Los que tenemos cierta edad, lo hemos vivido. La gente empezó a independizarse más tarde, a casarse menos, a emparejarse menos, a tener menos hijos, a esperar más para tenerlos. La generación del “baby boom” tuvo su primer descendiente a los 33 años de media. La tasa de fecundidad cayó en 1990 a 0’98 hijos por mujer. En 1994 a 0’90. Se mantuvo por debajo de uno hasta el final de la década. A partir de 2000 empezó a remontar, cayó ligeramente con la crisis y volvió a repuntar hasta 2017, hasta los 1’39 hijos por mujer, en gran medida gracias a la población inmigrante.
Con la esperanza de vida sucedió lo contrario. En 1976 estaba en 73’17 años. En 2001 llegaba a los 80. En 2018 sobrepasaba los 83 años. 86 en el caso de las mujeres: la cifra más alta de Europa. Todo indica que continuará subiendo en los próximos años y que, en esa generación del “baby boom”, muchos, sobre todo muchas, pese al heteropatriarcado asesino, llegarán a centenaries.
Muy pocos, esas disminuidas generaciones de los noventa, tendrán que mantenerlos y cuidarlos. Durante mucho tiempo. Décadas... De hecho, los jóvenes envejecerán antes que los ancianos de las generaciones anteriores hayan fallecido. Una suerte, sin duda, no perder a nuestros seres queridos hasta muy tarde. Pero también un grave problema. Porque no existe la multiplicación de los panes y los peces.
Es improbable ya que la natalidad repunte. Ni siquiera aunque se dieran las circunstancias económicas favorables para ello. Los jóvenes vascos que sienten poco o ningún deseo de tener hijos se están disparando. En tres años han subido del 11’9% al 20’8%. La parejita de niños ha sido sustituida por la parejita de perros.
Euskadi, es cierto, tiene una tasa de paro (9’6%) muy baja en comparación con la del resto de España (14’5%). Pero la tasa de actividad (el cociente entre la población activa y la población en edad de trabajar) es, paradójicamente, más baja. Un 58’69% en España, frente a un 56’2% en Euskadi. ¿Por qué? Porque hay más gente formándose (algo muy bueno… a condición de que se estén formando en algo económicamente relevante) y más prejubilados. Felices ellos, porque encontrar trabajo a partir de cierta edad es una lotería.
Los pocos jóvenes que hay se ven atrapados en una venenosa combinación de comodidad y falta de oportunidades. Aunque la tasa de desempleo juvenil (23’1%) en el País Vasco es mucho más baja que la media española (33’5%), eso no se traduce en una edad más baja para emanciparse -casi 30 años, de las más altas de Europa-. Es comprensible: el mercado inmobiliario lo hace muy difícil. Una densidad de 300 habitantes por kilómetro cuadrado y un salario medio muy alto (2.279 euros, el más alto de España) impide que los precios de los pisos bajen. La mayor parte de los jóvenes vascos (los afortunados que tienen empleo) percibe menos de 1000 euros. Los menores de 25 años cobran menos de la mitad de aquellos que están entre los 35 y los 45. Como el alquiler medio en el País Vasco alcanzó en 2018 los 983 euros (1129 en Guipúzcoa), uno de los más altos de España, los menores de 35 años invierten de media el 65% en pagar el alquiler. Como para ponerse a traer criaturas a Euskadi. La gente mejor formada huye al extranjero. No sé si tener el EGA les ayudará mucho.
Añádase que las pensiones de los jubilados vascos son las más elevadas de España: 1.223 euros. A finales de 2018 había 947.348 cotizantes por 501.046 pensionistas, una tasa de 1’8 cotizantes por jubilado. Estos últimos se incrementan a un ritmo mayor de lo que los jóvenes se incorporan al mercado laboral. A la vez, se da la paradoja de que muchos empleos cualificados en el País Vasco quedan vacantes por falta de candidatos con el perfil adecuado. Ya se sabe, a nadie se le ocurrió que, a lo mejor, la educación debería tener algo que ver con lo que las empresas de la zona iban a demandar. Eso habría sido mercantilizar la educación. Una inmoralidad, claro.
No pinta bien, ¿verdad? Pues eso, que entre pintxo y pintxo, más vale ir haciéndose con un buen abrigo.